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Francisco y la política, una grieta que lo alejó de su país

SONIA AVALOS

22 de Abril de 2025 | 01:47
Edición impresa

 

Columnista de AFP

La relación del papa Francisco con la política argentina ha sido siempre espinosa, incluso desde antes de su entronización en 2013 cuando Jorge Bergoglio era el arzobispo de Buenos Aires, la ciudad natal a la que nunca regresó.

Durante seis años, a partir de 2005, presidió la Conferencia Episcopal Argentina, desde donde hizo pesar el poder de la iglesia católica en la vida política del país, a veces visitando o recibiendo a dirigentes políticos y sindicales, otras con vehementes homilías y documentos públicos que saltaban a los titulares de los diarios.

El fallecido expresidente Néstor Kirchner, un peronista de centro-izquierda, llegó a definir a Bergoglio como “el jefe espiritual de la oposición”.

También tuvo una relación tormentosa con la exmandataria Cristina Kirchner, durante cuyo gobierno se aprobó el matrimonio igualitario, y con el expresidente Mauricio Macri, quien en 2018 habilitó por primera vez el debate parlamentario sobre el derecho al aborto, legalizado en 2020 durante el gobierno de Alberto Fernández.

Pese a sus desencuentros con Macri, que habían comenzado cuando era alcalde de Buenos Aires, Bergoglio “puso por delante su vocación de diálogo”, señaló Sergio Rubín, coautor junto con Francesca Ambrogetti de las biografías “El jesuita” (2013) y “El Pastor” (2023).

Su acción u omisión fue “desde siempre objeto de lecturas partidarias en Argentina”. Él lo sabía, por eso no regresó a su país, dijo Rubín. “Yo quiero ir a Argentina”, aseguraba el propio Francisco en una entrevista al portal Infobae en 2023, aunque también reconocía que le preocupaba “la coyuntura sociopolítica” a su llegada.

“A veces la visita de un Papa puede ser usada” por el partido gobernante, explicó el pontífice, que aspiraba a que su visita no fuera “usada ni para un lado ni para otro”.

En una entrevista con AFP en 2023, Rubín destacó que Francisco era “un hombre con cabeza política y capacidad para sortear situaciones”.

El papa recibió en el Vaticano a todos los presidentes argentinos, incluso al ultraderechista Javier Milei, pese a los insultos que este le había proferido antes de lanzarse a la presidencia, cuando lo llamó “imbécil” y lo consideró “el representante del maligno en la Tierra”.

Francisco basó buena parte de su labor pastoral en criticar el neoliberalismo y abogó por que los poderes públicos protejan a los más vulnerables.

“El Estado, hoy más importante que nunca, está llamado a ejercer ese papel central de redistribución y justicia social”, dijo el papa en un videomensaje que envió en 2024 a una asociación de jueces de Argentina un mes después de recibir a Milei en el Vaticano.

PERONISTA, SER O NO SER

Aunque en Argentina el Estado y la Iglesia están separados, los vínculos han sido siempre muy estrechos. Hasta la reforma constitucional de 1994 era requisito ser católico para acceder a la presidencia.

En ese contexto lo que el papa hiciera o dejase de hacer, lo que dijese o silenciase, ha sido leído “en clave local por los diversos grupos de poder mediáticos, políticos, religiosos y económicos”, escribió el sociólogo Fortunato Malimacci en 2013. Y si la polarización política argentina lo atrapó, la definición como peronista o anti no podía serle ajena.

“Nunca fui afiliado, militante o simpatizante del peronismo. Afirmar eso es una mentira. Mis escritos sobre la justicia social llevaron a que se dijera que soy peronista. Pero en la hipótesis de tener una concepción peronista de la política, ¿qué tendría de malo?”, cuestionó.

Rubín explicó que “en Argentina al papa se lo ubicaba en un perfil de izquierda, y la derecha más liberal no lo quería”.

Según este biógrafo, Francisco valoraba enormemente el trabajo pastoral en las villas y barrios más empobrecidos de Argentina. “Él no quiere que los grupos de izquierda se queden con toda la representación popular y tampoco que se pierdan para la Iglesia Católica. Por eso quiere tener ahí una influencia”, dijo.

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