Un Arca de Noé para animales y mascotas con maltratos o abandonadas

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Entra todo en esa suerte de Arca de Noé a pocos kilómetros de la Ciudad: mascotas -incluidas algunas cuya tenencia está prohibida-, especies de corral, ganado. Una casa bien amplia, de extenso terreno, en la localidad de Ranelagh, sirve de refugio para fauna rescatada del abandono, el maltrato o judicializada. El dueño de ese albergue que funciona como de tránsito hasta que se le da destino definitivo a los animales, es un joven ambientalista que de manera independiente, por pura vocación de servicio, recibe en su hogar toda clase de ejemplares.

Perros, gatos, gallinas, gallos, tortugas, terneros, codornices, patos, gansos, comadrejas, una chancha. “Todo el tiempo me están trayendo animales de diferentes especies. Me molesta la indiferencia que hay frente al maltrato animal y por eso me ofrezco a tenerlos hasta que se les consigue un lugar más adecuado para ellos”, cuenta Fernando Pieroni (39).

Su dedicación al mundo animal comenzó hace unos años, cuando se le produjo un “click” en su cabeza, se alejó de la rutina laboral y se lanzó a un particular tour por el continente asiático: visitó China, Camboya, Vietnam. “Me impactó ver los mataderos de perros. Yo sé que es cultural: matan perros como nosotros a las vacas o las gallinas, para comer, pero cuando volví empecé a ver las cosas de otra manera y entonces dije basta”, recuerda Pieroni, para quien ese no sólo fue el principio de su experiencia como “tutor” de la fauna que por alguna razón no encuentra su ambiente definitivo, sino también el inicio de su conversión al veganismo.

Cada ejemplar que lo rodea tiene su historia. El primero en llegar fue Rubi, un perro que había sido atropellado en la Autopista, cerca de Hudson, y Pieroni no bien se enteró a través de las redes sociales fue a buscarlo. “Lo encontramos tirado abajo de un árbol, en un estado terrible. No podía caminar. Tenía dos fracturas expuestas, golpes por todos lados. Costó pero se operó, y tuvo una recuperación de seis meses para volver a caminar. Hoy está lleno de energía”, resalta con satisfacción.

Al tiempo rescató a Rumy, un ternero que se supo tempranamente no iba a servir para la reproducción y ya estaba para ser sacrificado. El activista adora a ese pequeño holando-argentino blanco y negro que, aseguró, le cambió la vida: “Supe por un mensaje de una organización que estaban buscando un adoptante. Hicimos todos los trámites previos, le construimos su casita y en menos de un mes llegó. El representa un antes y un después en mi vida”, confía el joven. Otro toro joven, Oski, de color marrón, completa el pequeño “ganado” que habita su parque.

Los patos estuvieron a punto de ser parte de un ritual religioso; los gansos se reprodujeron en una quinta donde no podían sumar más animales; el gallo, de riña, fue rescatado de esa actividad ilegal; el resguardo de la pequeña chancha fue pedido por unas chicas ambientalistas que la salvaron del ir al asador pero que después no tenían donde alojarla (ahora logró ubicarla en un campo de 30 hectáreas); a la gallina la encontró Pieroni abandonada a la vera de un arroyo.

En cambio, la historia de las tortugas es la que se repite a menudo con esos reptiles, cuya comercialización y posterior tenencia está prohibida desde hace años. “Vienen todas del tráfico ilegal de fauna silvestre –precisa el vecino de Berazayegui-. Es una pelea constante porque la gente no se da cuenta del daño que ocasiona. Las vemos en todas las familias y creemos que es común, pero es una especie en peligro de extinción y está muy protegida por la ley”.

La variedad de especies que es capaz de dar asilo Pieroni no tiene límites. “Tuvimos todo: monos, zorros, gatos montés, aves”, subraya al tiempo que aclara: “Mi casa es siempre la última opción para ellos. Mi trabajo es buscarles una mejor vida a los animales. Los que están acá es porque no tienen otra opción; porque no he conseguido otra alternativa donde estén mejor. Pero los animales que fueron pasando siempre los fui trasladando a sus hábitats o a diferentes reservas u organizaciones que se encargan de tenerlos mejor que en mi casa”.

Si bien comenzó hace unos años a militar por los derechos de los animales, era bien chico, tenía no más de 9 años, cuando filmó un documental para la escuela en torno a la problemática de los perros callejeros. Ahora, participa con cierta regularidad de las causas relacionadas con el cuidado del medio ambiente. Él fue, por caso, uno de los manifestantes que tiempo atrás cuestionó la expulsión de un grupo de carpinchos de un country de Berazategui. También ha sido protagonista de numerosas denuncias por la muerte de perros a manos de vecinos violentos.

Lo que se propone Pieroni con la difusión de su obra es concientizar a la población del valor en nuestros ambientes de las especies animales, y según propone, “hay que educar para que la gente no compre animales silvestres ni exóticos, porque afecta a todo el ecosistema y además se están extinguiendo”

Ahora, Pieroni está a la espera de una nueva recepción. Va a llegar a su hogar una ardilla (hay una invasión de esa especie en distintos puntos del país). “No me había pasado nunca. Sí he tenido zarigüeyas, comadrejas. Como siempre, la idea es encontrarle un hogar. Es casi imposible porque están caracterizadas como plaga”, explica el ambientalista del distrito vecino.

 

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