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Ocurrencias: tormentas y besos

Ocurrencias: tormentas y besos

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

3 de Septiembre de 2023 | 03:30
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Santa Rosa llegó. A veces trae mucho ruido y aguacero, pero otras veces, sólo lloviznan dudas. El cielo patrio va perdiendo celeste entre tanto verde inalcanzable. El tiempo inestable seguirá por lo menos hasta octubre. Lo malo arraiga fácilmente en estas pampas. Cuando la gente se acostumbra a la desazón, le cuesta mucho reanimarse. Cuando se cambió de caballo en medio del río, se ahogaron pingo y jinete. Por eso el pueblo anda con pocas ganas de ir a votar. Hay cada vez más ausentes en esos cuartos oscuros donde ninguna foto aporta luz segura.

Santa Rosa puso a prueba la esperanza de poder alcanzar un calendario tranquilizador que deje los malos vientos en lista de espera. Le gente pide tregua más que repunte. Una pausa. Los inquilinos que desfilan por la Casa Rosada confunden anhelos con realidad. Pero no queda otra que aferrarse con ganas a esas nubes de ilusión que trae octubre. Hay que ir y elegir. Las otras alternativas ya las conocemos y son penosas.

La primavera asoma con recelos y hasta las golondrinas van a pensarlo dos veces antes de pegar la vuelta. Este temporal se viene preparando desde hace años, pero los timoneles que se han turnado no ven nunca el iceberg y al final de cada travesía siempre sobran tiburones y faltan salvavidas. Como decía César Fernández Moreno, “a cada rato estoy en las últimas”.

Pero celebremos que se fue agosto. Que dejará como recuerdo -dicen- récord de inflación, un mes que trajo un lamentable repunte del Covid y del dólar, que deparó unas PASO que dejaron más sorpresas que ilusiones y que entre el swatch y los verdes, los pobres billetes nuestros, tanto se acobardaron, que hasta el de dos mil, que nació tarde y cabizbajo, decidió esconderse porque cada día vale menos.

El beso de Rubiales exige que el VAR lo califique

Le gente pide tregua más que repunte

Párrafo aparte para esas doñas que saben estar presentes y colorean a su manera una realidad en blanco y negro. Repasemos: primero, cuando los encuestadores no acertaban lo que se venía, fue la pingüinísima platense la que predijo el futuro: la torta de octubre se dividirá en tres tercios, dando por hecho que el despeinado estaba en carrera; segundo, la aparición tras el escrutinio de una Florez que le dio un ramo de romanticismo a ese furioso que a veces parece aspirar más a una jaula que a un sillón presidencial; y tercero, la presencia de una Patricia desorientada que, por seguir los pasos de ese titiritero del bridge que sólo esconde cartas, ahora no sabe dónde ubicarse en la foto; y por fin, una dueña del agua de la Provincia, Malena, que se quedó ahogada y sin su Tigre, pero que ahora sueña que leones libertarios puedan compensar su papelón municipal.

Más allá de esta sigilosa Santa Rosa, no sorprende que agosto haya sido tan corcoveado y determinante. Aunque hace tiempo que el país está en lista de espera a tiro de un milagro que -como dijo aquel curita andaluz- “existen pero nunca suceden”. Santa Rosa se quedó en los aprontes pero algo trajo: Massa peregrinó a Washington y le rogó al Fondo que nos dé plata para que les paguemos a ellos; los mercados se preparan, las góndolas se reacomodan, los ajustes sobran y los insumos faltan, los bonos compensatorios revolotean y no terminan de aterrizar y la CGT espera octubre para poner en escena sus comedias o sus tragedias. Nos quedamos sin certezas. Todo es suspenso. Aquí, hasta Hitchcock hubiera entrado en pánico.

FESTEJOS EXAGERADOS

El beso arrebatado del dirigente Luis Rubiales a la futbolista española ha despertado un aluvión de críticas. Los festejos futboleros suelen ser exaltados, pero ese beso en la boca campeona con palmada en la cola, habla más de un baboso que de un hincha entusiasta. Hay una larga lista de deportistas víctimas de manager, entrenadores y patrocinadores. Y este dirigente, que en otras fotos se lo ve portando futboleras como si fueran bolsas, parece un aprovechador. El beso, en otros tiempos, fue una celebración que podía alcanzar, por duración y alcance, la altura de lo sagrado. Después llegaron los besadores al bulto que los repartían como caramelos. Lo de Rubiales exige que el VAR lo califique. Hoy, cuando los festejos asumen variadas coreografías, está bien ponerle límites a los besos de los jefes y dejar que sean ellas, resignadas o agradecidas depositarias, las que fijen los límites del vínculo y el contacto.

 

 

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