Versión criolla de la Muralla China

El histórico y extenso foso que se extendió por 400 kilómetros como sistema de defensa contra los malones. El libro de Ebelot con recuerdos sobre aquella línea de frontera

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Por MARCELO ORTALE

marhila2003@yahoo.com.ar

“Un foso es poca cosa; pero cuando tiene 80 leguas de largo se transforma en algo respetable. Adquiere un interés casi dramático si se piensa que marca el límite casi visible entre la civilización y la barbarie. El parapeto de adobe que lo bordea es, en pequeño, una muralla china. Es la misma solución, exhumada y remozada, de un problema tan viejo como el mundo: la lucha de los sedentarios contra los nómades”.

Tales palabras fueron escritas por Alfredo Ebelot (1839-1920), ingeniero, periodista y escritor de origen francés, que vivió años en la Argentina y a cuyo cargo estuvo una de las obras más curiosas, aparatosas y desde luego históricas de nuestro país: la llamada Zanja de Alsina. “La lucha de los sedentarios contra los nómades...” dijo. El filósofo Marshall Mc Luham hubiera festejado esa expresión.

La zanja que se construyó medía 3 metros de ancho por 2 metros de profundidad, agudizándose hacia el lecho. El proyecto original previó una extensión de 600 kilómetros aunque llegó a contar con algo menos de 400 kilómetros de largo. Los terraplenes que lo enmarcaban llegaron a tener dos metros de alto por 4,5 metros de ancho. Para la época y los pocos recursos existentes, desde el punto de vista civil fue una iniciativa de proporciones egipcias o, literalmente, chinas.

Concebida para montar un sistema de defensa para el Estado federal frente a los malones indígenas que, fundamentalmente, venían a robar ganado que luego vendían en Chile, la obra incluyó una larga fosa que se proyectó erigir en el oeste bonaerense para extenderla flanqueada con terraplenes en sus lados y tendida para conectar una serie de fuertes y fortines, que quedaron intercomunicados por el telégrafo.

Alsina argumentó que la zanja había surgido como respuesta al pedido de pobladores de tierras bonaerenses de procurar una defensa contra los ataques, cada vez más agresivos y frecuentes, de los aborígenes que ocupaban territorios ubicados más al sur de la Provincia.

Sus detractores sostuvieron, en cambio, que la zanja no fue una defensa sino una suerte de preparación de la expedición al desierto que más tarde emprendería su sucesor en el ministerio de Guerra, el luego presidente Roca que llegaría hasta el sur del país. Calificaron estos actos como “la barbarie de la civilización”, en críticas que fueron recogidas luego por los revisionistas y por sectores autodenominados progresistas.

Las revistas zumbonas y porteñas se divirtieron mucho con esa obra que, sin embargo, para el poblador fronterizo, el que debía convivir con los malones, pese a su precariedad resultó eficaz, sobre todo para demorar los arreos de los indios que demoraban mucho en traspasarla y eso le daba tiempo a las tropas para hacer huir a los invasores sin su botín.

En su mayoría los historiadores consideraron que el propósito central de la zanja, tal como lo argumentó Alsina. fue el de facilitar la defensa de las tierras ubicadas dentro de la línea de frontera y procurar la defensa de los nuevos pobladores contra los ataques, cada vez más agresivos, de los aborígenes que ocupaban los territorios ubicados fuera de dicha línea.

Los trabajos se iniciaron en 1876 pero la obra -cuando se habían construido ya 374 kilómetros de la zanja- quedó inconclusa a raíz del fallecimiento de Alsina un año más tarde. De todos modos, se ganaron terrenos a los indios entre Nueva Roma, al norte de Bahía Blanca y la localidad de Italó, al sur de Córdoba, ya que entre esos puntos unidos por la zanja se definió la nueva línea de frontera, ganándose territorios antes en manos de las tribus.

Los indios probaron varios métodos para superar a esa muralla. Uno fue el de devastar los terraplenes en un sector corto y con esa misma tierra rellenar el foso por el que pudiera pasar el malón de ida y el arreo de vuelta. Otro método, ciertamente ingenioso pero que hoy no le hubiera caído bien a tantos defensores de los animales, consistía en colocar dos especies de tabiques distanciados entre sí por unos veinte metros y crear así una suerte de “pileta”.

 

“Un foso es poca cosa; pero cuando tiene 80 leguas de largo se transforma en algo respetable”

 

Hacia ese lugar arriaban centenares de ovejas que quedaban encerradas en ese espacio, amontonándose unas sobre otras hasta llegar al nivel del suelo y sobre ese apelmazamiento de ovinos –ya muertos la mayoría- cruzaban de ida y vuelta.

Los malones arreciaron y en 1872 se registró la incursión indígena más importante de todas, comandada por el cacique Calfucurá que fue al frente de seis mil indios armados con lanzas y boleadoras. El gigantesco despliegue devastó ciudades y tierras de General Alvear, 25 de Mayo y Nueve de Julio. Murieron 300 pobladores de los caseríos y paisanos que trabajaban en los campos, mientras que los indios lograron llevarse más de 200 mil cabezas de ganado. Muchas mujeres fueron hechas cautivas y llevadas a los toldos.

De esta obra de la Zanja, ciertamente propia de grandes emprendimientos –por la magnitud de sus dimensiones y por su controvertida finalidad, ya que se hilvanó entre dos concepciones antípodas como son en nuestra historia los de civilización y barbarie- quedan sólo algunos retazos en la llanura.

LITERATURA

Existe una muy rica literatura en torno al tema de la frontera con el desierto, el temido territorio que se extendía hacia el sur. Con menos de 2 millones de habitantes, el país se desvanecía en distancias y la explotación ganadera no lograba prosperar.

El documento principal de esa época lo constituye el libro del propio Ebelot, titulado “Recuerdos y relatos de la guerra de fronteras”, con una prosa incisiva y acriollada que se asemeja a los de los grandes escritores argentinos del siglo XIX.

Así lo señala el escritor Matías Esteban: “Ebelot, como muchos de su generación, escribía bien. Su escritura puede recordar a Hudson, a Mansilla o al propio Sarmiento. Además, en esa época en particular, se mostraba a Argentina como un lugar donde todo estaba por hacerse, el progreso estaba en desarrollo, había muchos procesos sociales, y eso se reflejaba, sobre todo, en la literatura”.

El “Fortín Lavalle”, reconocido confín de la Provincia en tiempos de conquista / Web

“En Argentina hubo una gran recepción de ingenieros y de gente de las ciencias de construcción y de las formas de producir conocimiento que tenga que ver con el territorio que venía de Francia, porque no había producción de ese conocimiento acá en ese tiempo. De hecho, Ebelot fue uno de los primeros en venir”, agregó Esteban.

Nacido y educado en Toulouse, Ebelot se recibió de ingeniero en Paris, aún cuando en plena juventud ya había ocupado la secretaría de redacción de la muy prestigiosa Revue de Deux Mondes. En 1870 emigró a la Argentina y aquí coloró en varios periódicos: La Patria Argentina, L´Union Francaise y La Protesta, en donde entre otros temas escribió sobre filosofía social, comercio, obras públicas, arte y programas agrarios.

Durante la presidencia de Sarmiento –predecesor en el cargo de Avellaneda, fue contratado para que estudiara la línea de frontera, para concluir haciéndose cargo de la ejecución de los trabajos de la zanja que años después le encomendó Alsina. Con posterioridad a ello colaboró en el diario La Nación y en el Courrier de La Plata. Como escritor publicó La Niari (novela) y Costumbres argentinas, además del mencionado Recuerdos y Relatos de la guerra de fronteras y La Pampa.

 

La conocida “Casa de Casco” fue hecha con paredes de 75 centímetros de ancho

 

LO QUE TAMBIÉN PUEDE VERSE

Aún pueden visitarse en algunos pueblos casas que fueron construidas en la época de Rosas, allá por el 30 del siglo XIX, como la que hizo levantar en Chascomús el hacendado Vicente Casco con medidas especiales de seguridad para resguardar a su familia, ya que los indios habían secuestrado a uno de sus hijos.

La conocida “Casa de Casco” (hoy un museo que puede visitarse, ubicada frente a la plaza principal de la ciudad) fue hecha con paredes de 75 centímetros de ancho, rejas de gran porte y tenía dos pisos. Al segundo piso sólo se podía ascender por escaleras rebatibles, que quienes subían las llevaban hacia esa planta que quedaba cerrada herméticamente por una tapa. Allí había víveres, agua y sobre todo armas para repeler los malones que arreciaban a 60 kilómetros aún.

Más cerca aún, en Brandsen, hay campos –como Monte Viejo- en donde también quedan como testimonios de aquel pasado conflictivo pequeños “fuertes” erigidos en mitad de las tierras, ideados para que los paisanos guarecieran en ellos cuando llegaban los malones. Allí también había armas y en los muros pueden observarse las pequeñas troneras que permitían a los refugiados repeler a tiros los ataques a través de esos huecos.

“La casa de Casco en Chascomús”, otro de los sitios de interés / Web

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