Permanecen impunes los barrabravas que lastiman al fútbol

El fútbol profesional argentino escribió otra página negra, con la bochornosa pelea entre hinchas de Boca y de Gimnasia en la cancha de Newell’s en donde se disputó un partido por la Copa Argentina y sólo el azar evitó que se hubieran registrado consecuencias que pudieron ser mucho más graves. Las hinchadas se cruzaron, se lanzaron butacas, hubo disparos policiales de balas de goma y lanzamiento de gases lacrimógenos, el encuentro estuvo demorado varios minutos y en ese lapso fueron estériles los esfuerzos de los organizadores y de varios jugadores por calmar los ánimos.

Ciertamente que interesa menos determinar cuál fue en el estadio el origen de los incidentes o si una de las parcialidades fue más responsable que la otra de los episodios. Lo que primero importa es señalar que existen errores de organización y fallas estructurales en materia de seguridad, acaso entrelazados en ellos.

En momentos de crisis económica que golpea a todos los bolsillos y, al mismo tiempo, de una inseguridad que no termina de azotar a la población, las autoridades de la AFA deciden que miles de hinchas -en este caso de Gimnasia y Boca- deban transitar centenares de kilómetros para asistir a un partido en Rosario. En el caso de los gimnasistas, la distancia entre las dos ciudades es de 356 kilómetros, aunque se la obligó a recurrir a rutas alternativas, de modo que el itinerario fue mayor.

El número de asistentes, según señalaron muchos periodistas, superó la capacidad prevista del estadio rosarino, de modo que allí ya se encuentran planteadas algunas circunstancias negativas, que pueden favorecer la aparición de episodios de violencia tanto en el exterior como dentro de la cancha.

A ello, claro está, debe sumarse la evidente impunidad de que gozan los barrabravas, en quienes se encuentra la semilla de la violencia irrefrenable que caracteriza al fútbol. Las autoridades debieran tener en claro que eximir a esas personas de la posibilidad de ser alcanzadas por la ley son antecedentes que explican la vigencia de estos grupos delictivos. En algunos casos, incluso, se ha llegado a elogiarlos.

Lo que importa es que exista, realmente, una decisión unánime de todos los sectores encaminada a concluir con este flagelo. Algunos países que padecieron la devastación causada por sectores marginales, superaron el problema a partir de la toma de drásticas decisiones en las que participaron el Estado, las fuerzas policiales, los partidos políticos, la dirigencia del fútbol y sectores privados.

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Y no parece que exista -por lo pronto en las máximas autoridades del fútbol- preocupación alguna por este tema. Mientras esa actitud no se revierta, se seguirán sucediendo estos desbordes en cualquier estadio del país. Es de esperar, en cambio, que alguna vez, de la mano de la ley y con la fuerza de la Justicia, los responsables se decidan a erradicar del fútbol a los delincuentes que, fecha tras fecha, lastiman al más popular de los deportes.