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Isabel I de Castilla: reina de España y “madre” de América

Sin entrar en la polémica de la conquista de nuestro continente, la historia de esta monarca empodera el rol de la mujer en un contexto donde poco valía lo que el sexo femenino opinara

Isabel I de Castilla: reina de España y “madre” de América

Cristóbal colón convenciendo a los reyes católicos de que financiaran su expedición a las nuevas tierras

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

17 de Octubre de 2021 | 09:03
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Dos hitos fundamentales encierra el mes de octubre, uno histórico y otro familiar: el arribo de Cristóbal Colón a América y el Día de la Madre. Evocaremos hoy a una gran mujer que fue, a su vez, hija y madre de grandes mujeres y que, además, hizo posible el viaje del navegante genovés. Habrán adivinado los lectores que se trata de Isabel I de Castilla quien formó pareja con Fernando de Aragón y juntos pasaron a la historia como los Reyes Católicos.

En su condición de mujer, Isabel no estaba destinada a ser reina. Hermanos mayores y menores estaban antes que ella en la línea de sucesión pero una serie de hechos, algunos tragicómicos, y su gran tesón la llevaron al trono.

Cuando Isabel nació, en 1451, lo que hoy conocemos como Península Ibérica estaba formada por los reinos de Portugal, Castilla y León, Navarra, Aragón y Andalucía, que aún estaba en manos de los árabes. En todo el territorio había continuas guerras para dominarse unos a otros y lograr la unificación. Pero veremos cómo Isabel eligió hacer el amor y no la guerra para alcanzar este objetivo.

Los reyes reciben a Cristóbal Colón luego de su primer viaje a América

Isabel era hija del rey Juan II de Castilla, de la dinastía de los Trastámara. Juan falleció cuando Isabel tenía cuatro años y su hermano Alfonso, apenas unos meses. El trono lo heredó el mayor de los hermanos quien reinó como Enrique IV. Si les resulta familiar este rey es porque cuando, en entregas anteriores, relatamos las noches de bodas más frustrantes de la realeza nos referimos a él con el nombre con el que fue conocido: Enrique “el impotente”.

Él mismo declaró que no había podido consumar su matrimonio con la princesa Blanca de Navarra y la culpa se la achacó a ella que, dijo, no era lo suficientemente femenina y seductora. La realidad era que a Enrique no le gustaban las mujeres y es posible que tampoco haya podido concretar relaciones con hombres ya que, según crónicas de la época, su miembro desproporcionado impedía la erección. Pero como había que buscar una excusa para que el Vaticano anulara el matrimonio algunas prostitutas declararon que el rey era perfectamente viril y que con ellas no había tenido ningún problema. Blanca fue encontrada culpable y repudiada.

Su segunda esposa fue Juana, infanta de Portugal, quien llegó a España conociendo los antecedentes de su prometido pero llena de ilusión. La noche de bodas fue, obviamente, un fiasco pero la nueva reina no era tonta y sabía que no dar pruebas de que su matrimonio se había consumado podía significar que la repudiaran igual que a la primera esposa. Así fue como le pidió a su camarera mayor que la ayudara. Según la leyenda, la camarera tomó una navaja, se hizo un pequeño tajo en la pierna, manchó la sábana de sangre y la mostró a los miembros de la corte quienes, en la mañana posterior a la noche de bodas, esperaban ansiosos detrás de la puerta. Gran algarabía hubo pero que duró poco tiempo ya que Juana, lógicamente, no quedaba embarazada.

Después de tomar todos los brebajes y rezarle a todos los santos, Juana y Enrique optaron por la inseminación artificial con procedimientos parecidos a los actuales pero sin higiene y con testigos que observaban. La dignidad de la reina, abierta de piernas frente a la corte, quedaba así por los suelos pero valió la pena porque los resultados positivos llegaron: Juana quedó embarazada. Nunca se supo si fue por el tratamiento o por los buenos oficios del hidalgo Beltrán de la Cueva que frecuentaba su lecho. Sea como fuere, la niña que nació a los nueve meses, recibió el nombre de Juana de Castilla. Eso sí, siempre fue conocida como “la Beltraneja”, en alusión al amante de su madre.

El prestigio y poder de Colón decayó con la muerte de su protectora, la reina Isabel, en 1504

 

Con este nacimiento Alfonso, el hermano menor de Enrique e Isabel perdía su condición de heredero. Pero no todos los miembros de la corte estuvieron de acuerdo y así comenzaron los juegos de poder. Como en un reality de la televisión actual se formaron dos bandos: el #teamBeltraneja y el #teamAlfonso. Años duró esta brecha en la que la infanta Isabel tuvo un papel preponderante. Obviamente se puso de parte de su pequeño hermano pero, además, se dedicó a estudiar y prepararse para grandes destinos tal como su madre le había inculcado. Dos mujeres fueron fundamentales en su vida: Beatriz de Bobadilla, que la formó como mujer, y Beatriz Galindo, “la Latina”, quien ingresó a la corte como criada y terminó instruyendo a su pupila en latín y en gramática castellana, la lengua que se hablaba desde hacía cuatro siglos en Castilla y que se estaba imponiendo sobre el resto de los dialectos.

Isabel sabía, desde muy pequeña, que estaba destinada a casarse con Fernando, el heredero del trono de Aragón, y se había enamorado de él sin conocerlo. Su hermano Enrique, que se sentía amenazado por la inteligencia y astucia de su hermana, no estaba demasiado de acuerdo con esa alianza e intentó casarla con otros candidatos que la llevarían bien lejos de la corte pero ella se opuso sistemáticamente aduciendo que no iba a romper el compromiso con la corte de Aragón. El tiempo le dio la razón porque esa alianza le sumaría luego muchos puntos en la carrera por la sucesión.

Cuando su hermano pequeño, Alfonso, murió en extrañas circunstancias se formó en la corte el #teamIsabel. La nueva heredera logró casarse con Fernando aunque en el apuro se olvidaron de pedir la dispensa papal y el matrimonio estuvo “flojo de papeles” por unos años, situación que aprovecharon sus detractores para menoscabar el poder de la pareja.

Cuando el rey Enrique murió, en 1474, no cabía duda de que la Beltraneja no tenía ninguna chance de heredarlo. Si hubo testamento en su contra, se ocuparon muy bien de hacerlo desaparecer y las cortes se apresuraron a proclamar a Isabel como reina… y a su esposo como rey. Fernando se sentía, por solo el hecho de ser varón, con más derechos que Isabel de reinar sobre Castilla. Después de todo se había casado para eso. Pero ella tenía grabado a fuego que era reina por derecho propio y se bancó hasta que pudo los caprichitos de su esposo que cada tanto daba un portazo y se iba a su Aragón querido porque sentía que no se le daba el lugar que le correspondía en la corte.

Isabel, finalmente, tuvo que compartir de hecho y derecho la corona con su esposo renunciado a parte de su poder en pos de un objetivo que tenía desde que había tomado conciencia de su responsabilidad histórica: la unión del reino de España.

Retrato de Isabel I de Castilla

Hay que decir a favor de Fernando que fue una pieza fundamental en la guerra que se llevó a cabo para la expulsión de los moros de España y que, al igual que su mujer, quería extender sus tierras y dominios. La oportunidad apareció el 20 de enero de 1486 en la corte de Alcalá de Henares cuando llegó un tal Cristóbal Colón que decía que la tierra era redonda y que si se navegaba hacia el oeste se llegaba a tierras de las Indias sobre los que los reyes podrían gobernar y evangelizar a los salvajes que allí habitaban. Los reyes dudaron pero, en una entrevista a solas, Colón logró convencer a la reina quien puso a su disposición sus joyas, dinero y carabelas para la expedición.

Colón era un gran marinero pero un pésimo gobernante y tuvo una relación pendular de amor y conflicto con Isabel que, estaba encantada con sus nuevas tierras y el oro que venía de las Indias pero harta de las quejas de lo déspota que era don Cristóbal. Y, digamos a su favor, tampoco estaba de acuerdo con que sus nuevos súbditos, los aborígenes a los que Colón había traído en el barco, fueran tratados y vendidos como esclavos y ordenó, con poco criterio, que los devolvieran a sus tierras. Entre el viaje de ida, el mal trato y el viaje de vuelta, pocos sobrevivieron.

El prestigio y poder de Colón decayó con la muerte de su protectora, la reina Isabel, en 1504. “¡Castilla para Isabel!” había sido el clamor de la corte durante años; una corte que ahora veía morir a su reina.

Isabel estudió y se preparó para grandes destinos tal como su madre le había inculcado

 

Se proclamó como nueva reina de Castilla a su hija mayor, Juana, pero la pobre nunca ejerció como tal porque los dos hombres de su vida se consideraron con más derecho que ella para ocupar el trono. Fernando, su padre, y Felipe, su marido, se enzarzaron en una lucha por el poder ninguneando a la verdadera reina que no estaba muy en sus cabales pero que con ayuda de quienes la traicionaron hubiera podido reinar. La historia es por todos conocida: Felipe murió, ella se desestabilizó, su padre asumió el poder y luego Carlos, su hijo, la encerró para siempre en un castillo. Y pasó a la historia como Juana, la loca.

Su hermana menor, Catalina, no tuvo mejor suerte. Se casó con el rey inglés Enrique VIII y fue la primera de sus seis esposas, aquella a la que repudió por no haberle dado un hijo varón y porque, en realidad, se había encaprichado con Ana Bolena. El divorcio de Catalina y Enrique provocó el cisma de la iglesia de Inglaterra.

Isabel I de Castilla fue una mujer única no solo por su educación, ambición, inteligencia y belleza sino porque es una de las pocas reinas que tuvo España por derecho propio y con verdadero poder. Siglos antes la había precedido doña Urraca y luego, en el siglo XIX, otra Isabel que reinó en España al suceder a su padre, Fernando VII. ¿Habrá una cuarta? ¿Llegará Leonor, la actual princesa de Asturias, a suceder a su padre o volverá España nuevamente a coquetear con el sistema republicano? En todo caso, no le será fácil y tendrá que recurrir al ejemplo de Isabel de Castilla que contra viento y marea supo hacerse un lugar como mujer y como reina.

Desde estas líneas evocamos su figura para homenajear a todas las mujeres y, en especial, a aquellas que son madres, siempre valientes y defendiendo la igualdad de oportunidades y derechos.

 

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