“Como el viento”, un viaje hacia la comunidad gitana platense

A partir de una mujer criolla que se convierte en gitana, Raquel Ruiz teje un filme que explora las costumbres de los gitanos de El Retiro

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El documental “Como el viento” nació “a partir de una inquietud”, dice su directora, Raquel Ruiz: la película que lleva la cámara al corazón de la comunidad gitana de El Retiro, en nuestra ciudad, y que se proyectó en el Fesaalp, partió de una inquietud que Ruiz arrastraba desde sus días de estudios antropológicos: “Quería estudiar a los gitanos de la zona y me preguntaba, ¿dónde están? Uno ve de vez en cuando una gitana en la plaza, en la calle, pero, ¿dónde están?”

Con esa pregunta llegó Ruiz hasta El Retiro, donde le dijeron que había una comunidad, y esa fue la semilla, hace ya más de un lustro, del documental que terminó retratando a Mara, una mujer criolla que se convierte en gitana, y que en el camino pinta un fresco de la comunidad gitana local, sus costumbres y la contradicción que se genera día a día entre los viejos gitanos y las nuevas generaciones.

Estudiante de Antropología, Psicología y Periodismo, la cineasta de “Lona y Virtua”, esfuerzo autogestivo realizado desde su productora, Talismán Films, con el que llegó a Cannes, confiesa que se acercó al barrio con “los gitanos Kusturica, de Lorca” en la cabeza. “En mi fantasía bailaban esa música de la península balcánica, y no son esos gitanos, ellos acá bailan cumbia”, se ríe hoy Ruiz. Pero a la vez, las herramientas que le había brindado el estudio de la etnografía como método le permitió dejar a un lado sus propios preconceptos y explorar la comunidad en sus propios términos.

“Pasé años tomando mates con ellos”, cuenta la directora, primero tomando notas, luego filmando de forma casera, y rápidamente entendió que los gitanos “son como nosotros. No es que están todo el día leyendo la mano y son todas adivinas…”

Pero aunque Ruiz veía cómo los criollos miraban a los gitanos de cierta manera cada vez que salían de los confines de su comunidad e irrumpían en el espacio público, la misión de la cineasta no era “desmitificar o desestigmatizar. El móvil no fue darles visibilidad, nada de eso, fue mi propia curiosidad: lo que me movió fue la inquietud de cotejar lo que tenía en la mente con lo que era”.

Encontró, claro, “cierta desconfianza”, propia de una comunidad que se cierra también por esas miradas de soslayo: “Es una comunidad que se considera marginada por los criollos y no les interesa contar su historia”, cuenta Ruiz. Pero las paredes se fueron cayendo y la distancia “se subsanó con tiempo. Y con empatía, a partir de un interés honesto, de querer saber”: fueron cinco años de interacción, tejiendo vínculos con la comunidad, acompañándolos en distintos ámbitos, distintos eventos, y al tiempo “ya éramos parte, entonces, ya ponés la cámara y se olvidan”.

Fueron también cinco años de material, una exploración de tres ámbitos cruciales en la cultura gitana, la fiesta, la iglesia y la venta, pero tan vasto era el material que la directora sentía que “tenía un collage, un conjunto de imágenes de la vida cotidiana”, pero necesitaba un relato: decidieron entonces filmar durante 10 días con calidad técnica que permitiera competir en festivales, y en esos diez días recortar el enfoque de la comunidad entera a alguna historia puntual.

La comunidad gitana se congregó en el cine para el estreno

APARECE MARA

“La forma de encontrar un relato era encontrar un personaje que llevara la historia. Preguntamos quién quería estar en la película, y así surgió la historia de Mara, que aceptó estar y era una veta interesante, una mujer criolla que se hace gitana”, relata Ruiz, que, explica, no cuenta en “Como el viento”, “la historia ni del gitanismo, ni del evangelismo, sino la historia de una persona”.

Ese recorte también le permitió circunnavegar los clásicos problemas del cine documental: en lugar de representar una comunidad entera, de intentar un relato total de los gitanos, centró la cámara en algo más pequeño, una historia de vida atravesada por esa comunidad, que revela a través suyo algunas dimensiones de la comunidad de El Retiro.

“Cuando uno hace una película construye una realidad, y entonces contar es una responsabilidad moral y ética”, dice al respecto la realizadora, e insiste que aunque su intención era “mostrar con la menor intervención posible, y que la gente decida que ver”, la película “es cine de lo real, pero lo real, para el documentalista, es una negociación. Una negociación entre la honestidad, el contar como uno vio, la memoria, los montajistas…”. Una negociación protagonizada por las dudas, porque “siempre que uno está ante alguien que tiene otra construcción cultural, duda de sí mismo y duda del otro”.

Con un recorrido festivalero internacional y premios en Europa, “Como el viento” se mostró en noviembre en el Fesaalp, un momento que, para la directora, fue particularmente significativo: la sala estuvo repleta de los gitanos protagonistas del filme.

“Pensé que no iban a venir, porque no son de ir a los lugares de los criollos, se mueven en sus circuitos”, cuenta Ruiz, pero más de un centenar de gitanos llegaron el colectivo, se sentaron en la sala del Cine Select, en pleno centro platense, e “interactuaban con la película, gritaban, comentaban”.

Para Ruiz, ese hecho trascendió la cuestión de película, y convirtió el estreno local en una movida social, no “una persona frente a la pantalla: ellos mirando cine, en un ámbito que no es de ellos, porque el cine está hecho para cineastas, el arte, como dice Bourdieu, es incestuoso, el que hace arte hace arte para artistas”.

Allí irrumpieron los gitanos, en el corazón de la Ciudad y en un espacio cultural de elite (“uno va a ese cine y sabe quién va a estar, más en La Plata”, comenta Ruiz), y para la directora, “eso fue histórico, el Pasaje Dardo Rocha lleno de gitanos es alucinante: esa era una película, tendría que haber tenido la cámara”.

 

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