Una historia de bolsillo: “Microalmas”, el arte de narrar lo innombrable

Algunas veces, una mirada en el subte basta para entender el mundo. Un pibe que pide monedas, una madre que aprieta el bolso y aparta la vista. A veces, esperar un colectivo se parece demasiado a esperar un mensaje que no llega: la ansiedad del enamorado, la fe idiota del que espera. Otras veces, la memoria estalla contra los párpados al dormir, y lo que nos desvela no es el insomnio, sino el recuerdo. En “Microalmas”, Juan Solá captura todos esos momentos -viscerales, fugaces, íntimos- para convertirlos en literatura. Y no cualquier literatura: la suya, cruda y tierna, cargada de vida.

Publicado por la editorial Árbol Gordo en 2016, es un libro mínimo en tamaño y monumental en contenido. Está hecho de textos breves, escenas que no se nombran como cuentos pero podrían serlo. Fragmentos que laten como si fueran parte del cuerpo. En el centro, dos personas que se aman. No importa tanto si terminan juntos o separados, lo que importa es que lo intentan. Porque el amor no es el resultado, sino el trayecto. Porque lo que arde, deja marcas, pero también ilumina.

Solá elige un registro poético, casi confesional, donde cada línea parece dicha al oído. No hay pretensión de trascendencia: hay verdad. Y en esa verdad está el milagro. Este no es un libro sobre el amor romántico, sino sobre sus desvíos, sus mutaciones. Sobre la ternura cuando se parece al coraje. Sobre el barrio, los cuerpos que resisten, la noche como única patria.

El prólogo de Magalí Tajes lo anticipa: “Somos polvo de estrellas, y Microalmas es la composición de historias diminutas para corazones gigantes”. Pero lo que Solá hace va más allá del drama: se interna en la intimidad de un amor posible, real, con sus contradicciones y sus silencios. De este amor -nos dice un fragmento del libro- “no me duele nada, ni siquiera la memoria de otras noches en que la ficción nos hizo creer en la eternidad del instante”.

Leer Microalmas es un ejercicio de nostalgia y de fe. De asumir que somos fragmentos, y que cada uno de esos fragmentos tiene una historia para contar. El amor, en este libro, no es una meta, sino una forma de estar vivos. Un modo de resistir al olvido.

La narrativa de Juan Solá ha sido reconocida por su sensibilidad, su activismo, y su mirada política sobre los cuerpos disidentes. En obras como “La Chaco” (2016), “Ñeri” (2018) y “Galaxia” (2020), Solá despliega un universo que pone el foco en las vidas al margen, en las voces silenciadas, en la ternura como herramienta de transformación. Este es parte de ese mismo entramado: un libro que habla de lo pequeño para decir lo inmenso.

En tiempos donde la velocidad y la sobreinformación arrasan con lo íntimo, este libro es un acto de rebeldía. Nos obliga a detenernos, a mirar hacia adentro, a recordar que aún cuando todo parece perdido, existe una microalma latiendo en algún rincón, lista para volver a creer.

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