Florentino Ameghino: un sabio que llenó de orgullo a la ciencia platense
Edición Impresa | 2 de Marzo de 2025 | 00:21

La provincia de Buenos Aires y su riqueza más significativa -la que proviene de la pampa húmeda que la provee de enormes recursos agropecuarios- sufren sin embargo desde siempre el resultado de los ciclos sucesivos de inundaciones y sequías que se registran en su territorio.
Lo cierto es que los especialistas no dejan de recordar que el sabio Florentino Ameghino, ya en 1884, a sólo dos años de fundada la ciudad de La Plata, en la que vivió, no sólo había predicho la aparición periódica de ese fenómeno, sino que también había propuesto una fórmula para neutralizarlo. Fórmula que aún no fue puesta en práctica.
En su clásico libro “Las secas y las inundaciones”, bregó por la necesidad de que en la Provincia se hicieran obras públicas de retención y no de desagüe. Allí dijo: “Debería pues plantearse el problema de este modo: establecer los medios para poder dar desagüe en los casos urgentes a aquellos terrenos anegadizos, expuestos al peligro de una inundación completa durante la época de excesivas lluvias, pero impedir este desagüe en las estaciones de lluvias menos intensas, y sobre todo en regiones expuestas sólo a inundaciones parciales o limitadas y aprovechar las aguas que sobran en tales épocas para fertilizar los campos en estaciones de seca…”.
Florentino Ameghino tuvo una enorme pasión por explorar la prehistoria argentina
Lo diagnosticó y expresó con claridad. El transcurso del tiempo y luego los climatólogos y especialistas en hidráulica le darían la razón, pero hasta ahora no se le hizo caso. La pampa húmeda, la tierra más rica del país, se sigue inundando o sufre períodos de seca en forma ininterrumpida, indefensa frente a esos ciclos. O a través de canales que desaguan en el río o en el mar pierde las capas más fértiles de su suelo.
Pero no sólo actuó en ese tema. No hace mucho, en 2003, fue hallado un cráneo de un mamífero fósil en la zona de San Pedro. Ese hallazgo permitió confirmar una teoría de Ameghino, que había sido cuestionada por muchos científicos. Se comprobó que el cráneo pertenecía a un mesoterio, uno de los mamíferos más remotos de la edad geológica descripta por el sabio, que se extiende de 500 mil a 1.800.000 años atrás. Trabajos más recientes se habían opuesto a esa tesis al considerar que esa capa reflejaba una edad mucho menor, oscilante entre 130 mil y 500 mil años atrás. Sin embargo, el hallazgo convalidó la teoría de Ameghino.
EL PERSONAJE
¿Quién fue en realidad este sabio que enorgullece a la ciencia de La Plata, especialmente al Museo de Ciencias Naturales, gestado y hecho faro de conocimiento, fundamentalmente, por el Perito Moreno y por él?
Ameghino, en su lugar entre los cinco sabios platenses
Ameghino fue un niño precoz, un autodidacta. Hijo de modestos inmigrantes genoveses, nació en Luján en 1854 y a los pocos años ya recorría las barrancas del río Luján en busca de restos fósiles. Su maestro del primario le dijo a los padres que para él no había nada que enseñarle. A los catorce años, dominaba el idioma francés y conocía a fondo las teorías evolucionistas de Darwin, al que había leído y estudiado por las suyas. A los 16 lo nombraron preceptor y muy poco tiempo después director de una escuela en la localidad bonaerense de Mercedes.
Sus hallazgos en la juventud se hicieron más espectaculares. Sin recursos económicos, a fuerza de pico y pala, fue convirtiendo a las todavía ignotas tierras de la pampa y de la Patagonia en el museo más rico del continente.
De los primeros y modestos caracoles llegó a los restos completos de mastodontes y comenzó a escribir, a hacerse conocer. Viajó a Europa y en la Exposición Universal de París de 1889 causó asombro con sus teorías y escritos. Fue premiado. No tenía cargo alguno en la Argentina y el mundo lo reconocía.
Volvió al país sin trabajo y abrió en Buenos Aires su primera librería, con su hermano menor Carlos: se llamó Gliptodont. Más tarde, abrió otra, ya viviendo en La Plata: la librería Rivadavia, de 11 y 60. Con esas librerías financiaba sus excursiones. Carlos sería su colaborador incondicional durante toda su vida. Ameghino fue, también, en el campo científico, un típico exponente de la Generación del 80.
Florentino Ameghino en su depósito arqueológico
Escribió obras sorprendentes, en las que desarrolló la teoría evolucionista, darwiniana. Publicó su libro “Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles”, de más de mil páginas. A lo largo de su trayectoria científica escribió 24 volúmenes con clasificaciones y descripciones de más de 9.000 animales extinguidos, la mayoría de ellos descubiertos por él. Sostuvo que el hombre primitivo, el Adán de América, vivió en la Patagonia. Fue tan cuestionado como respetado.
En sus años de incertidumbre laboral, Sarmiento -que fue un gran admirador del sabio- dijo que Ameghino era “un paisano de Mercedes que nadie conoce, pero que es admirado por los sabios del mundo entero”. A su vez, José Ingenieros se preguntó una vez, al hablar sobre Ameghino: “¿Qué otro argentino hemos conocido que reuniera en tal alto grado su actitud para la observación y el análisis, su capacidad para la síntesis y la hipótesis, su resistencia para el enorme esfuerzo prolongado durante tantos años, su desinterés por todas las vanidades que hacen del hombre un funcionario pero matan al pensador?”.
LOS SANTOS LAICOS
La antropóloga y doctora en ciencias naturales Irina Podgorny, investigadora del Conicet y profesora del Museo, recordó que hace algo más de un siglo hubo una tendencia encaminada a hacer de los grandes sabios una especie de “santos laicos” y que un antecedente de ello se remonta a la Francia del siglo XVII. Destaca que ese fue el tratamiento que se le dio a la figura de Ameghino.
“La obra de Ameghino le dio fama al país en el mundo entero”
Frente a los sabios emerge el elogio público y la entronización del científico como una suerte de héroe civil, añade Podgorny, que es autora, entre otras obras, del libro “El sendero del tiempo y de las causas accidentales”, en donde se investigan los llamados “espacios de la prehistoria en la Argentina” entre 1850 y 1910, así como el aporte de los investigadores, entre ellos de Ameghino, en ese lapso.
“En la cultura argentina, los primeros sabios en ser celebrados como promesas del destino de la ciencia en el país fueron Francisco Javier Muñiz y Charles Darwin”, añade. Recuerda que Sarmiento primero y luego Mitre y Ameghino homenajearon a esos científicos”.
“Sin embargo, fue Florentino Ameghino quien se transformó en uno de los emblemas más realizados del ‘santo laico’. Poco después de su muerte, el 6 agosto de 1911, el culto civil al sabio argentino se promovió mediante el elogio público póstumo a través de los diarios y de las revistas educativas, científicas, de divulgación y de interés general. La imagen de Ameghino se acuñó con los rasgos de un estudioso aislado y con los del excepcional autodidacta. Asimismo, en la retórica sobre la ciencia en la Argentina, Ameghino tomó el lugar de la víctima de la indiferencia y de la inquina de los poderosos, como también el de uno de los resultados más sobresalientes del suelo y de la historia nacional”, sostiene Podgorny.
Florentino Ameghino. Sus descubrimientos y sus teorías resultaron de enorme valía
“La obra de Ameghino dio fama al país en el mundo entero y, en los años de la primera guerra mundial, se pudo proclamar que nuestros grandiosos mamíferos fósiles habían despertado al genio de Darwin y alimentado a un sabio nacido en el desierto pampeano. Por otro lado, la figura de Ameghino se erigió como la de un arquetipo moralizador para niños y maestros, y en símbolo de la grandeza y las capacidades de los argentinos, resultantes de la fusión de suelo, ideales laicos e historia”.
La investigadora agregó que “uno de los aspectos más interesantes de este fenómeno consiste en analizar los grupos que propusieron y que se opusieron a la consolidación de este prototipo de argentinidad. Ameghino, quien a su muerte ocupaba el cargo de Director del Museo Nacional de Buenos Aires, fue canonizado como “santo moderno” en el contexto de una época en la cual la paleontología y la antropología ocupaban un importante lugar en la mentalidad del público. Pero subrayemos que esos mismos años corresponden al momento en que en la Argentina, como en el resto del mundo, la práctica de la ciencia pierde parte de su retórica universalista para afirmarse en los límites de una ciencia nacional. En este marco, Ameghino desempeñó el papel de icono, tanto para los propulsores del movimiento de regeneración social a través de una cultura científica popular, como para los mismos científicos deseosos de clausurar el período de importación de sabios extranjeros”.
EL FINAL
A una edad que hoy suena como temprana, 57 años, Ameghino falleció en La Plata. Había estado casado con la francesa Leontina Poirier, que falleció en 1908, con quien no tuvo hijos. En el término de dos meses también murieron su madre Dina Armanino y uno de sus amigos más íntimos.
Pocos días después de su muerte, EL DIA publicó una noticia con el siguiente título: “Peregrinación a la tumba del sabio”. Allí, dice textualmente: “Por la tarde se realizó la visita de los estudiantes bonaerenses. Una presentación numerosa de los distintos colegios nacionales llegó a La Plata en el tren de la una, para trasladarse a la necrópolis y reunirse allí frente a la tumba del sabio. Fueron recibidos en la estación por un grupo de estudiantes del Colegio Nacional que, con ellos se trasladaron al Cementerio en tranvías expresos. Frente al panteón de la Asociación de Maestros donde se guardan los restos de Ameghino, se congregaron alrededor de trescientas personas. Terminado este acto los estudiantes visitaron las aulas, laboratorios e internados del Colegio Nacional”.
Florentino Ameghino, uno de los grandes orgullos de la Ciudad
Está claro que aquel cronista anónimo se había sumado, también, a la tendencia de ver en un sabio a un “santo laico”.
Hay un libro que compila las frases de Ameghino. Allí se muestra el hombre sabio que fue, que sigue siendo, Ameghino: “Cambiaré de opinión tantas veces y tan a menudo como adquiera conocimientos nuevos; el día que perciba que mi cerebro ha dejado de ser apto para esos cambios, dejaré de trabajar. Compadezco de todo corazón a todos los que después de haber adquirido y expresado una opinión, no pueden abandonarla nunca más”.
La estatua de Florentino Ameghino y una de las tantas instituciones que llevan su nombre
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