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“Los mejores días” (2017) y “La vida por delante” (2024) son los libros de cuentos de la autora argentina. A ello, se suma el poemario “Cómo cocinar un lobo” (2023). A lo largo de las tres obras se exhiben el existencialismo, el amor, el desamor y la complejidad de los vínculos humanos. Todo ello lo hace como una prosa simple, directa y cruda
Las obras de Etchebarne, escritora argentina, han sido reeditados en diferentes países / Web
OCHO CUENTOS
EL LIBRO QUE TODOS DESEARÍAMOS ESCRIBIR ALGÚN DÍA
En “Los mejores días”, su primer libro de cuentos, Magalí Etchebarne se adentra en los pliegues de la vida doméstica y los transforma en una zona de revelación. Ocho relatos componen esta constelación familiar donde las protagonistas —niñas, adolescentes, mujeres adultas o ancianas— aparecen unidas por la sangre, el deseo o la memoria. Cada historia parece independiente, pero juntas construyen un mapa emocional que podría leerse como una novela secreta.
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Hay una intensidad contenida en su prosa, una mezcla de crudeza y delicadeza que recuerda a Lispector, Uhart o Munro. Etchebarne escribe con libertad, sin resguardos ni moralinas, y eso se nota en el pulso de sus narradoras: mujeres que piensan en voz alta, que dudan, que se equivocan y que aprenden, a veces demasiado tarde, que la belleza de un día no borra su tragedia.
En “Jinete inexperto”, una adolescente se asoma al deseo y a la violencia del mundo adulto; en “Tsunami”, una hija asiste al deterioro mental de una madre arrolladora que un día se derrumba y se baña en leche buscando purificarse; en “Capitán”, una pareja se refugia del ruido urbano, pero el tedio y la rutina amenazan con desmoronar ese frágil equilibrio. “Si llegara una mujer y dijera una palabra hermosa —plexo, por ejemplo—, podría hacerlo todo tambalear”, escribe la narradora, en una línea que condensa el poder devastador de lo mínimo.
Los cuentos respiran una energía salvaje bajo las apariencias de lo íntimo. En ese territorio, Etchebarne encuentra poesía en la tristeza cotidiana (“colgaba su tristeza en la cocina como a una cortina”) y empatía en lo más pequeño (“perdón por no tener que hacer ese trabajo”, dice un personaje mirando a un recolector de basura). Su mirada no busca redención ni consuelo: busca sentido en medio del caos.
Publicada por Tenemos las Máquinas, la obra ya lleva más de diez ediciones y convirtió a Etchebarne en una de las voces más singulares del cuento argentino contemporáneo. Con una escritura precisa, rítmica, sin solemnidad, sus relatos avanzan como una corriente que arrastra preguntas sobre el amor, la vejez, la maternidad, el deseo y la pérdida.
Este es un libro que ilumina lo común hasta volverlo extraordinario. En cada relato, Etchebarne logra ese instante de aprendizaje que llega con una frase, una imagen, una epifanía. Porque los mejores días, parece decirnos, también pueden ser los peores, si al final de ellos aprendemos algo que ya no se puede olvidar.

CUATRO RELATOS
LA VIDA QUE TODAVÍA SIGUE ESPERANDO
Hay escritoras que saben mirar el mundo sin solemnidad, con una mezcla de lucidez y compasión. Magalí Etchebarne pertenece a esa especie. En “La vida por delante” —libro con el que ganó el VIII Premio Ribera del Duero y que publica Páginas de Espuma— reúne cuatro cuentos donde el humor y la tristeza conviven con una naturalidad desconcertante. Son relatos que exploran lo doméstico, lo amoroso y lo cotidiano desde una mirada ferozmente contemporánea.
Sus protagonistas son mujeres alrededor de los cuarenta, hijas, hermanas, amantes, amigas. Mujeres que envejecen, que pierden, que recuerdan, pero también que se rebelan contra el peso de las herencias: una madre muerta, un matrimonio agotado, una vida que parece no avanzar. En “Piedras que usan las mujeres”, una narradora acompaña el deterioro de su madre; en “Temporada de cenizas”, dos hermanas postergan el momento de esparcir las cenizas maternas; y en “Casi siempre desesperados”, Ana y Ramiro protagonizan la agotadora batalla de la convivencia.
Etchebarne escribe con una precisión quirúrgica. No hay adornos ni frases huecas: su prosa avanza con la seguridad de quien sabe que lo pequeño puede ser devastador. “Encuentra humor en la tragedia y sabe de la tristeza con rabia y ternura”, escribió Mariana Enriquez, presidenta del jurado que la distinguió. Esa definición parece hecha a medida de este libro.
Los hombres ocupan un segundo plano, las mujeres sostienen la escena. Pero más que una revancha, “La vida por delante” propone una emancipación: romper sin huir, afirmar sin renunciar. Etchebarne logra hacerlo sin dogmatismos, a través de personajes que se resisten al vacío con inteligencia, ironía y un poco de furia.
Hay ecos de Alice Munro, de Lorrie Moore, de Hebe Uhart pero también hay algo profundamente argentino en su escritura: el pulso del conurbano, el humor seco, el habla de la periferia que se cuela en los pensamientos.
Este libro de cuentos confirma lo que “Los mejores días” ya insinuaba: Magalí Etchebarne es una narradora de lo emocional, de lo que se calla y aun así persiste. En sus cuentos, vivir no es un acto heroico, sino un ejercicio de resistencia. Una forma de decir —sin resignarse— que lo mejor puede estar, todavía, por delante.

LA POESÍA COMO GRITO
EL FUEGO QUE COCINA AL LOBO DEL DUELO
En “Cómo cocinar un lobo”, Magalí Etchebarne se enfrenta al incendio de la pérdida con una lucidez calma, casi doméstica. A través del libro de poesía, la escritora desarma la casa familiar, recorre los cuartos donde ya no hay nadie, y escribe. Entre restos, ecos y objetos mínimos —un casete, una planta, un billete viejo— se pregunta cómo se cocina el dolor sin que devore todo lo demás. La respuesta, intuimos, está en los poemas: en esa alquimia donde el duelo se transforma en lenguaje y el lenguaje, a su vez, en una forma de vida.
Etchebarne parte del derrumbe —la muerte de los padres, el fin de una época, la casa vacía— para ensayar un idioma nuevo. Como si aprender poesía fuera también aprender a respirar de nuevo. “De lo que me dejaron podré hacer crecer mi escritura”, escribe, y esa frase condensa el núcleo de su búsqueda: escribir no para retener lo perdido, sino para inventar una continuidad posible.
La autora, que había debutado con los cuentos de “Los mejores días”, cambia aquí el registro pero no la materia: su poesía conserva el pulso narrativo, la observación íntima, la ternura de lo cotidiano. Es un libro atravesado por los cuerpos —el de la madre enferma, el propio cuerpo que sostiene, que limpia, que cuida—, pero también por lo vegetal: las plantas, los árboles, las raíces que sobreviven al invierno. En ellas encuentra una metáfora de la persistencia: crecer incluso en la sombra.
A la idea del miedo, el hambre de sentido, la bestia del dolor, Etchebarne lo cocina a fuego lento, con versos breves, cuidados, donde cada imagen parece sostener un temblor. Sus poemas son un diario de transformación, un registro del pasaje de hija a poeta, del duelo a la creación.

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