Jóvenes que no estudian ni trabajan: de la exclusión al incentivo

El futuro de los ‘ni-ni’ es incierto, pero los especialistas coinciden en que, con un enfoque integral, se puede lograr revertir esta situación

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En Argentina, un número de jóvenes entre 18 y 24 años se encuentra atrapado en el limbo del “ni-ni”, una categoría que agrupa a quienes ni estudian ni trabajan. La cifra, que según diversos estudios alcanza al 25% de esta franja etaria, ha comenzado a ser vista como una crisis que va más allá de una simple elección personal, convirtiéndose en un problema estructural que involucra a la educación, el mercado laboral y las políticas públicas.

El fenómeno de los jóvenes que deciden no estudiar ni trabajar, en un contexto de crisis económica, inflación y deserción escolar, tiene raíces profundas que los especialistas no dejan de advertir. “Este fenómeno no se trata de jóvenes que eligen el ocio, sino de una realidad muy compleja donde factores socioeconómicos, familiares y educativos juegan un papel fundamental. La falta de oportunidades, las brechas educativas y la precariedad laboral han desilusionado a una generación que no encuentra alternativas de futuro en su entorno inmediato”, analizan los sociólogos.

De acuerdo con el Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA), uno de cada cuatro jóvenes se encuentra en esta situación, pero lo que preocupa es que no es un fenómeno homogéneo. “Este 25% se concentra especialmente en sectores vulnerables, en aquellos jóvenes que provienen de hogares con bajos recursos. En estos casos, la opción de no estudiar ni trabajar se convierte en una estrategia de sobrevivencia ante la falta de apoyo institucional”, comentan los sociólogos, quienes subrayan que la pobreza estructural exacerba las dificultades que enfrentan estos jóvenes para acceder a la educación y el empleo.

Desde el ámbito educativo, los educadores coinciden en que la crisis se origina en el sistema educativo. La deserción escolar, especialmente en el nivel secundario, es una de las principales causas que lleva a los jóvenes a abandonar el trayecto educativo antes de tiempo. “La educación formal no logra acompañar las demandas de una juventud que se siente cada vez más desconectada de lo que se enseña en las aulas. El sistema sigue sin adaptarse a las necesidades del siglo XXI, y muchos jóvenes ven la escuela como un espacio sin futuro”, opinan los psicólogos educativos.

A este panorama, se le suman los retos de ingresar al mercado laboral, donde las opciones son cada vez más escasas y precarias. “El empleo juvenil está marcado por la informalidad, la inestabilidad y la baja remuneración. Los trabajos que podrían ofrecer oportunidades de crecimiento están copados por personas con mayor experiencia o por quienes logran estudiar una carrera técnica o universitaria. Sin un empleo digno o un ingreso estable, los jóvenes caen en una espiral de frustración y desmotivación”, explica un sociólogo, quien apunta que esta situación agudiza el aislamiento social y la sensación de falta de control sobre sus propias vidas.

Los médicos y psiquiatras, por su parte, advierten sobre las consecuencias psicológicas de esta desconexión social.

“El estar excluidos tanto del ámbito académico como del laboral impacta de manera negativa en la salud mental de los jóvenes. Se observa un aumento de casos de depresión, ansiedad y trastornos del sueño en este grupo. Los jóvenes ‘ni-ni’ son quienes más presentan síntomas de estrés, desconfianza y, en muchos casos, abandono emocional de su entorno”, señalan desde el campo de la salud mental. Además, sostienen que esta falta de integración social podría tener efectos devastadores a largo plazo, no solo para los individuos, sino para la sociedad en su conjunto.

El abandono del sistema educativo y la imposibilidad de acceder a un empleo formal configuran un círculo vicioso del cual es difícil salir. Los sociólogos sostienen que la única manera de romper este ciclo es con un cambio de enfoque en las políticas públicas. “Es fundamental promover una reforma educativa que logre captar a esos jóvenes antes de que abandonen la escuela secundaria, y a su vez, ofrecerles opciones laborales que sean coherentes con sus capacidades. Esto no solo involucra al Estado, sino también a las empresas, que deben crear más programas de inclusión para jóvenes sin experiencia”, afirman los especialistas.

En el ámbito de la educación, algunos han propuesto la creación de modelos más flexibles que permitan a los jóvenes trabajar y estudiar al mismo tiempo, como una manera de ganarse la vida mientras acceden a nuevas oportunidades. “Los jóvenes necesitan una educación que se conecte con sus intereses y les brinde herramientas para poder ingresar al mercado laboral. Los programas que combinan educación técnica con prácticas laborales son una de las soluciones más efectivas para este sector”, sugieren los educadores.

Algunas iniciativas no convencionales también están surgiendo en barrios populares y en comunidades marginadas, buscando integrar a estos jóvenes mediante proyectos de arte, deporte y cultura. Por ejemplo, en la ciudad de Córdoba, la Red de Orquestas Barriales ofrece clases de música a chicos en situación de vulnerabilidad, brindándoles una alternativa positiva y alejándolos de la violencia. “Estos proyectos generan un espacio de pertenencia y autoestima, elementos fundamentales para que los jóvenes puedan reinsertarse en el sistema educativo o laboral”, concluyen los antropólogos, quienes destacan la importancia de las redes sociales informales en la inclusión de estos jóvenes.

 

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