Albert Sabin, el científico más aclamado en el ámbito platense

En la distancia del tiempo resulta muy difícil de comprender para las nuevas generaciones lo que durante gran parte de la década de los años cincuenta significó para las familias argentinas y de otros países convivir con el terror de que sus hijos sufrieran la poliomielitis o parálisis infantil.

El gran temor de que un niño se acostara a la noche perfectamente sano y la madre encontrara a la mañana siguiente que era imposible pararlo porque no podía mover una o las dos piernas generaba una psicosis profunda en la sociedad. Se llegó a tal punto, de que muchos padres hacían ir a sus hijos a la escuela llevando colgada como un escapulario, una bolsita con alcanfor, porque se creía que así se lograba repeler al agente productor de la enfermedad.

La poliomielitis en nuestro país y produjo epidemias entre 1955 y 1957, en 1971 y 1983. El último caso se detectó en 1984. En l988 la Organización Mundial de la Salud fijó la meta para su erradicación mediante la vacunación universal y el 20 de agosto de 1994 se anunció la eliminación de los poliovirus salvajes en las Américas.

Las formas más comunes eran la parálisis matinal de las piernas o de cualquier otro grupo muscular. Los casos más graves las parálisis ascendentes (síndrome de Landry) llevaban casi inexorablemente a la utilización del pulmotor, aparato que permitía respirar al enfermo y de los cuales en el Hospital de Niños local llegaron a funciona una veintena a la vez. Las secuelas de la enfermedad eran severas

Jonas Salk dio a conocer en 1952 una vacuna inyectable de virus inactivados, pero era costosa y no había obras sociales. Pero Albert Sabin, en 1962 creó la vacuna oral de virus vivos atenuados que se administraba sobre un terrón de azúcar; en 1963 comenzó su utilización en Argentina. Su uso se generalizó inmediatamente y se incorporó al calendario oficial de vacunación.

El médico nacido en 1906 en la ciudad rusa de Bialystock, hoy en territorio polaco, renunció a todos los derechos sobre su vacuna para que pudiera ser aplicada a los niños más pobres de todo el mundo.

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Su invención significó, al menos en Argentina, un enorme alivio para los padres, que prodigaron al científico un agradecimiento y cariño que, cuando el 27 de julio de 1967 visitó nuestra ciudad Albert Sabin, provocó que decenas de miles de personas pugnaran por saludarlo en los distintos sitios a los que concurrió en La Plata en aquella histórica jornada.

“Lo tuve a medio metro mío en la Municipalidad y le toqué el brazo derecho diciéndole gracias, pero el tumulto era enorme así que ni se enteró de mi saludo y el de otras muchas personas”; el testimonio corresponde a un docente universitario de Humanidades y del Colegio Nacional, quien en esa época tenía tres hijos que se habían salvado de la poliomielitis cuando otros compañeros de escuela de ellos la habían sufrido y experimentaban las secuelas.

A su llegada a La Plata, Sabin fue recibido en la Municipalidad, donde, como se dijo, lo aguardaba una multitud de platenses; luego fue recibido en la Casa de Gobierno por el interventor Imaz.

Debido a una fuerte lluvia no pudo asistir a la Escuela 116 de 146 y 62 de Los Hornos, que lleva su nombre.

Posteriormente, el ilustre visitante asistió al acto académico en la Biblioteca Central de la UNLP, en Plaza Rocha, en el que la Universidad lo declaró Profesor Honoris-causa, oportunidad en la que pronunció un breve discurso.

El lugar se encontraba atestado de docentes universitarios, graduados, alumnos y público en general. El Rector de la UNLP, Dr. Santiago Gorostiague y otras autoridades recibieron al científico en las puertas de la Biblioteca y al ingresar al salón de actos fue largamente ovacionado por los asistentes, quienes lo volvieron a aplaudir de pie y con emoción tras su alocución.

A la salida, el sabio llegó trabajosamente al auto que lo esperaba. En ese instante se dio vuelta sorprendido: “¿Y mi esposa?”, dijo. La mujer llegó al rato tras grandes esfuerzos.

Se fueron, precedidos por ululantes coches de policía para visitar la sede local de AMIA, donde también lo esperaba un verdadero gentío, para luego regresar a la ciudad de Buenos Aires.

Sabin se retiró de la medicina en 1986, luego de haber realizado, entre otras, investigaciones sobre la relación entre virus y cáncer, toxoplasmosis, identificación del virus ECHO 9 y una vacuna contra la encefalitis japonesa.

Murió el 3 de marzo de 1983 en Washington de una afección cardíaca, de la cual ya había sido operado en Israel.