Eva, la que eligió comer del fruto prohibido en el Paraíso

Teorías sobre la facultad de elegir de los seres humanos. Evolución del mito de la manzana que, en realidad, pudo haber sido un higo o un racimo de uvas. Posturas del existencialismo

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Por MARCELO ORTALE

marhila2003@yahoo.com.ar

Es verdad que las democracias, pero sobre todo las dictaduras en la historia, relegaron a las mujeres. Entre otros derechos, las primeras les negaron durante más de dos siglos la facultad de votar; las dictaduras, en cambio, las empujaron y siguen empujando hacia abajo, hacia el fondo de la marcha, para que caminen atrás, disciplinadas y varios metros detrás de los jefes de la manada, los varones.

No hay nada más antagónico a la condición femenina que los sistemas políticos autoritarios. Para los déspotas ellas existen sólo para el sexo, en el mejor de los casos para el amor dócil, para la servidumbre doméstica, para el castigo físico o espiritual, para el piedrazo inquisitorial. Carecen de la inteligencia del varón, suponen los déspotas.

Sin embargo, la primera elección que hizo un ser humano fue adoptada por una mujer. Fue una mujer, llamada Eva, la que eligió comer del fruto prohibido. Y el que siguió ese paso definitorio fue el primero de los varones, Adán, tal como lo anotician los textos sagrados. Una noticia que podría sonar como una atribución de culpas a la mujer que se tentó con la dorada manzana del Paraíso y arruinó la fiesta, con su pecado original.

Sin embargo, en las teorías existentes sobre la facultad racional de elegir, no se considera a esta decisión de Eva como un error humano. Aún admitiendo que desobedeció el mandato divino –“no comerás del fruto…” etc.- ella fue la primera en enfrentar una disyuntiva, en sopesar alternativas, en iniciar la aventura intelectual de la humanidad y la marcha hacia la racionalidad. El “pienso, luego existo” habrá chispeado en ese primer big-bang de la inteligencia humana.

Honor a Eva, a pesar de que con su decisión expulsó a mujeres y varones del encantamiento edénico, de la pereza que ofrecía el Eden benefactor. Por la opción que eligió Eva, desde entonces hubo que emigrar, trashumar, sudar para ganar el pan. Hubo que hacer méritos para progresar, sin esperar todo del maná. Hubo que pagar para tener un techo y un lecho, primeramente, y para después desarrollarse.

Por Eva hubo que evolucionar y erguirse sobre dos, no sobre cuatro miembros. Con ella se terminó la comodidad de estirar la mano hacia un árbol y comer de ese fruto. El cultivo de la inteligencia, el amor al conocimiento, la duda como primera opción, se le deben a ella. Quienes abonan esta teoría argumentan que fue menos un desafío al Creador, que un necesario combate humano. Eva eligió convertirse en ser pensante.

 

“Los estudiosos del Talmud han hablado de higos, uvas y trigo, pero ni rastro de la manzana”

 

NO FUE UNA MANZANA

Pero sí se le debe un homenaje a Eva, en cambio la manzana, el supuesto fruto dorado del Paraíso Terrenal, merece un desagravio. La investigadora española Ada Nuño en un trabajo publicado hace dos años se pregunta: “¿Y si la fruta prohibida del Jardín del Edén no hubiese sido una manzana?”.

Ocurre que en ningún lugar de la Biblia aparece la manzana como el fruto tentador que mordieron Eva y Adán. Se habla sólo de un “fruto prohibido”, no de la manzana que después le daría justa fama a Newton al caer sobre su cabeza.

Nuño empieza así su artículo: “Todos conocemos la historia: Dios previno a Adán y Eva que no tomasen del ‘fruto prohibido’ del Huerto (o Jardín) del Edén, según el Génesis. Sin embargo, la serpiente era astuta, más que el resto de animales del campo, y les dijo que debían comer de aquel fruto, pues así abrirían sus ojos y podrían ver “como dioses”. Así que Eva comió, y luego lo compartió con Adán, lo que conllevó a su expulsión del Paraíso”.

La investigadora reconoce que la manzana jugó un papel importante en la historia del ser humano, pero lo cierto es que la Biblia no menciona el nombre de ninguna fruta en el Paraíso. Nuño habla entonces de una “confusión histórica” ya que ese árbol frutal, el manzano, nunca fue propio del territorio que fue señalado como asiento del Eden original, ubicado primero en Medio Oriente y después reubicado, por posteriores estudios, en el sudeste de África.

“Los estudiosos del Talmud han hablado de higos, uvas e incluso trigo, pero ni rastro de la manzana, una fruta que no es de Oriente Medio La palabra hebrea que se utiliza en el versículo donde aparece el árbol del conocimiento del bien y del mal es ‘peri’, según indica un reciente artículo publicado en ‘Live Science’, una palabra genérica para fruta tanto en el hebreo bíblico como en el moderno”, agrega. Tampoco había manzanos en el sur de África.

Adán y Eva en la expulsión del Paraíso, Julius Schnorr / Wikipedia.org

La Biblia, que sólo habla del “fruto prohibido”, señala que después de pecar, es decir, después de decidir –desde un punto de vista antropológico, no canónico- razonar y ganar categoría de humanos, Adán y Eva sintieron vergüenza de su desnudez y se taparon con hojas de parra o con hojas de higuera, aptas para ser un ropaje básico. No así la hoja de un manzano, que es muy pequeña. Higueras y vides, ellas sí existieron en el Paraíso.

Se sabe que los Papas disponen del fuero de la infalibilidad, decretado por un concilio ecuménico realizado en el Vaticano entre 1869 y 1870. ¿Qué significa eso? Que el Papa no comete errores, según la conclusión convertida en ley por un grupo de obispos y cardenales. Y que, por lo tanto, es incuestionable. La infalibilidad se encuentra sancionada como dogma.

 

Tras la elección de Eva, desde entonces hubo que emigrar, trashumar y sudar para ganar el pan

 

Pues bien, siglos antes de contar con esa persuasiva herramienta, el Papa Dámaso I, en 383 d.C., famoso y acaso respetable por sus dudas, le pidió a Jerónimo, un erudito del Vaticano, que averiguara qué fruta había mordido Eva y que para ello tradujera la Biblia al latín. Esto significa que si Dámaso I –de haber estado investido por la infalibilidad- entonces hubiera dicho “fue la manzana”. Y ni el más corajudo se habría podido oponer a esa sentencia.

El erudito Jerónimo encontró en la Biblia la palabra “peri” (fruta) y lo derivó al latín malum, que también puede traducirse por “maldad”, pero en su otra acepción significa “manzana”. A partir de allí, el “fruto prohibido”, en base a ese otros vehementes indicios, pasó a ser identificada como la manzana y comenzaron las obras de arte, el texto de John Milton en El Paraíso perdido y un grabado inolvidable del holandés Alberto Durero a endilgarle a la manzana los pecados del mundo. Esto, a pesar de la bondad de la manzana, aún cuando un buen bebedor podría reprocharle haber servido como insumo para elaborar la sidra.

Pero tampoco la manzana es fue inocente de todo. Ella intervino en modo decisivo en el mito griego de la “manzana de la discordia” –muy largo de relatar aquí-, que terminó con el rapto de Helena por el bello joven Paris que la secuestró y llevó a Troya y que originó la reacción del rey Menelao, el agraviado esposo de Helena que declaró el sitio a esa ciudad y una guerra que duró diez sangrientos años. A partir de allí, en todo lío humano hay alguien que actúa de “manzana de la discordia”.

ELEGIR

En la porteña calle de Viamonte 349 vivió un escritor argentino, Alberto Girri (1919-1991), en un pequeño departamento ubicado en un barrio ganado por la City bancaria y financiera. Allí, este austero creador, el más pensativo y racional de los poetas de nuestro país, se apartó por completo del cercano y alucinado tránsito de dólares propios de ese barrio, se ensimismó y escribió para siempre obras que no se olvidarán.

 

“Si la existencia precede a la esencia, el hombre es responsable de lo que es”

 

“Elegir, la opción que elijo”, dice el primer verso de uno de sus poemas publicados en su libro Escándalos y soledades, de 1952. Girri se declaró de ese modo humilde, laborioso y místico hijo de Eva. No importa tanto el objeto que será elegido, como la decisión de elegir siempre, de optar. Lo reprochable, lo ciertamente satánico sería ver al hombre indiferente ante cualquier disyuntiva, dejando que decida el azar o nadie. Negando, además, el progreso de la ciencia.

El existencialismo contemporáneo sostuvo lo mismo que Girri. “Soy responsable de lo que propongo con mi vida”, dijo Jean Paul Sartre, mentor de esa corriente filosófica. “Yo puedo querer adherirme a un partido, escribir un libro, casarme; todo esto no es más que la manifestación de una elección más original, más espontánea que lo que se llama voluntad. Pero si verdaderamente la existencia precede a la esencia, el hombre es responsable de lo que es. Es responsable de todos los hombres. Así, el primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que es, y asentar sobre él la responsabilidad total de su existencia”.

Muchos pensadores, como Albert Camus, como Miguel de Unamuno, sostienen que dudar, analizar, estudiar las variantes que se presentan, vivir mucho tiempo en profundas crisis, son condiciones básicas para esperar que llegue la verdadera fe, sea en Dios, la ciencia o la humanidad. Pero que siempre hay que ejercitar primero la razón para ser libres y defender esa facultad, la opción de elegir, contra viento y marea. Y así ser dignos hijos del legado de Eva.

Alberto Girri / Web

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