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La semana pasada, Salomé dio una charla en la bolsa / C. Santoro
Con una centuria vivida, Élida Salomé Carpenzano, una vecina de la Ciudad que pasó su infancia en el circo, recreó cómo se vivía ese tipo de arte ante la mirada atenta de niños que participan de una escuela de esa disciplina en Altos de San Lorenzo. “Mostraron mucho interés, me preguntaron cosas que nunca me consultaron los adultos y me invitaron a cantar”, cuenta emocionada.
La mujer es una entusiasta de las expresiones artísticas y lleva en el ADN vivencias de arte y trashumancia que la marcaron a fuego. Por eso, cuando la gente del proyecto “Circo al fondo” la convocó no dudó en encontrarse con los noveles artistas a los que atrapó con sus historias.
“Esas criaturas se interesaron en la vida del circo que tuve hasta los 12 años, sentí una gran emoción por haber estado con ellos, los recuerdos me llevaron a mi infancia”, señala la centenaria que creció mirando a los artistas, como su padre y su tío.
También disfrutó de una muestra de acrobacia con telas y algunos niños se animaron a lanzar un “¿querés trabajar con nosotros?”, recuerda. “Me invitaron a cantar. Fue parte de un momento muy bello. Recordé cuando a mis 7 años le pregunté a mi papá si quería que cantara o recitara algo y mi madre me hizo un vestidito de paisana, las trenzas y salí a escena”, apunta.
La semana pasada volvió a hablar en público, en la sede de la Bolsa de Comercio (48, 5 y 6), sobre el libro que publicó a los 96, “Mi infancia en el circo criollo”.
También protagonizó un documental que revive la historia de ese arte escénico.
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Hablar del circo es rendir un tributo a sus padres y a Demetrio, el hermano de su papá que se hizo conocido como primer actor y por encarnar al simpático personaje llamado Beroldo. “Es un homenaje a ellos y a los trashumantes del circo criollo, esa formación que impulsaron los hermanos Podestá; antes los circos estaban conformados por acróbatas, magos, trapecistas, pero Pepe Podestá incorporó la palabra, la actuación”, explica para graficar que antes los artistas se comunicaban a través de expresiones corporales. Fue en ese momento cuando se le puso letra a Juan Moreira.
Saber con qué se alumbraba la pista fue una de las inquietudes de los niños y Salomé les contó que en los pueblos o ciudades donde había luz eléctrica lo hacían a través de faroles. “Donde no había iluminación se contaba con un aparato que tenía una piedra que despedía una llamita o con velas; sobre cómo nos trasladábamos ya no era con los carromatos a caballo, sino en tren de trocha angosta. Se cargaba el circo ahí y los artistas iban en asientos de maderas, en vagones de segunda”, recuerda Salomé y dice que eso fue hasta 1936.
Luego, aparecieron los camiones y las rutas, en casos, de tierra.
“Recuerdo que entre los años 1931 y 1932 hubo una crisis muy grande, el circo se tuvo que achicar y se hacían las funciones en clubes o tinglados, las compañías eran mas chicas”, apunta Salomé.
El final de ese período, cuando hubo que ir a la escuela, la familia se asentó en City Bell.
“A los niños les encanta el relato de los circos. Ahora voy a escribir un libro familiar sobre distintas experiencias, pero no es para publicar. También hice un documental que tuvo un premio en Maracaibo, Venezuela y se presentó en Moldavia, se llama “la ultima pirueta” en honor al circo criollo”, concluyó Salomé.
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