Marta Echagüe

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El fallecimiento de Marta Echagüe, ocurrido a sus 87 años, provocó numerosas expresiones de pesar en diferentes círculos sociales de la Ciudad a los que ella se vinculó por su extensa trayectoria docente.

Había nacido el 24 de diciembre de 1932, en La Plata; sus padres fueron María Rebeca Guerrini y Ángel Argentino Echagüe. Creció junto a sus hermanos Helena Elizabeth y Héctor y tuvo otros dos hermanos que fallecieron muy jóvenes.

Cursó sus estudios en la Escuela Normal N°1 “Mary O ‘Graham” y, al recibirse de maestra, comenzó a dar clases ad honoren en la escuela del Hospital de Niños “Sor María Ludovica”.

Tiempo después se desempeñó en la Escuela Anexa, en la Escuela N° 8 y en la Escuela Normal N° 2, donde también fue secretaria. También estuvo al frente durante un año del Instituto de Menores “María Luisa Servente”.

Una de las características de su vida profesional fue la constante necesidad de perfeccionarse y sus allegados destacaron que Marta fue una mujer aplicada y estudiosa. Entre otras cosas, realizó un curso de pos grado sobre capacitación directiva. Tuvo un profundo amor por la carrera docente, pasión que heredó de su abuelo Francisco Guerrini, un destacado educador de la Ciudad. Recién se jubiló tras 60 años de aportes.

Marta Echagüe hizo un verdadero culto de la amistad, fue sensible ante cualquier problema que afectara a sus amigas, las acompañaba y ayudaba. También tuvo una amplia vida social y se mostró dispuesta para compartir salidas.

En el plano afectivo, se casó con Spiro Federico Ungaro, unión que se mantuvo por dos décadas y de la que nació su único hijo Spiro Matías. Además tuvo la dicha de convertirse en abuela de María Luz del Corazón de Jesús, de Spiro Federico Matías y de Matías Ian Axel; con ellos construyó un vínculo amoroso y fue una figura muy presente en cada una de las etapas de su vida.

Marta siempre se hacía un tiempo para ayudar al prójimo a través de fundaciones y voluntariados; todas oportunidades que pusieron de relieve sus valores filantrópicos, éticos y morales. De todas las instituciones de la Ciudad, el Hospital de Niños ocupó un lugar de privilegio en su corazón y solía recordar a Sor María Ludovica, a quien conoció a poco de recibirse de maestra.

 

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