Kempes, el sinónimo del primer gran festejo

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Cordobés de Bell Ville, figura en la Gloria, ídolo canalla, símbolo del Valencia, campeón con River en tiempos de la Guerra de las Galaxias cuando el millonario quiso competir con la llegada de Maradona a Boca, trotamundos del fútbol en sus últimos años. Muchísimo, pero nada que la haga justicia a ese delantero temible, disfrazado de 10 (en el número y en la función) por el Flaco Menotti en el segundo de los tres mundiales que el Matador disputó. Porque desde ese lejano 1978, Mario Alberto Kempes es simplemente el Matador, gracias a su paso por España y a la manera de ajusticiar a sus rivales, como el torero asestándole el golpe final al toro.

Nacido el 15 de julio de 1954, devenido hoy comentarista deportivo, hace 45 años era un joven que no había cumplido los 24 años y ya había sido goleador de dos torneos en nuestro país con la camiseta canalla y otras dos Pichichi de la Liga española con la casaca valenciana. Su nivel era enorme, al punto de que en las siguientes dos temporadas ganaría con Valencia la Copa del Rey, más la Recopa y la Supercopa europea.

Kempes abrió esa puerta de lo que hoy es nuestra realidad como exportadores de futbolistas: que los seleccionados se integren por futbolistas que los hinchas no ven en el campeonato local. Así como Franco Armani fue el único nacional de la tercera estrella, hace 45 años la situación era exactamente inversa, con Kempes como el único repatriado de la lista de 22 futbolistas concentrados en la Fundación Natalio Salvatori, testigo de la lectura de esa nómina en la que Diego Maradona (además de Lito Bottaniz y Humberto Bravo) no escuchó su apellido. Años después, Diego y Mario serían un auténtico Boca-River y compañeros en una selección que fue a España ‘82 plagada de estrellas que no tuvieron brillo.

En el ‘78 no hubo un solo Kempes. Fueron dos. En los tres primeros partidos estuvo errático y sin la potencia habitual. Apareció el tano Roberto Bettega, mandó al seleccionado a Rosario y cerca de los afectos de sus tiempos centralistas, arrancando desde más atrás desde el partido con Brasil en adelante y -para los cabuleros- ya sin los bigotes que lució en la primera fase, Mario Alberto Kempes se convirtió en la figura del Mundial. Facturó por duplicado contra Polonia, Perú y la inolvidable final contra Holanda.

Fue la Bota de oro del Mundial. Goleador con 6 tantos, además fue el mejor jugador de la Copa, elección que formalmente comenzó cuatro años más tarde, cuando la Italia de Paolo Rossi festejó en España para sorpresa de todos.

Hoy, como sus compañeros sobrevivientes de aquella copa que sienten que no es debidamente reconocida, festejará los 45 años de su obra cumbre. Ese anochecer del 25 de junio de 1978, el bronce le creció desde los pies a la cabeza. Con esa mezcla entre cordobés y valenciano, embajador de Instituto, Central y Valencia, el estadio de su provincia lo nombra. Todo gracias a esa estrella bordada por el 10, antes de los otros dos 10.

 

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