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El cineasta Juan Martín Hsu viajó a Taiwán a buscar respuestas en torno a la muerte de su padre, pero encontró en el camino la historia de lucha de su madre
La migración, la pertenencia y la identidad se cruzan en el cine de Juan Martín Hsu: el realizador de “La Salada” vuelve ahora a esas obsesiones en “La luna representa mi corazón”, documental en primera persona en el que regresa a la Taiwán de su familia y filma a su madre mientras indaga en el asesinato de su padre.
La película, que se verá hasta el miércoles en el porteño Cine Gaumont, tendrá una función especial el sábado en el CCK y pasó por Cine.Ar, consiste de dos viajes al país oriental: en el primero, Hsu llevaba 10 años sin ver a su madre y llevó la cámara con el objetivo, simplemente, de filmar ese encuentro. “Ella siempre fue fría y lejana”, recuerda el cineasta, “pero el dispositivo nos acercó”.
Siete años más tarde, Hsu regresó otra vez a Taiwán, pero esta vez con un objetivo: develar la historia del asesinato de su padre. “El primer viaje fue más amateur, más lanzado, fui sin la idea de pensar una película, solo con el impulso de filmar. Pero en el segundo viaje, además de haber ganado más experiencia, fui con más intención, más consciente de lo que buscaba filmar. En ese segundo viaje, sin embargo, tenía una idea de lo que iba a buscar, la historia de mi parte, su muerte, pero al mes ese tema se había agotado”, confiesa.
“Entonces empecé a filmar de una forma más libre, sin un horizonte, sin una guía: esa parte fue más costosa, estaba un poco perdido, me preguntaba todo el tiempo para qué filmaba, a quién le iba a interesar esto. ¿Había una película en todo el material que estaba filmando? Fue filmar desde el desconcierto”, explica el cineasta.
Comenzó entonces a registrar amigos, familiares, también ficciones pequeñas protagonizadas por ellos, y en el camino fue construyendo los cimientos de una película libre, que se busca a sí misma. El método de rodaje era particular: para filmar la intimidad sin entrometerse, colocaba la cámara donde podía, sin trípode, logrando encuadres imperfectos donde todo el tiempo quedaban protagonistas fuera de campo, algo que, dice Hsu, le permitió “jugar con la idea de que ni a través del encuadre nos podemos encontrar todos”. Para invisibilizar la cámara, además, permanecía rodando durante 3 horas seguidas, a partir de lo cual Hsu tomaba solamente 2 o 3 minutos, una escena.
A partir de estas filmaciones de 3 o 4 horas, Hsu tocaba temas que le interesaban buscando la película, algo que se relata en el mismo documental, pero “la película se fue desviando” hasta que su hermano, en una escena clave del filme, “vuelve a traerme a lo que es importante, es como una bofetada. El lugar del director es complejo, no queríamos mostrar que yo tengo la verdad, el saber, no quería ser el dueño de la película: yo estoy contado desde el error, desde cierta inutilidad, de no saber bien qué estaba haciendo”.
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Lo cierto es que a través de esta prueba y error Hsu fue encontrando el corazón de la historia: “Es sobre todo una película sobre la relación con mi madre. Cuando se acababa la historia de mi padre, me quedó claro que la historia la contaba mi madre, y en medio me contaba su propia historia, sin darme cuenta yo por momentos: eso lo descubrimos en el montaje”.
En el montaje descubrió también que mientras su madre hablaba, contaba también la historia de su padre, sus hermanos. “Filmándolos, fue surgiendo la historia de mi abuelo y la ley marcial en Taiwán, en 1949, las torturas y el encierro: ahí apareció otro aspecto familiar, tres generaciones que narraban de alguna forma el proceso histórico de Taiwán durante los últimos 80 años”, relata Hsu.
El relato se convierte en la historia del desarraigo de su madre, hija de una víctima del “White Terror”, período de ley marcial en Taiwán que duró 40 años. Hsu comenzó filmando e investigando esa línea argumental, entre otras que rodaba, pensando en la relación con Argentina, los ecos con nuestra dictadura. Pero terminó reconstruyendo la lucha de su madre, que tuvo que exiliarse no por motivos propios sino para cumplir su rol de esposa.
“Tuvo que vivir en un país al que no deseaba ir y que además le fue imposible adaptarse. Para trabajar tuvo que abortar y así convencer a su esposo que ella tenía derecho a hacerlo. Con un marido asesinado tuvo que hacerse cargo de dos hijos sola. Estas son algunas de las batallas que libró, aunque algunas las perdió, siempre siguió adelante. De esto se trata la película: todo eco humano de lo que fui a buscar, lo encontré sin haberlo buscado”, cuenta Hsu.
El director advierte, sin embargo, que no es una película didáctica, que procure reconstruir 80 años de historia: “La intención no es que uno aprenda, sino que uno pueda sentir ese universo taiwanés”.
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