“¿Y ahora qué hago?”, el dilema de los jóvenes al terminar la escuela
Edición Impresa | 20 de Abril de 2025 | 05:22

Por estos días, en muchas casas del país repiten la misma escena: un adolescente que acaba de terminar la secundaria se sienta frente a una computadora, mira las opciones universitarias, se abruma, cierra la pestaña y se encierra en su cuarto. A veces ni siquiera llega a eso. La pregunta “¿qué vas a hacer ahora?” aparece como una daga recurrente, muchas veces más inquietante por quién la formula que por la incertidumbre que la respuesta conlleva. La elección de un camino después de los estudios básicos se ha convertido en un terreno cada vez más complejo, lleno de presiones, expectativas cruzadas y un contexto socioeconómico que no da tregua.
Los psicólogos advierten que la adolescencia tardía, esa etapa donde el joven empieza a dejar atrás la escuela pero aún no accede de lleno al mundo adulto, está atravesada por una angustia particular: la de tener que decidir el futuro en medio de un presente borroso. Estudiar, trabajar, hacer ambas cosas, tomarse un año sabático o, simplemente, esperar a que algo aparezca, son caminos posibles, pero no siempre transitables. “Muchos jóvenes sienten que tienen que saber lo que quieren ser de por vida a los 17 o 18 años, cuando en realidad es una etapa donde las dudas deberían estar habilitadas”, analizan los terapeutas, que además resaltan que el ideal de éxito asociado a una carrera universitaria formal sigue pesando demasiado, incluso cuando el mercado laboral muestra que los títulos ya no son garantía de estabilidad.
Para colmo, el contexto argentino no colabora. Las universidades públicas continúan ofreciendo una amplia gama de carreras gratuitas, pero no siempre cuentan con la infraestructura necesaria para acompañar a ingresantes que, en muchos casos, son primera generación de universitarios en sus familias. Al mismo tiempo, la oferta laboral para jóvenes sin experiencia es escasa, informal y mal remunerada. En este panorama, la figura de los padres se vuelve central, no solo como sostén económico, sino como brújula emocional. “El acompañamiento activo de los padres es clave, no para imponer una elección, sino para ayudar a pensar, a imaginar escenarios, a tolerar la duda y a bancar la frustración si las cosas no salen como se esperaba”, dicen los terapeutas.
Pero, ¿cómo se acompaña sin presionar? ¿Cómo se sugiere sin decidir por el otro? Esas preguntas también habitan las sobremesas familiares. Los sociólogos enuncian que, en una sociedad como la nuestra, donde el ascenso social fue históricamente posible gracias a la educación, muchos padres proyectan en sus hijos un mandato silencioso: “vos tenés que estudiar, yo no pude”. Pero ese mandato choca con una realidad en la que, a veces, estudiar no es suficiente. Entonces aparece la urgencia de “hacer algo”, de “no quedarse”, como si detenerse un momento a pensar fuera un lujo. Y ahí es cuando algunos chicos aceptan trabajos que no los motivan, sólo por salir del paso, o se anotan en carreras al voleo, para no sentirse “fracasados” frente a sus pares.
Los psicólogos señalan que esa decisión apurada puede derivar en frustración temprana y abandono. En lugar de encontrar un camino, se genera el efecto contrario: una sensación de pérdida de tiempo que erosiona la autoestima. Por eso, recomiendan que los padres habiliten el espacio para explorar, incluso si eso implica no estudiar ni trabajar inmediatamente, siempre y cuando haya un proyecto en construcción, una intención, un proceso. “Acompañar es también sostener el vacío sin llenarlo de inmediato con soluciones”, dicen los terapeutas.
Algunas familias logran articular otras formas de apoyo: ofrecen pagar cursos más breves, ayudan a buscar pasantías o empleos temporales que no interfieran con el tiempo de reflexión, o simplemente se sientan a conversar sobre qué entusiasma al joven. Los sociólogos advierten que estas estrategias son más efectivas que cualquier discurso moralizante sobre el deber o el esfuerzo. “Lo que más necesita un adolescente en transición es saber que no está solo. Y eso no se dice: se demuestra”.
Sin embargo, no todas las familias pueden darse ese tiempo. Muchas deben priorizar lo urgente. En esos casos, los terapeutas subrayan que el rol del Estado, la escuela y las redes comunitarias es clave para orientar, para acompañar, para mostrar caminos posibles más allá del binarismo entre universidad o trabajo precario. Pero lo cierto es que, en esta Argentina líquida, donde todo parece moverse más rápido de lo que se puede procesar, cada elección se carga de una responsabilidad casi excesiva.
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