Messi / Massa van por el desquite
Edición Impresa | 20 de Noviembre de 2022 | 05:59

Alejandro Castañeda
afcastab@gmail.com
La máxima fiesta deportiva del Mundo está haciendo su entrada triunfal. El fútbol convoca al planeta a escenificar una ceremonia con algo de sagrada que se arrodilla ante el dios del triunfo y la derrota. Un mes distinto y arrebatador que altera la vida de miles de millones de habitantes. Que se disfruta en barrios y palacios, que a todos iguala, como la guerra, y a todos atrapa, como el amor. El Mundial corrige un poquito la sensación de realidad, aunque su sortilegio sea momentáneo. La humanidad se acaba rindiendo ante el embrujo de un juego -como dijo la española Natalia Junquera- al que “acudimos una vez a la semana para seguir siendo niños”.
Siempre se vio al fútbol como una serena guerra con algo de milagrosa. Las supremacías se resuelven en las áreas. “Ganar un partido era más importante para la gente que invadir una ciudad del Este de Europa”, lo dijo hace casi un siglo el siniestro Goebbels, alguien que de eliminatorias sabía bastante.
Dios hizo el mundo redondo para que juguemos a la pelota. Y Argentina, una vez más, disputará sus partidos a la sombra de otras urgencias. Al fútbol siempre le dieron un papel importante en el teatro de la política. Los gobiernos, si hay festejos, pagan cuentas pendientes. Recurren a su poder para mostrar algo (como en los mundiales del 34 y el 38) o para esconder mucho (como aquí en el 78). Los dueños de la pelota siempre son y hacen lo mismo. El fútbol está lleno de gambetas.
Massa y Messi, con sílabas reflejadas y enormes diferencias, buscan su desquite. Messi es otro. Estábamos ante el raro caso de un genio que iluminaba todas las canchas, pero que con la camiseta argentina parecía apagarse. ¿Sería que, como se tuvo que ir de aquí para poder curarse, el desarraigo pasaba factura cuando sonaba el Himno? Un acertijo freudiano o una gambeta del destino. Massa en cambio anda tras otra copa. Está peleando por clasificarse. Y tiene como aliados a Cristina y Alberto, dos ayudantes que no te hacen fácil ni los amistosos. Deambula entre empates agónicos y algún arreglo sobre la hora. Aprendió de Scaloni que los ayudantes pueden quedarse con todo. Y hoy es la figurita preferida de un álbum que se ha ido despoblando en cada pegatina. Tiene por delante un torneo dificilísimo y muere por alcanzar un alargue digno en el 2023. Forma parte de una tribu política que cada cuatro años promete levantar copas y al final no puede ni levantar deudas. Es el abanderado de un equipo que no renueva caras ni mañas. Por un lado está Macri, que con su frase “Alemania es una raza superior”, redondeo un fallido perfecto. Ni los nazis le pedían tanto. Y por otro lado, las apariciones calculadas de la Vicepresidenta, que sale a escena para arreglar el país y después se guarece en el instituto de los patriotas. Y entre ellos, Massa, capitán interino de ese trío, un carrilero que va ganando protagonismo, porque ve que el poder a una la acorrala y al otro lo desangra.
El clima exultante de estos días es entendible. ¿Pero no hay demasiado triunfalismo? La sombra negra de la última gran desilusión futbolera -el equipo de Bielsa del 2002- alguna enseñanza dejó. El gobierno apuesta todo. La propia titular de Trabajo casi ordenó olvidarse de la inflación, la pobreza, el miedo y el dólar para poder concentrarse en el Mundial. Argentina se suma gustosa a la gran disputa. Hay que aferrarse a esta ilusión porque andamos medio flojos de esperanzas. La Casa Rosada sabe que un Mundial disipa nubarrones. Messi/Massa van por el desquite. Juntarlos parece una herejía. Pero con propósitos muy distintos y recursos incomparables, cada uno en su campeonato necesita ir superando instancias. Todos los partidos son decisivos en esta marcha. El fixture inicial de Messi está listo: Arabia, México, Polonia. El de Massa es más incierto y complicado. Los clásicos adversarios (la inflación, la pobreza, la inseguridad) hace tiempo que vienen ganando por goleada. Y sus dos ayudantes de campo, a ratos suman y a ratos restan. Pero llegó el Mundial, hay que hacerle caso a la ministra, olvidarse unas semanas del día a día y rogar que la mano de Dios juegue otra vez para nosotros.
Massa aprendió de Scaloni que los ayudantes de campo pueden quedarse con todo
El Mundial escenifica una ceremonia casi sagrada que se arrodilla ante el dios del triunfo y la derrota
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