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Cada vez los miran menos personas, cada vez impactan menos en la taquilla, cada vez se discute más a sus ganadoras... Pero siguen siendo la noche principal de la temporada cinematográfica
Leo tuvo que esperar años para ganar su Oscar
Se vienen los Premios de la Academia: el próximo domingo, las más glamorosas celebridades del planeta se darán cita en el Teatro Dolby, ataviados en sus más elegantes atuendos, y se entregarán estatuillas en reconocimiento a su labor. Solía ser el principal evento del cine, cada año. Y sin embargo, temporada tras temporada, su fuego se acaba: menos espectadores, menos impacto de las ganadoras en la taquilla, menos relevancia en la discusión pública. ¿Por qué?
Las explicaciones son variadas, y ninguna es además final: estamos rodeados de aquello que en teoría ya debería haber muerto, y sigue. El cine mismo ha desafiado una y otra vez los finales. Pero el declive de los Oscar es claro, marcado. Por eso, a continuación, nos hacemos una serie de preguntas para determinar si los Oscar siguen importando todavía o si, efectivamente, son premios zombie, muertos en vida.
¿Gana, efectivamente, la “mejor película”?
¿Qué tienen en común “El ciudadano”, “2001: odisea en el espacio” y “Taxi Driver”? Ninguna de estas películas, algunas de las más influyentes de la historia del cine, ganaron un Oscar a mejor película. Tampoco ganaron como directores Alfred Hitchcock, Stanley Kubrick, Akira Kurosawa o Ingmar Bergman. La revista Sight & Sound elaboró una lista de las 100 mejores películas de la historia: solo 13 habían sido nominadas a mejor película. Solo cuatro ganaron. Entre las 100 mejores películas del siglo XXI, una lista elaborada por la BBC, 77 no habían sido nominadas al Oscar. Y sólo cuatro habían ganado el premio a mejor película.
¿Entonces? Está claro que ganar un Oscar no es sinónimo de legado, y, además, que los Oscar no parecen consagrar a aquello que será verdaderamente relevante en el futuro, aquello que supera el paso del tiempo y se establece como un clásico. Empapados en el presente, sus votantes eligen con la ceguera del momento. La historia, luego, desmiente sus votos.
Con esa ceguera, los votantes han consagrado películas que ya ni recordamos: ¿alguien sigue hablando de “Green Book”, de “CODA”, de “Nomadland”, hoy? No son las películas de esos años que han quedado indelebles en nuestra retina. Aunque allí, claro, entra otro factor en juego: esas ganadoras fueron elegidas por ser no las más votadas, sino las de mayor consenso.
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¿Cómo se elige al ganador?
En 2009, la Academia cambió el sistema de votación de la mejor película al voto preferencial: cada votante arma una lista ordenando las diez nominadas según su preferencia, y a partir de allí se van descartando, en diversas rondas, las películas. Por supuesto, las primeras descartadas son las que están abajo en las listas de todos. Pero después ocurre un extraño fenómeno: hay películas que quizás tienen muchos votos positivos, pero también muchos votos negativos. Esas películas, las que dividen aguas, perderán contra otras que quizás no estén arriba en las listas de nadie, pero tampoco abajo: las películas “seguras” se imponen así las más desafiantes. Así es que “Green Book” le ganó a “Roma”, por ejemplo.
Pero esa es apenas la punta de la pirámide de los problemas en el proceso de votación: a pesar de que Harvey Weinstein, el amo del lobby en Hollywood, ha sido marginado de la industria, sus hábitos perduran, y las películas hacen campaña para conseguir votos como si se estuvieran presentando a elecciones presidenciales: los estudios pasean a sus estrellas por diversas proyecciones para los votantes, gastan millones en publicidad y hasta arman campañas para frenar a los rivales.
En medio, los votantes se han acostumbrado que si no les acercan las películas, si no los invitan a estos eventos, quizás ni vean a las nominadas. Esto se da sobre todo en ciertas categorías, como animación o documental, donde año tras año los votantes confiesan en off que ni miraron, que votaron por default la película de un amigo, o “la de Disney”. Y si a ellos mismos no les importa su votación…
¿Los votantes son todos tipos blancos?
Pero, ¿quiénes son ellos? La Academia está formada por más de 10 mil miembros, de diversos rubros de la industria, incluyendo algunos argentinos, un número muy superior al que ostentaban en el pasado, cuando una y otra vez eran atacados por la falta de diversidad en sus filas.
Claro: esa falta de diversidad se veía claramente reflejada en los premios: solo tres mujeres ganaron como mejor directora en la historia de los Oscar (Kathryn Bigelow, Chloé Zhao y Jane Campion), las tres en los últimos 15 años.
Y sin embargo, que las mujeres no ganen no significan que no conquisten derechos. Lo resumió perfecto Helen Mirren, minimizando, justamente, la importancia de la estatuilla: “Lo fantástico de ‘Barbie’”, dijo sobre la película, que no ganó el oscar, “es que es la película más taquillera de toda la historia de Warner Bros. ¿Y alguien se acuerda quién ganó el Oscar ese año?”
Hoy el problema de diversidad está emparchado, aunque los prejuicios permanecen. Y no son solo prejuicios contra las mujeres: también los hay contra los de afuera.
¿Es la ceremonia del mejor cine del mundo?
Solo una película “internacional” ganó el Oscar a mejor película (“Parasite”). El resto siempre fue para la industria de Hollywood. Lógico: detrás de sus ínfulas de ceremonia global, los Oscar son los premios de la industria estadounidense.
Como tal, los premios a menudo reflejan los debates de su sociedad, pero a menudo no son problemas que reverberan con nosotros. De hecho, la discusión por lo “woke” ha revivido el debate: ¿nos representa ese cine premiado allí, ese cine que hace eje a menudo en problemas raciales que no son los nuestros, en situaciones políticas que nos son ajenas, en luchas históricas que acá se dieron de otra manera?
¿Por qué siempre ganan películas dramáticas sobre temas serios?
Justamente, esos temas de agenda (la agenda de Hollywood) que muchas veces alejan al público no estadounidense de las salas son cada vez más protagonistas del cine de Hollywood, porque, claro, son las películas que ganan los premios. Las películas “urgentes”.
Casi todas las últimas ganadoras responden a ese patrón, y entonces los productores eligen desarrollar proyectos con esas características: son las películas “Oscar bait”, anzuelo para el Oscar.
Dramas serios, de más de dos horas, nada de géneros populares. Se prefieren biopics (se prefieren, siempre, actuaciones transformadoras a naturalistas). Así, nunca ganó un Oscar una película de terror puro (solo podríamos hacer ingresar allí a “El silencio de los inocentes”). Y solo una comedia romántica, “Sucedió una noche”. Pero esas películas de géneros populares son a menudo aquellas que recordamos toda la vida, y, además, las que convirtieron a Hollywood en el gran creador de sueños de masas: el cine es un arte popular, aunque la Academia lo olvide.
¿Quién está mirando?
Estos espectadores nuevos, divididos, con sobreoferta, con menos visitas anuales al cine por la invasión de plataformas, son justamente los que han determinado la pérdida de relevancia de la ceremonia anual de la Academia de Hollywood: el rating lleva una década desplomándose, aunque el último año hubo una mínima recuperación en las audiencias.
En Argentina, la tendencia es todavía más marcada: la noche de los Oscar, sagrada para la cinefilia del siglo XX, pasa bastante desapercibida ahora. De todos modos, claro, son millones de espectadores a nivel global: como Tinelli, no son números que se puedan simplemente desestimar. La ceremonia sigue teniendo su aura.
¿Existen todavía películas que valoremos de manera unánime?
Esas películas son más proclives a ser compartidas y valoradas por todos, mucho más que ganadoras del Oscar como “Luz de Luna”, “Nomadland” o “CODA”. Pero cada vez menos, de todas maneras, existen esas experiencias unificadoras: los espectadores tienen mucho más para elegir, ya no hay solo cinco estudios y 10 películas al año, y además el panorama político ha agrietado todo, incluso el cine.
Antes, entonces, había películas que nos unían, que nos reconciliaban: hoy el cine se mete en la grieta, quiere decir, proclamar, y aliena espectadores en el camino, en un panorama marcado además por las plataformas: hay un exceso de oferta y por lo tanto la conversación en torno al cine está dividida, ramificada en mil. ¿Los Oscar pueden, con sus premios, volver a unificar esa conversación? Al contrario, parecen perder relevancia justamente porque no existe un consenso en torno al cine, solo discusiones infinitas. No existe más la idea de una “mejor película”.
¿Le sirve un Oscar a la venta de entradas?
Pero la pérdida gradual del aura se nota en una cifra: las películas solían aumentar, tras ganar un Oscar, un 20% la venta de entradas; hoy ese número es mucho menor, a veces casi imperceptible.
También, claro, ese número se reduce debido a cuestiones ya repasadas: los Oscar le dan la espalda, de diversas manera, a lo que está viendo el público. Este año, si ganaran “Anora” o “The Brutalist”, de hecho, serían la ganadora menos popular de la historia: llevaron menos gente al cine que “Nomadland”, que gracias al efecto Oscar alcanzó los 39 millones de dólares en la taquilla.
¿Qué es una “mejor película”?
La última pregunta en esta serie debería haber sido la primera: en definitiva, ¿existe tal cosa como una “mejor película”? O, ¿por qué vemos los Oscar esperando que ordenen algún tipo de canon cinematográfico, que nos digan qué película es valiosa y cual no? El arte no se puede medir, en definitiva, en los mismos términos que una competencia deportiva.
Pero los Oscar son una tradición: tampoco hay que dejarse llevar por el cinismo. Son una fiesta de cine, hay celebridades bellas. Simplemente, quizás no haya que discutir tanto a sus nominados, o indignarse con sus ganadores.
Quizás, simplemente, no haya que darles tanta importancia, y haya, simplemente, que disfrutar de la fiesta.
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“The Brutalist” ¿la ganadora del oscar menos popular?
El festejo del equipo de “Green book”, ganadora del oscar hoy olvidada
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