Sin respetar las leyes y sin educación vial no será posible ordenar el tránsito

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Más allá de estadísticas viales de alcance nacional, reveladoras de que el número de víctimas fatales por el tránsito, en el primer semestre de 202, fue el más bajo de los últimos trece años –aún cuando, igualmente, subió un 11 por ciento con respecto a igual período de 2020, cuando la circulación estaba restringida y regían medidas más estrictas por la pandemia- está claro que el panorama no ha mejorado en La Plata, que sigue necesitando un mayor ordenamiento en el movimiento de vehículos.

Tal como se informó ayer en este diario, durante el fin de semana pasado calles y avenidas de la Ciudad volvieron a resultar escenario de incidentes viales con heridos. Episodios registrados a metros de la plaza Moreno o en la zona de la avenida 31 lindante a Los Hornos, entre otros lugares, fueron episodios que obligaron a la presencia policial y a la asistencia médica posterior a los accidentados.

Se ha llegado a un estado de situación en el que pareciera oportuno consignar la necesidad de programas básicos, que le otorguen prioritaria atención a todas aquellas indisciplinas e inconductas de los conductores que deriven en episodios de mayor peligrosidad. Así como ocurre en otra órbita, como es la del derecho penal, es cada vez más frecuente la jurisprudencia que incorpora en muchos casos de accidentes de tránsito la tipificación del eventual delito por dolo preterintencional y no por culpa.

De acuerdo a esa concepción que, lamentablemente, se ajusta a lo que ocurre en las calles, transitar a altísimas velocidades por lugares poblados, cruzar semáforos en luz roja, realizar giros o maniobras abruptas, revelan algo más que un simple descuido o negligencia por parte de los conductores y es hora de que así se lo entienda en los demás niveles institucionales.

La temeridad, la inconducta en el manejo de automotores, la absoluta falta de respeto a las normas dejan a la vista una desaprensión genérica por la integridad física de las personas y por consiguiente no consisten en infracciones que puedan ser valoradas como otras, que no implican riesgos para la vida. Tampoco los peatones deberían verse literalmente obligados a transitar totalmente indefensos, como rehenes cotidianos de una ciudad dominada por los conductores de automotores de todo porte.

Se debería educar no sólo en las escuelas, que es algo importante –aún cuando el sistema educativo pareciera, todavía, como ajeno a este gravísimo problema social- sino también al conductor que transgrede las normas, además de aplicarle la sanción que corresponde. En cuanto a la educación escolar, se ha dicho ya que los tres ciclos suponen quince años de cursos, en los cuales no se les inculcan conocimientos y principios a quienes luego, como toda la población, pasan buena parte de sus vidas en la vía pública sin conocer debidamente sus reglas.

Sin una acción decidida como la instrumentada en algunas otras jurisdicciones y los países centrales –esto es, que existen modelos en los cuales inspirarse-, el tránsito platense seguirá siendo un caótico, donde los automotores que se desplazan sin respetar las normas de circulación, o los de mayor volumen, dominarán al resto e impondrán así la “ley de la selva”, con el riesgo cotidiano que eso supone.

 

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