“Mank”: la película de David Fincher vuelve a cuestionar la autoría de “El ciudadano”
Edición Impresa | 7 de Diciembre de 2020 | 06:16

Por PEDRO GARAY
En una escena clave de “Mank”, Herman Mankiewicz confronta, en el pasado del filme, al poderoso magnate William Randolph Hearst, que años más tarde sería la inspiración de Charles Foster Kane, el protagonista de “El ciudadano”; en el presente de la película, en espejo, Mank pelea contra el otro villano, Orson Welles, quien lo contrató para que escribiera la película considerada una de las piezas fundamentales del cine. Los dos lo han convertido en un mero bufón, el mono del organillero. Y Mank dice basta.
Hearst como villano tiene sentido, un hombre de fastuoso poder que manipuló desde sus medios el destino político de su país; Welles, en cambio, aparece en la película de David Fincher, estrenada el viernes en Netflix, como pocas veces se lo ha visto: desmitificado, reducido de genio más grande que la vida a “un canalla vanidoso y chapucero de lo peor”, como lo definió el crítico Ángel Faretta.
Para Faretta, el cineasta se llevó todo el crédito por una obra escrita por otro, e imposible sin el genio de Gregg Toland y Bernard Herrmann sosteniéndole la mano. El juicio de Fincher es similar: el cineasta de “Red social” adapta un guión del padre, que lleva casi dos décadas intentando filmar, y cuya inspiración es un célebre artículo que Pauline Kael escribió en 1971, “Raising Kane”, que encendió inicialmente la polémica en torno a la autoría de “El ciudadano”. El argumento de Kael era contundente: Welles no había escrito ni una sola palabra del guión de la película. Welles ni siquiera estaba cerca del lugar donde Makiewicz tipeaba la historia que había concebido en base a su relación con Hearst.
En 1971, Pauline Kael afirmaba que Welles no había escrito una sola línea de “El ciudadano”
El guionista es el héroe del ensayo y también de “Mank”: es errático, alcohólico, es imposible confiar en él, y sin embargo, es un genio absoluto, y sin reconocimiento. Sin embargo, Kael no intentaba tanto recuperar la figura de Mankiewicz como disparar contra la teoría del autor, que disipa la idea del cine como una obra colectiva y coloca al director como único responsable de una obra: Welles era el blanco perfecto en esta misión, un mito viviente (en aquel entonces) del genio romántico incomprendido por Hollywood, y que supuestamente podía hacerlo todo solo, y todo de forma genial.
LA POLÍTICA DE HOLLYWOOD
Las ideas políticas y artísticas de Welles lo llevaron a exiliarse a Europa y continuar allí su carrera. La forma de producción de Hollywood y la intolerancia hacia quienes criticaran cualquier modelo que se opusiera al capitalismo salvaje son protagonistas en la película de Fincher , e incluso ofrecen potentes paralelismos con el presente (la utilización de los discursos del miedo y la manipulación a través de propaganda bien podría tener lugar en esta era de grieta tuitera y fake news).
Y de hecho, allí late el corazón de “Mank”: la “Rosebud” de Mankiewicz es este guión que escribe al borde del exilio y la ruina, consciente de que cada línea lo empuja un poco más hacia el abismo pero impulsado por la necesidad de denunciar, tras años de permanecer callado y beber gratis, el modo en que el arte, el cine, los medios en general, parte de esa industria del ocio que hoy es omnipresente, influencian profundamente la realidad y cimentan la brecha social entre ricos y pobres.
Pero es en la película de Fincher Mankiewicz, y no Welles, la víctima de un sistema desalmado (una víctima no del todo inocente: eso vuelve más desgarrador su dolor y más entendible su necesidad de anestesiarse). El discurso final, la recepción del Oscar que cierra “Mank”, deja clara, de hecho, la postura frente a la polémica de la autoría de “El ciudadano”.
Una postura que se encargó, de hecho, de recalcar en la gira promocional previa: “Creo que la tragedia de Orson Welles radica en la mezcla entre un talento monumental y una inmadurez inmunda. Claro, hay algo de genio en ‘El Ciudadano’, ¿quién podría discutir eso? Pero cuando Welles dice: ‘Solo se necesita una tarde para aprender todo lo que hay que saber sobre cinematografía’... Digamos que este es el comentario de alguien que ha tenido la suerte de tener a Gregg Toland a su alrededor para preparar la siguiente toma… A los 25, no sabes lo que no sabes. Punto. Ni Welles, ni nadie. Afirmar que Orson Welles salió de la nada para hacer ‘El Ciudadano’ y que el resto de su filmografía se arruinó por las intervenciones de personas mal intencionadas, no es nada serio y es subestimar el impacto desastroso de su propia arrogancia delirante”.
Fincher cita una conocida frase de Welles, sin dudas producto de cierto hubris juvenil; sin embargo, el propio director de “El ciudadano” reconoció siempre la importancia de Toland en su trabajo, al punto de que compartió su tarjeta de los créditos finales con su director de fotografía: algo que no se había hecho nunca hasta entonces, y que no se ha vuelto a hacer.
LOS DOS WELLES
¿Era entonces Welles un acaparador de crédito, un predador de los méritos ajenos, como afirma Faretta? ¿O era el cineasta generoso y carismático que construyó una cofradía de devotos amigos y colaboradores en el exilio, el de las entrevistas, el del libro de Peter Biskind? Vivimos en una era post maradoniana, y tienta entonces transpolar la teoría de Fernando Signorini sobre Diego vertida en el documental del astro de Asif Kapadia y repetida hasta el cansancio en los obituarios: así como está Diego, el pibe, y Maradona, su personalidad pública y excesiva, podría haber un Welles mitológico, el genio, el autor incomprendido y torturado, el megalómano que quiso robarle el crédito del guión de “El ciudadano” a Mankiewicz para cimentar su propia leyenda, obsesionado con su propio mito; y un Welles gregario y generoso, el que reconoce el aporte de sus pares en sus filmes, el que compartió el crédito de “El ciudadano” con Toland.
El artículo de Pauline Kael fue rebatido por varios especialistas, pero el mito resiste
Sin embargo, antes de abonar a esta teoría dual (cómo nos gustan las dicotomías: en apariencia complejizan, pero en realidad simplifican una realidad siempre multidimensional y contradictoria) hace falta entender que el artículo que inició la polémica de la autoría, el de Pauline Kael, fue en años subsiguientes rebatido. Peter Bogdanovich, en el artículo “The Kane Mutiny”, dio la versión de Welles: el guión de Mankiewicz fue la base, pero una base profundamente reescrita por el cineasta, sin aportes de Mank. El texto de Robert Carringer, algunos años más tarde, parecía poner punto final a la polémica: el teórico buceó en el archivo de la productora RKO y encontró que si bien los dos primeros borradores de “El ciudadano” fueron escritos exclusivamente por Mankiewicz, había cinco borradores más, todos a cargo de Welles, todos con cambios sustanciales al original, que Kael había ignorado.
Y sin embargo, allí está “Mank”, reavivando otra vez el debate. Porque esto es Hollywood, señores: cuando la leyenda se convierte en hecho, imprimen la leyenda...
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