Por qué Sarmiento tardó en aceptar a la ciudad de La Plata

Varios temores motivaron el recelo del sanjuanino. Pero vino tres veces a visitarla y se enamoró de la nueva capital

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Domingo Faustino Sarmiento tardó en admitir la fundación de La Plata. Y lo hizo por dos motivos: porque temía que esa iniciativa sirviera para fogonear la candidatura presidencial de Dardo Rocha, con quien no se llevaba bien, y porque conjeturó que el naciente puerto ubicado entre Ensenada y Berisso podría competir y eclipsar al de la ciudad de Buenos Aires.

Sobre el puerto de Ensenada, al que denigró, dijo que “en cuatro siglos de descubierto aquel puerto, y diez años después de estar dotado de ferrocarril, no ha podido reunir siete mil habitantes, según el reciente censo”.

Sarmiento creía además que el futuro y el progreso de las ciudades dependían siempre de las condiciones geográficas y de la potencialidad natural en donde se iban estableciendo y que no era bueno un inicio artificial, si se quiere político, como el que tuvo La Plata.

“El puerto no será puerto, porque no se va por allí a ninguna parte, si no es a esta ciudad de Buenos Aires y la capital de Tolosa (alude así a La Plata) será una fruta pasmada o un niño atrofiado desde su nacimiento”.

Pero su reserva mayor contra La Plata fue la de que esta ciudad se convirtiera en un futuro cercano en la capital del país, desplazando así a la ciudad de Buenos Aires. En esa época que es la de la fundación de La Plata, Sarmiento todavía aguardaba la creación de una suerte de capital marítima que le diera sustento geopolítico a la Nación, y no que se creara una nueva capital para la Provincia.

LA PLUMA ENCENDIDA

Sin embargo los recelos de Sarmiento contra La Plata comenzaron a ceder, sobre todo cuando fue nombrado presidente de la masonería argentina. Y, bien se sabe, no faltaban masones en la empresa fundadora.

De modo que para empezar a desdecirse, lo primero que elogió fue el diseño geométrico de Pedro Benoit: “Hemos visto un hermoso plano para un Bois de Boulogne en los altos que dominan la Ensenada y sobre los terrenos que pertenecieron al finado Iraola”. Se refería, claro, al Paseo del Bosque.

Algunos llegaron a decir que Benoit había querido halagar a Sarmiento dejando signos y figuras masónicas en el diseño de La Plata. Lo cierto es que Sarmiento ya era una suerte de estadista “jubilado”, pero mantenía todo su vigor y manejaba aún las riendas de la educación y de la masonería argentina.

Lo cierto es que finalmente Sarmiento vino a la Ciudad, el 25 de junio de 1884, un año y medio después de la colocación de la piedra fundamental cuando ya estaba en plena construcción.

 

Sarmiento creía que el futuro de las ciudades dependía de las condiciones geográficas

 

Entonces la pluma incisiva de Sarmiento se encendió: “La potencia activa del país, reflejada en el desarrollo de La Plata excede a todo lo que la América Latina ha presenciado desde su emancipación”.

Sarmiento volvió un año después y dejó este aguafuerte institucional: “El espíritu argentino ha venido desde la independencia atesorando nociones sobre edilidad, higiene, ornato y arquitectura civil. Ustedes lo ven en La Plata; es una ciudad ideal, de amplitudes grandiosas, donde antes había estrecheces, dotada de palacios para cada función del organismo; pero plazas, estaciones, avenidas, capitolios, bancos, bibliotecas, tan vastos que se ve que no es para el presente que se construyeron, sino para una generación venidera y una gran ciudad presunta”.

Y retornó por tercera vez a La Plata, ya enamorado de nuestra ciudad. Así, en un artículo periodístico publicado en el diario Debate, escribió que cuando visitó La Plata esa tercera vez, entre las ideas que salieron a su encuentro, estuvo la de que “la educación del pueblo argentino ha hecho progresos inmensos en estos treinta años que van desde la caída de Rosas”.

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