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La Ciudad |El mundo propio de una platense en los espectáculos circenses de antaño

A los 96 años, Élida evoca la fascinante experiencia de crecer en un circo criollo

En plena pandemia, presentó un libro plagado de mágicos recuerdos y anécdotas sobre su infancia de pueblo en pueblo

A los 96 años, Élida evoca la fascinante experiencia de crecer en un circo criollo

Élida, junto a los sobrinos, familiares y amigos que la apoyaron para editar 100 números del libro / el dia

Mónica Pérez
Mónica Pérez

8 de Noviembre de 2020 | 05:28
Edición impresa

El circo criollo dejó en Élida Salomé Carpenzano una huella tan marcada como la que quedaba en el campo cuando la troupe de artistas desmontaba las lonas para partir a otros pueblos. Ahora, con nueve décadas haciendo malabares en su vida, decidió reflotar sus recuerdos en “Mi infancia en el circo criollo”, un libro que refleja su niñez, la vida de su familia y la de un puñado de artistas trashumantes.

Hasta los 12 años vivió de pueblo en pueblo, con el ferrocarril como guía del itinerario, cambiando de techo, de escuela y de geografía, semana tras semana. “Es el relato de nuestra vida y de la alegría que llegaba a los pueblos cuando en las calles la banda anunciaba el espectáculo y venía la gente de todos los campos en carros para vernos”, evoca la autora mientras aclara que el texto también rinde homenaje a los Hermanos Podestá, precursores del circo criollo.

En noviembre de 2018 Salomé, como le gusta que la llamen en su faceta artística, comenzó un viaje hacia su historia y salió a la caza de imágenes cotidianas de su infancia para homenajear a la memoria de sus padres y a la de su tío Demetrio, quien introdujo a su familia en el circo criollo. Con el auxilio de una regla pudo burlar sus problemas de visión y guiar su escritura en el manuscrito.

Así la escritora revivió las vicisitudes de humildes artistas que durante años recorrieron los caminos del país para llevar alegría y emociones, pero también cultura a través de obras de autores argentinos que se ponían en escena bajo la lona circense o en pequeñas salas pueblerinas. Todo en épocas en las que no había radio, ni cine, ni televisión, ni siquiera teatro.

“El libro me permitió recrear los momentos felices de mi infancia y entrelazarlos con las vivencias del circo criollo”, afirma la autora que ya a los 5 años hacía sus primeras interpretaciones o se animaba a ser apuntadora de los artistas.

Antes de la llegada del circo, un representante visitaba los pueblos y solicitaba permiso a las autoridades. Luego, un grupo de peones contratados en el lugar hacía el montaje de la carpa, mientras los artistas buscaban alojamiento en hoteles o en casas de familia, “no se vivía carromatos”, aclara Salomé y agrega que por lo general se quedaban en esos lugares entre 15 y 20 días.

Con el ritmo de una obra teatral, esboza pinceladas costumbristas y otras de tragedia, como las obras que se interpretaban en la segunda parte del espectáculo, luego de las actuaciones de payasos y malabaristas.

Entre las vivencias más dramáticas Salomé recuerda la muerte de su tío Demetrio Carpenzano, conocido como el payaso Beroldo. El artista interpretaba la última escena del drama “La muerte civil”, debía tomar veneno y desplomarse, uno de los momentos de mayor tensión en la obra. El guión se cumplió con rigor y el nerviosismo de los espectadores fue “in crescendo” cuando, pese al cerrado aplauso, el artista nunca se levantó. Había muerto de un infarto, pero la policía intervino hasta que constató que no había sido un envenenamiento real.

Con sus recuerdos de infancia, Salomé trae a la memoria de la cultura popular la vida de esos artistas y hace un homenaje a Pepe Podestá, impulsor del circo criollo. “Antes había trapecistas, animales, se hacía reír a la gente con pantomimas, pero Podestá se inspiró para que un escritor argentino volcara en forma de teatro el famoso Juan Moreira y lo llevó por todo el país”, cuenta la autora para referirse a los orígenes del circo criollo- ver aparte-.

Atrapante como una novela, el libro también evoca una mañana en la que la niña se despertó con el grito: “Beroldito- como llamaban a su padre-, es el fin del mundo” y al abrir la puerta sólo vio una espesa niebla rojiza. Las cenizas de un volcán de Mendoza habían hundido la carpa del circo.

Su vida fueron malabares y actuaciones, pero también momentos de angustia como cuando su madre se enfermó de escarlatina, días después de que naciera uno de sus hermanos. “En la mayoría de los pueblos no había médicos y hubo que internarla en Rosario”, recuerda.

En esas páginas se revelan historias de familias sin casas, cuyo mundo era una habitación en el que armaban dormitorio, cocina y comedor, siempre con un baño a compartir.

“Mamá era muy celosa de mi educación, a los 6 o 7 años ya me enseñó a leer y escribir, en cada pueblo que estábamos yo iba dos semanas a la escuela y era la atracción porque leía a primera vista, incluso algunos le pedían permiso a mis padres para que yo fuera a recitar”, apunta la artista que recién completó sus estudios de manera oficial a los 12 años, cuando la familia se radicó en La Plata.

El texto también se enriquece con datos como los $138 que se recaudaron en una función y con los que tenían que pagarse sueldos, los gastos de las instalaciones, los de propaganda y, además, separar la ganancia para el dueño.

El circo, que en algún momento se llamó Olimpo, mantuvo por 10 años la carpa, luego ofreció el espectáculo en tinglados o salones. En su época de esplendor llegó a tener 25 personajes en escena que interpretaron obras como El puñal de los troveros o Juan Moreira.

Sin embargo, la crisis del 30 los golpeó como un latigazo, algunos artistas comenzaron a emigrar en busca de mayor estabilidad económica y, en 1936, la familia Carpenzano se radicó en La Plata.

“Antes de irnos he pasado por el lugar donde estuvo el circo y vi la huella circular del contorno de la carpa y la más chica de la pista que pronto estarán cubiertos por la maleza. Recién tomo dimensión de lo que significa su presencia”, expresa la autora en una de las páginas que reconstruyen su vida en el circo criollo. Entre sus tesoros aún conserva fotos, manuscritos de época y el traje con el que en 1927 su padre personificó al payaso Beroldito.

Sobre el circo criollo

El Circo criollo, origen del teatro argentino, se inició a mediados del siglo XVIII en Argentina y Uruguay para exhibir en carpas espectáculos que iban de pueblo en pueblo.

Las funciones constaban de dos partes, la primera de habilidades y la segunda de representación de un drama criollo. El primero y más famoso fue Juan Moreira, que representa la historia del gaucho perseguido por la ley.

Este género marcó la identidad del teatro rioplatense y una de sus páginas más relevantes fue escrita por los Hermanos Podestá, hacia finales del siglo XIX. Ellos empezaron con la actividad circense en Argentina y le anexaron el sainete criollo. Las obras contaban con personajes definidos como, por ejemplo, los payasos que hacían críticas sociales y políticas. Además se representaban danzas folclóricas argentinas.

En el libro también hace un homenaje a Pepe Podestá, impulsor del circo criollo

 

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Élida, junto a los sobrinos, familiares y amigos que la apoyaron para editar 100 números del libro / el dia

Élida Salomé Carpenzano, Autora “ Es el relato de nuestra vida y de la alegría que llegaba a los pueblos cuando en las calles la banda anunciaba el espectáculo”

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