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Séptimo Día |LA SERIE QUE TRIUNFÓ: “GAMBITO DE DAMA”

Un juego que reclama la obligación de pensar

La importancia del ajedrez. El esplendor y el eclipse de un juego que siempre renace. La Plata tuvo su “niño prodigio” en Carlos Maderna. Una materia que pasó a ser “optativa” en nuestro país

Un juego que reclama la obligación de pensar

Una secuencia de la película gambito de dama, que tuvo mucho éxito / Cap. de video

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

8 de Octubre de 2023 | 04:44
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Dos personas se enfrentan en una dura contienda en una mesa de un bar del suburbio. No se trata de una riña, de un duelo con armas. Nadie los mira, salvo algún ocasional testigo. Se habla aquí de dos personas, pero en realidad son muchos más que dos, porque esa batalla es universal y se puede ver reproducida en una plaza céntrica de cualquier ciudad, en un boulevard parisino, en una soleada costanera del Caribe, en el silencio de un pretérito club.

Son miles o millones de personas que libran ese combate incruento, que atacan y urden con esmero defensas engañosas para atraer el adversario y derrotarlo poco después. Y para esa guerra que no persigue matar ni invadir a nadie, sólo cuentan con el arma del pensamiento. Se habla, claro, de los ajedrecistas.

Se habla también de un enigmático juego cuyo origen se remonta a la India durante el siglo VI a de C, para llegar luego a Persia, afianzarse en el imperio bizantino y en toda Asia, cruzar a Europa hace más de mil años y universalizarse más tarde en África, América y en exóticas tierras insulares. En cada uno de esos lugares crecieron verdaderos artistas y hasta poetas del ajedrez, responsables de partidas inmortales.

Arte, ciencia, juego, deporte, pasatiempo. En todas sus variantes el ajedrez rescata de ellas una característica dominante: la necesidad de pensar. El ajedrez obliga a extremar la racionalidad. Pensar, lo que mejor define al ser humano. No se puede hacer nada serio, sin pensar antes.

Carlos Hugo Maderna, durante una partida de ajedrez / Web

El ajedrez ha tenido períodos de inmensa popularidad, seguidos de épocas de repliegue. Hace pocas décadas los duelos entre el estadounidenses Robert “Bobby” Fischer y los poderosos ajedrecistas de la entonces Unión Soviética –Botvinik, Korchnoi, Petrosian, Miguel Tal- atraían los flasches de la prensa mundial. Después vinieron años de eclipsamiento, hasta que una reciente serie de Netflix –“Gambito de dama”- que cuenta la historia de una joven de un orfanato que tiene un increíble don para el ajedrez, volvió a colocar a reyes, reinas, alfiles, caballos, torres y peones entre lo más buscado por la opinión pública.

El ajedrez platense, por lo que dicen sus mejores cultores, tuvo también períodos de esplendor y de opacidad. La Plata cuenta y contó con muy buenos ajedrecistas, que obtuvieron títulos nacionales y en el exterior. Entre muchos otros, Carlos García Palermo, el abogado Jorge Bibiloni y el ingeniero Conrado Bauer. Referencias valiosas y elocuentes se encuentran sobre todos ellos. Se conservan muchas de sus partidas.

EL NIÑO PRODIGIO

Pero La Plata tuvo algo que pocas ciudades se dieron el lujo de tener. Tuvo a su “niño prodigio”. Que a una temprana edad puso en apuros a una de las más luminosas estrellas del ajedrez mundial, en una partida que se disputó en La Plata en 1926 y que terminó en un empate. El gran maestro, que quedó deslumbrado por ese jovencito, fue nada menos que Alexander Alekhine (1892-1946), ruso nacionalizado francés, campeón mundial durante años y hasta su muerte.

Y ese niño prodigio del ajedrez fue Carlos Maderna (1910-1976), de familia platense, convertido luego en gran jugador argentino. Hay una denominada “Microbiografía de Carlos Hugo Maderna” escrita por otro grande del ajedrez, Roberto Grau. Figura clave del ajedrez nacional, autor del Tratado General de Ajedrez, una ingente obra de cuatro tomos, Grau cuenta por qué acompañó a Alekhine a La Plata.

En su escrito cuenta Grau que hace muchos años acompañó al doctor Alekhine a La Plata donde debía realizar “una serie de partidas simultáneas y le fueron opuestos los mejores ajedrecistas platenses. Entre ellos, se hallaba un chico de pantalón corto, delgado, esmirriado, puro nervio, que concentraba gran parte de la atención de la sala. Las horas pasaban y las partidas iban terminando, y el público se amontonaba cada vez más cerca del tablero en que el adolescente de La Plata ponía en apuros al entonces aspirante al campeonato mundial”.

“Este adolescente era Carlos Hugo Maderna, nacido en 1911 –tenía entonces 15 años– y cuando quedaron solos, frente a frente, el gran Alejandro y el diminuto adversario, cuando el maestro, luego de pugnar por vencer, debía conformarse con el empate, el aplauso cerrado que se oyó saludó el advenimiento al primer plano de nuestro deporte de una de las figuras mejor dotadas que haya tenido nunca el ajedrez argentino”.

 

Algunos países incorporaron el ajedrez como materia obligatoria de enseñanza

 

Siempre se le llamó “el Pibe” a Maderna. Por su parte, el crítico de ajedrez Juan Morgado reseña que Maderna “se formó solo en La Plata, carente de rivales, en los años en que Bauer ya no jugaba, y los demás poco podían cooperar a su perfeccionamiento. Se consagró campeón platense al derrotar a Bauer en 1927, luego de un hermoso match, y en 1928 integraba el team internacional argentino que actuó en La Haya, después de clasificarse tercero en el Torneo Mayor de ese año”.

Maderna fue campeón argentino en dos oportunidades: en 1939, al vencer en match por el título a Luis Piazzini, y en 1950, tras ganar el desempate contra Jacobo Bolbochán y Enrique Reinhardt. En 1940 perdió la corona ante su desafiante, el futuro gran maestro Carlos Guimard. Participó representando a Argentina en dos Olimpíadas de ajedrez: en La Haya 1928 y en Varsovia 1935.

Miguel Najdorf / Bert Verhoeff, Wikipedia

En tiempos más despojados de distracciones, los chicos de entonces pueden recordar la importancia que tenían esos pequeños grandes mitos que hubo en La Plata. “Mirá, aquel señor es Carlos Maderna, fue el niño prodigio que empató con Alekhine”, decían los padres. Ya era un hombre maduro, disputaba torneos con los mejores del país y del mundo –Najdor, Guimard, Reshevsky, Larsen y tantos otros- pero, acaso también por su irreductible jovialidad, seguía siendo el “niño prodigio”.

Alguna vez podrá escribirse la historia de estos pequeños grandes mitos platenses, como el del primer poeta Matías Behety de quien se dijo que sus restos, momificados y exhibidos muchos años en la iglesia del Cementerio, emitían destellos luminosos desde los dedos de sus manos. O la de Guido Laserre, cantor de tangos y bautizado “el hijo de Gardel”, que levantaba murmullos cuando ingresaba a los estadios de Estudiantes o Gimnasia: “allá va el hijo de Gardel…” murmuraba el público. Tenía su parecido, cantaba en “El Cabildo” (7 y 54) y curiosamente, varias décadas después, se afianza la teoría de que Carlos Gardel habría sido hijo de un vecino de Pigüé, de apellido Laserre.

Se habla también de figuras del deporte, como Nolo Ferreira, Pancho Varallo, Raúl Landini, Jorge Batiz, y tantos otros, como el sonriente boxeador negro norteamericano Calvin Respress, que había peleado contra Jack Dempsey y Luis Angel Firpo, masajista luego en el Jockey Club, cuyas vidas transitaron siempre cercanas a la frontera de la épica. Ellos y pocos más llegaron a categoría de mitos, algo difícil en una ciudad geométrica y racional como fue La Plata hasta hace poco.

AJEDREZ COMO MATERIA

Algunos países incorporaron el ajedrez como materia obligatoria de enseñanza en las escuelas primarias y secundarios. Entre ellos están la Argentina, Uruguay, Islandia –la remota isla en la que se refugió de su propio infierno personal Bobby Fischer- México, Colombia, Rusia o Cuba. Esos países respondieron con esa decisión a una sugerencia de la Unesco, para que el ajedrez fuera materia de enseñanza escolar.

La Argentina lo hizo, pero siempre, como con tantas otras cosas, de una manera “relativa”. De modo que la enseñanza de ajedrez es “optativa” en nuestro país. “Cada colegio decide lo que le parece mejor”, es la respuesta ofrecida desde las distintas áreas educativas.

 

“Mirá, aquel señor es Carlos Maderna, fue el niño prodigio que empató con Alekhine”

 

Los ajedrecistas siempre analizan variantes y aprendieron a fondo la técnica de especular, de explicar movimientos. El crítico peruano Jorge Murakami parece haber hallado una explicación, que suena plausible, de por qué el ajedrez no es obligatorio en las escuelas de muchos países.

Su razonamiento se inicia así: “el ajedrez aporta innumerables habilidades cognitivas a los niños, como el pensamiento autocrítico, el control del primer impulso, la empatía y el pensamiento flexible, entre otras”.

Sigue diciendo que “el ajedrez trata sobre entrenar la mente para evaluar la situación presente, considerar cursos de acción, evaluar sus consecuencias, y luego usar la lógica al comparar las situaciones presente y futuras para elegir el mejor curso de acción”.

El hombre mueve la última pieza y concluye “así que no, el ajedrez no será materia obligatoria en las escuelas porque sino los políticos, que son quienes hacen las leyes, se quedarían sin trabajo”. Jaque mate.

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