Sembradores de leyendas en la Ciudad geométrica y racional
Edición Impresa | 29 de Octubre de 2023 | 05:59

Por MARCELO ORTALE
Un haz inverso de luz –invisible para todos, menos para uno- emergía del Hospital de Niños hacia el cielo y ése era el llamado para el “Batman solidario” que acudía al lugar para hacer sonreír a los chicos internados allí. “El corazón humano nace con absoluta bondad”, fue lo que dijo hace pocos años en una entrevista con El DIA, el que nunca dio a conocer su nombre y apellido.
La Ciudad tuvo personajes como este, que bordearon o ingresaron a la leyenda. Generosos, líricos, altruistas, acompañaron a una sociedad racional, formada en gran parte en una estructura universitaria rigurosa y exigente. Ellos ocuparon un lugar que parecía lateral, pero que era céntrico y enriquecedor de la identidad platense.
El Malevo Muñoz (Carlos Raúl Muñoz y Pérez) más conocido como Carlos de la Púa, nacido en La Plata, que fue poeta, amigo de Carlos Gardel, periodista de Crítica, compañero de tareas y virtual guardaespaldas de Jorge Luis Borges.
Un personaje de fábula este Malevo, también poeta lunfardo, que volvió a nuestra ciudad muchas veces, para defender al autor de El Aleph en las riñas a trompadas que solían desatarse en el épico café “El Rayo”, de 1 y 44. A veces, por definir si otro poeta era bueno o un desastre, terminaban a las piñas.
Cómo no hablar también acá de “El Halcón”, un extravagante economista de café y, también, del boxeador estadounidense, el “Negro” Calvin Respress que se hizo argentino, uno de los más queridos por los platenses en las décadas del 40 y el 50.
EL HÉROE
Al Batman platense, retirado hace poco y reemplazado por un homónimo, no le importó ir a contrapelo con el clima de época. A mitad del siglo pasado la humanidad había decidido la muerte de los últimos héroes. Novelistas, dramaturgos, directores de cine se desentendieron de los arquetipos perfectos. A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial las sociedades eligieron como nuevos protagonistas a seres desangelados, acaso abatidos por los vicios del mundo, los llamados “antihéroes”.
Calvin Respress
Sin embargo, en forma anónima, en 2019 un chiquito de 5 años, desde su cama de la sala de infecciosos del Hospital de Niños platense, le dijo al Enmascarado: “Sabés Batman, hoy me dieron una inyección en este brazo y no lloré…”. El Batman Solidario platense le sonrió y le dijo “vos sos un Superhéroe…yo hubiera lagrimeado”, mientras le entregaba caramelos y unos juguetes. Esa escena, vivida por unos pocos, reivindicó a los héroes.
Sucede que la ciudad racional y geométrica, la que en solo dos o tres años floreció íntegra y grandiosa, se llenaría de sabios, de médicos y filósofos, de matemáticos y físicos, de humanistas y defensores de la libertad.
Pero junto a ellos, en el margen de aquella excelencia del conocimiento creció otro tipo de personas, a los que el escritor Ramón Gómez de la Serna calificó como “complementarios”, que existieron y en cantidad en La Plata. Los complementarios son aquellos modelos humanos menos elaborados, más vitales y espontáneos, que enriquecen la realidad con su talento y su profunda espiritualidad.
EL HALCÓN
Aquí la memoria se empeña en rescatar, por ejemplo, a un desconocido platense, de profesión gestor, que se llamaba Rufino Moreno y que “paraba” en el bar que hubo en la esquina de 7 y 45, llamado “La Cosechera”, un café reemplazado a fines de los 50 por una confitería.
Cementerio de la Recoleta
Este hombre trabajaba y ganaba, entonces su dinero. Era más conocido por su alias –“El Halcón”- y todos los días, a media mañana el Halcón tomaba en La Cosechera su desayuno tradicional: café con leche con tres medialunas saladas. Lo notable fue que durante unos veinte o treinta años, esa fue su única comida diaria.
El Halcón se había obstinado en demostrar que se podía vivir perfectamente con un café con leche y tres medialunas cada 24 horas. Ninguna comida más. Era previsiblemente flaco como un alambre, pero jamás enfermaba. “Le deben faltar todas las vitaminas del mundo pero este nos entierra a todos”, decían sus compañeros de desayuno (los Garro, Martínez, Grassi, Iramain, Ciarrone y muchos otros).
La Ciudad se llenaría de sabios, médicos, filósofos y matemáticos
Vivió en una pensión cercana, en la cuadra de 45 entre 6 y 7, lindera a una vidriería. No hay fotos de El Halcón. No era un avaro, al contrario con su dinero fue generoso. Algún octogenario recuerda hoy que se fue una vez sin aviso, que nadie acompañó su último viaje hacia el olvido por diagonal 74.
CALVIN RESPRESS
Nació en Macon, Georgia, Estados Unidos, el 28 de julio de 1891, “Mi abuelo fue esclavo en los algodonales de Alabama y aquí en La Plata me tratan como a un igual”, decía este hombre con su dentadura de perlas sonrientes. De adolescente había peleado como luchador en los Estados Unidos hasta que se sumó al equipo de trabajo del campeón mundial de box de peso pesado Jack Jhonson.
Se consagró al boxeo. Fue sparring del mítico Jack Dempsey y en 1914 se fue de gira a Chile en donde hizo exhibiciones y peleas. En 1917 le otorgaron el título de campeón sudamericano de peso pesado. Posteriormente peleó en dos oportunidades en Santiago de Chile con el argentino Luis Ángel Firpo. Perdió una, ganó la otra.
El Halcón se había obstinado en demostrar que se podía vivir a café con leche y medialunas
“Oye chico, golpéame aquí en el hombro” decía en sus clases de boxeo, a las que se dedicó en La Plata. El chico no se atrevía, pero luego juntaba fuerza y el Negro Respress se ovillaba sobre si mismo, se hacía como de algodón y el puñetazo del alumno desaparecía en esa masa corporal llena de arte y de fintas divertidas.
Vestía casi siempre un impecable traje blanco, coronado por un rancho (sombrero rígido, de mimbre, muy utilizado en las décadas del 40 y 50) y al andar por la calle uno creía ver al mismísimo Louis Armstrong en el centro de La Plata. No caminaba, era como si fuera hamacándose, como si todavía saltara con la soga, con esa sonrisa eterna.
El Malevo Muñoz es de los pocos reos que está enterrado en La Recoleta
Fue profesor de box en el Jockey Club y en Gimnasia Esgrima, además de llevar sus amagues, sus imaginarios contragolpes a casas particulares en donde también actuó como kinesiólogo y masajista. En 1957 se jubiló y poco después recibió una felicitación de Dwigth Eisenhower, presidente de los Estados Unidos, por lo bien que había hecho quedar a ese país en el exterior. Durante varias décadas sembró alegría y dejó en la Ciudad un recuerdo sonriente, lleno de clinches festivos que, en realidad, eran sus ganas de abrazar a todo el mundo.
CARLOS DE LA PÚA
El platense Carlos de la Púa (1898-1950), alias El Malevo Muñoz, debe ser uno de los pocos reos, sino el único, que está enterrado en La Recoleta. Hace dos años una nota de Clarín lo describió así: “Su porte era digno de este apodo: imponente contextura física, pelo lacio caído sobre la frente, amplias espaldas, manoplas anchas y fuertes, adecuadas para el apretón o la trompada demoledora”.
Fue periodista en esa maravilla de diario que fue Crítica, dirigido por Natalio Botana. Había nacido en La Plata y su familia se mudó pronto al barrio porteño del Once donde se crió. Pero volvió siempre a nuestra ciudad, como custodio “desinteresado” de su amigo, Borges, para preservarlo en las trompeaduras épicas del café El Rayo, en las que participaron también Francisco López Merino, Francisco Luis Bernárdez y otros, según lo narró en una conferencia Leopoldo Marechal.
En la Academia Porteña del Lunfardo hay un sillón con el nombre del platense emigrado Carlos de la Púa. En uno de sus poemas atorrantes más recordados, ya en su retiro de malevo escribió su autorretrato: “Vivió sacándole punta al coraje./ Prepotente y cabrero,/ le gustaba clasificar los puntos del reaje,/ y a los que no sabían guapear/ les ponía cero./ Conocía el santo y seña del cuchiyo,/ usaba taco alto/ y escupía por el colmiyo./ Del cogote, como un escapulario,/ le colgaba un prontuario/ de avería./ (Al barrio de Las Ranas/ hizo temblar con sus macanas.)/ Hoy el progreso lo empujó para Villa Madero./ Una mina con cancha le sacó las virutas de cabrero/ y el amor al hijo lo hizo amainar./”.
El desayuno de “El Halcón”
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