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Mitos y verdades de platenses que “curan” ojeaduras y empachos

Dicen recibir el “poder” de una oración escrita en un papel, que deben leer un 24 de diciembre, a las 12 en punto de la noche. La mayoría jura que puede “sanar” a distancia. ¿Funcionan? Opinión y advertencia de los médicos

Mitos y verdades de platenses que “curan” ojeaduras y empachos

“No tengo una cinta. Agarro cualquier corbata o hilo, siempre que me sirva para medir tres veces mi antebrazo”, dijo ALICIA sobre la curación de los empachos / pvproductions, freepik

Alejandra Castillo

Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com

16 de Julio de 2023 | 03:11
Edición impresa

Hasta la más racional y basada de las personas puede ceder a la tentación de probar suerte con amuletos, cábalas o conjuros, siempre que no impliquen más riesgo que la ineficacia. Por ejemplo, plantarse frente a alguien que despliega tres veces hacia su estómago el hilo que envolvió un paquete de empanadas, mientras pronuncia una frase secreta y garantiza una cura segura para ese malestar que hasta pudo causar el mismísimo contenido del paquete.

Quizás funcione; quizás no. Pero, ¿hasta dónde puede resultar inocuo recurrir a “remedios caseros” o curanderismo frente a algunas dolencias? Y, si resulta bien, ¿es magia o placebo?

Ciertos hombres y mujeres prometen terminar con empachos, ojeaduras, verrugas, culebrillas o insolaciones aplicando un “poder” que suelen recibir de amigos, vecinos o parientes, a través de papelitos con oraciones “secretas” que deben leer a las 12 en punto de la noche de un 24 de diciembre. Ni un minuto antes ni un minuto después, como tampoco entregarla a nadie más, para preservar la efectividad de la cadena.

“Uno tiene que aplicar como método de diagnóstico y de tratamiento todo aquello que tenga una evidencia científica real y comprobable, si no, no es medicina”, explica Diego Bares, jefe del Servicio Clínica Médica de Admisión del Hospital San Martín, quien recomienda tener “mucho cuidado” con estos métodos “no convencionales, porque muchas veces gente que no está preparada para poder evaluar determinado contexto clínico puede administrar algún producto que tal vez puede llegar a ser muy nocivo para el paciente”.

Juan Carlos no se llama así, pero es el nombre que eligió para contar su historia en esta crónica. Ingeniero recibido de la UNLP, asegura curar “el empacho, hígado, intestino y ojeadura” con la “técnica” que le reveló su madre hace poco más de 10 años, cuando hacía rato que él había pasado el umbral de los 40.

“Mi madre siempre está con la pulsión de muerte y no quería irse de este mundo sin transmitirle ese saber a alguien de la familia”, cuenta, y agrega: “Ella lo aprendió por una vecina de Tolosa, cuando yo era muy chico, en los años 70”. Sin contener la risa, asegura que “el poder fue evolucionando”, porque “antes curaba la ojeadura tocándote, después, tocando algo que te perteneciera y ahora basta con decir tu nombre”. De hecho -apunta-, su madre no requiere de nadie que le sostenga la “cinta” para medir el empacho: “La ata a un picaporte y listo”. ¿Cualquier elemento sirve? “Antes usaba una soguita que arrancó blanca, terminó negra y se perdió. Ahora uso el viejo cinturón de un trench”.

Aclara Juan Carlos que, aunque él no es católico, ni cree “en nada, esto es como esos medicamentos que no están avalados científicamente, pero sí clínicamente. Y vi a tanta gente que se ha sentido bien cuando la curaba mi madre o cuando lo empecé a hacer yo, que estoy convencido de que da resultado”.

Alicia, de 75 años, sí es católica, está jubilada y también cree en la “magia” de estas prácticas no convencionales, que ella decidió aprender cuando sus hijos eran chiquitos. “Una compañera de trabajo de mi marido me enseñó a curar el empacho, el hígado y el intestino”. También “tira el cuerito”, dice, aunque cada vez que lo menciona se encarga de aclarar que, en rigor, “lo que se hace es masajear la columna con el dedo mayor, el anular y el índice y es el peristaltismo lo que actúa. Movilizás todo, se activa la digestión y se te pasa la descompostura. Para mí es mucho más eficiente, no decís ni una palabra, ponés un poquito de talco y masajeás la espalda; no es ninguna ciencia”.

Justamente, argumenta Bares que algunas de estas prácticas tienen una explicación que va más allá del encanto o la hechicería: “Cuando te tiran el cuerito, que es esa región a nivel dorsal en la espalda, abruptamente entre dos dedos, estimulan un plexo nervioso vinculado a esa zona topográfica desde el punto de vista anatómico. Generan un estímulo en el plexo epigástrico y una mejora por el relajamiento de todo el sistema y la funcionalidad del tubo digestivo. Entonces, aquellos pacientes que, entre comillas, están con un diagnóstico que no es médico como es el famoso ‘empacho’, al que nosotros llamamos dispepsia, mejoran”.

No es el único “embrujo” casero con una explicación que hace pie en lo fisiológico, según refiere Bares, aludiendo a la “famosa mejoría de los orzuelos por frotar un anillo de oro”, sin pasar por alto que “lo del oro es un invento porque puede ser cualquier metal”.

“Sucede que cuando le das calor a un proceso inflamatorio, como el que tienen las glándulas de los párpados con en orzuelo, automáticamente drena. Sucedería lo mismo con un anillo de plata, con un encendedor o con una cuchara caliente; lo que cambia es que uno te va a quemar y otro no. Lo que explica fisiológicamente esa respuesta y esa mejoría es el calor que le estás aplicando a una región que está inflamada”.

Más allá de estos fundamentos, el médico no le quita valor al “componente mental o efecto placebo, por el cual el paciente cree que va a mejorar y, de alguna manera, lo logra”.

“¿POR QUÉ FUNCIONA CON UN BEBÉ?”

“La primera vez que mi madre curó el empacho fue conmigo”, revela Juan Carlos, quien se limita a decir que él era muy chico y “tenía una descompostura intestinal importante; sin entrar en detalles. Lo concreto es que probó y, según ella, al ratito yo estaba 10 puntos. A partir de eso empezó a usarlo y no paró hasta el día de hoy”.

Apela a este recuerdo para refutar el argumento del “placebo” y le suma otra anécdota personal: “En un edificio donde vivía había una parejita que eran padres primerizos. Yo escuchaba llorar mucho a su nena, cada vez más seguido, hasta que me ofrecí a curarle el ojeado. Pasó un tiempo, un día me mandaron un mensaje y la nena efectivamente estaba ojeada. Por lo que me contaron los padres, cada vez que la curaba, a los 5 minutos ella dejaba de llorar. Con los adultos puede ser una sugestión, pero, ¿con un bebé?”, pregunta.

Alicia confirma que ella también aprendió estas técnicas a través de papelitos con oraciones que debía leer en la fecha y hora indicadas, para repetirlas (de memoria o con el machete a mano) en el momento de “curar”, por ejemplo, el empacho, hígado o intestino, midiendo tres veces el largo del antebrazo en el estómago, espalda y cintura, respectivamente. La “altura” a la que llegue la mano definirá, explica, “cuán descompuesta está la persona”.

“Nada más que eso”, responde Alicia, que también dice curar ojeaduras “con una oración simple y el nombre de la persona, aunque muchas otras -aclara- hacen una señal de la cruz con aceite en la cabeza. Yo no. Si la persona está ojeada, empiezo a bostezar y al ratito se me pasa”.

“Con mi marido no creíamos en estas cosas, pero me ha pasado de llevar a uno de mis hijos al médico, cuando era chico, y que él mismo me dijera ‘vaya a una curandera porque está empachado’”, cuenta la jubilada, quien, mucho más acá en el tiempo, aprendió a “sanar quemaduras y las marquitas marrones que dejan”, promete.

Lo supo, recuerda, por una mujer que conoció en un curso de tarjetería y le hizo “desaparecer” la marca que le “tatuó” en la mano el contacto con una olla de hierro. “Me agarró la mano, dijo una oración y a los días no tenía más la mancha”, garantiza, no sin aclarar que “hablamos de quemaduras simples; si es grave tenés que ir al médico”.

Si la cuestión no pasa del ardor y una marca, comenta, “se dicen unas palabras sobre el ombligo de la persona o de quien la cura y listo”.

RIESGOS

El problema no parecerían ser las prácticas que se limitan a apelar a una cuestión de fe de cara a malestares que no son graves, como los que mencionan Alicia o Juan Carlos, sino la aplicación o ingesta de hierbas o determinadas sustancias directamente en el cuerpo.

Diego Bares pone como ejemplo “ponerle tinta china a lo que la gente llama culebrilla, que es el famoso herpes intercostal, una infección viral producida por el herpes zóster. Eso sí es riesgoso porque podría sobreinfectar el proceso de base generado por el virus”.

Por otro lado, advierte el médico, puede resultar peligroso que alguien “presente una situación clínica que amerite una evaluación por un profesional de la medicina y, por decisión propia, concurra a cualquiera de estos personajes que hacen medicina no convencional y derivar en muchos inconvenientes”.

Es que “vemos con frecuencia gente intoxicada por plantas que son supuestamente medicinales, administradas por brujos, y en el hospital San Martín, a chicas de 17 o 18 años muertas por un aborto séptico causado por colocarse un perejil en la vagina”. Aunque la comparación pueda parecer extrema, Bares, que es especialista Universitario Consultor en Clínica Médica y adjunto de la cátedra de Medicina Interna en la UNLP, conecta a factores culturales y educativos con todas estas prácticas.

Sugiere entonces tomarlas “con mucho cuidado”, en particular a quienes administren “productos que tal vez resulten muy nocivo para el paciente”. Asegura no conocer a colegas que “recomienden ir a un curandero”, y aunque sí está al tanto de que “en su momento había pediatras que mandaban a chiquitos a curar el empacho”, puntualiza que tal cosa “no es una enfermedad. Se llama dispepsia y puede ser por ensofagitis, gastritis o un problema vesicular. Hay que evaluarlo aplicando el razonamiento en función del contexto clínico del paciente y si tiene muchos síntomas, tratarlos” adecuadamente.

Más allá de ligar este tipo de prácticas no convencionales a determinados grupos culturales y socioeconómicos, Bares está convencido de que “gracias a la educación, cada vez se aplican menos”.

Juan Carlos y Alicia coinciden en decir que pasaron la famosa oración en un papelito “a un par de personas”. A ella le consta que “aprendieron y que lo usan”. Juan Carlos no está seguro de ninguna de las dos cosas, pero sí de que no “traicionaron” la regla de no leerlo antes ni compartirlo indebidamente. ¿Cómo lo sabe? “Porque de ser así yo hubiera perdido el poder y toda la cadena que me antecede”, dice, sin poder contener la risa.

 

 

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El famoso efecto placebo es aquel que le decís al paciente que se va a mejorar por algo y el paciente mejora” Diego Bares, jefe del Servicio Clínica Médica de Admisión del Hospital San Martín

Algunas personas juran sentir alivio inmediato/ 8photo, freepik

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