Sacrificio y esfuerzo: platenses que hacen CrossFit

Disputaron la Freedom Battle, pero la preparación arrancó mucho antes. El testimonio de los deportistas amateurs que representaron a nuestra ciudad. Los detalles

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En el mundo del CrossFit, hay un idioma que se habla con el cuerpo: las repeticiones, las transiciones, los gritos de aliento que suenan como mantras en gimnasios donde el tiempo se mide en rounds y no en relojes de pared. Pero hay otro lenguaje más silencioso, menos heroico y también más costoso: el de la planificación, el dinero invertido, la conciliación entre la vida cotidiana y los entrenamientos. Ese idioma lo hablan con fluidez una docena de atletas amateurs de La Plata, que están en Santiago del Espero donde participaron de una de las competencias de CrossFit más grandes del país: la Freedom Battle, que se celebró desde el viernes hasta ayer en el Nodo Tecnológico de la Madre de Ciudades.

Ahí estuvieron, entre más de 1000 atletas, siete platenses: Mariano Dutruel, Alan Basilio y Emanuel Arévalo, en el equipo One Shot; Agustina Gianotti, Lucía López, Gonzalo Díaz y Alejandro Alfonzo, en Almost Four. Estos vecinos de La Plata ajustaron sus agendas, presupuestos y expectativas para llegar con el cuerpo preparado y la mente enfocada. La competencia, que ya lleva varias ediciones y se convirtió en una cita ineludible del circuito nacional, funcionó como una especie de espejo donde no solo se mide el nivel físico, sino también la capacidad de sostener un proyecto deportivo en un país “donde la inflación se come las planificaciones más rápido que un burpee mal hecho”, ironizaron los platenses.

 

Gasté 600 mil pesos en la competencia. En parte lo cubrimos con una venta de remeras. Pero se hace difícil. Cuando no tengo energía o me pesa la jornada, no me exijo. Escuchar al cuerpo es parte del juego

Gonzalo Díaz
CrossFitter amateur platense

 

“La competencia es cara, pero tiene su premio”, dice Mariano Dutruel, 31 años, coach y atleta, que a diario acomoda sus propias sesiones de entrenamiento entre sus clases en un box de La Plata. “Hay que meterle mucha energía desde lo mental, porque el gasto en viajes, inscripción y todo lo demás se fue por las nubes. Estamos hablando de entre 500 y 600 mil pesos, fácil. Pero lograr clasificar a estas competencias nos puso un objetivo y eso nos obligó a dar un poco más cada día”, explicó. Mariano entrena dos horas diarias y trata de mantener hábitos estrictos: descanso, nutricionista, suplementos y una calma mental trabajada como cualquier músculo. “Me gusta disfrutar, no vivirlo con presión. Pero competir también es saber que tenemos que empujar al de al lado, y eso también es hermoso”, definió.

Ese espíritu colectivo es una constante entre quienes llegan desde el amateurismo más comprometido. Como Lucía López, de 28 años, que armó su vida entera alrededor del CrossFit: trabaja dando clases en gimnasios y acomoda sus tiempos de estudio, alimentación y descanso para entrenar entre dos y tres horas por día. “La competencia me da sentido, me enseña cosas. En este caso, con mis compañeros entrenamos tres meses. Hay que organizarse, algunos tienen trabajo fijo, otros estudian. A veces se entrena muy temprano o muy tarde, pero siempre vamos con el mismo objetivo: crecer juntos”, comentó.

 

La competencia enseña. Con mis compañeros entrenamos tres meses. Hay que organizarse entre trabajo y estudio. A veces entrenamos temprano o tarde, pero siempre vamos con el objetivo de crecer juntos”

Lucía López
CrossFitter amateur platense

 

El “juntos” no es un eufemismo. Esta edición de la Freedom Battle se disputa en tríos, y eso implica no solo sincronizar movimientos sino también vidas. Agustina Gianotti, que también tiene 28 años, lo sabe bien: entre cursadas, entrenamientos y una rutina que a veces arranca al alba, dedica cinco días a la semana, dos horas por día, para llegar a competir con la frente en alto. “Desde que empecé a entrenar, supe que quería competir. Hoy mi objetivo es llegar a la categoría élite. Para eso me comprometo, incluso fuera del box: hago movilidad en casa, cuido mi espalda, cambio la forma de estudiar para no lastimarme y trabajo la frustración en terapia”, precisó. Agustina no usa suplementos ni compra accesorios con frecuencia, pero sabe que el gasto más grande fue el viaje y el alojamiento. “Sin embargo, cada competencia me llena de entusiasmo. Me obliga a crecer”, aportó.

El entusiasmo, claro, no pagó los pasajes. Por eso muchos de estos atletas arman movidas solidarias, talleres, rifas y ventas de remeras para cubrir parte del presupuesto. Emanuel Arévalo, por ejemplo, organizó con su equipo un taller de gimnasia donde se sumaron muchas personas para ayudarlos. Estudia, trabaja y entrena al mediodía; y comparte sus rutinas en redes sociales como una forma de difundir lo que hace y atraer apoyo. “Competir cuesta, pero también te conecta con gente que siente lo mismo. Vengo de otros deportes y me doy cuenta que acá también hay comunidad, pasión y ganas de superarse. Mi vida social gira alrededor del box. Competimos, pero también a conocimos otra provincia, compartimos con amigos. Eso no tiene precio”, confesó.

Aunque el precio sí lo tiene. Gonzalo Díaz lo pone en números: “Para esta competencia, entre todo, gasté cerca de 600 mil pesos. Por suerte, parte lo pudimos cubrir con una venta de remeras que hicimos entre todos. Pero se hace difícil. Por eso, cuando no tengo energía o me pesa la jornada de trabajo, no me exijo. Escuchar al cuerpo también es parte del juego”. Gonzalo entrena a la tarde, después de su empleo, y aunque afirma que su prioridad es el trabajo, encuentra en el CrossFit una motivación que lo equilibra. “Voy a divertirme, pero también a ganar. Es un desafío que me entusiasma”, concluyó.

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