Cuando el alcohol es refugio y la infancia, un campo de batalla

Con una prosa breve, contenida y feroz, la autora retrata la deriva de dos adolescentes afectados por el universo adulto

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Hay novelas que se leen como una bofetada, que no dan tregua y no ofrecen salida. ‘Las lealtades’, de Delphine de Vigan, es una de ellas. Publicada en 2018, esta obra breve pero densísima pone en escena un puñado de personajes quebrados, atrapados en una coreografía de silencios, omisiones y culpas. Su estructura coral —cuatro voces narrativas: dos niños, una madre y una docente— permite ver la misma catástrofe desde distintos ángulos. Pero hay un centro indiscutible en esta novela: se llama Théo, tiene doce años y bebe alcohol como si de eso dependiera su supervivencia.

Delphine de Vigan arranca con una definición. Las lealtades, dice, son “lazos invisibles que nos vinculan a los demás, lo mismo a los muertos que a los vivos, fidelidades silenciosas, las leyes de la infancia que dormitan en el interior de nuestros cuerpos, nuestras alas y nuestros yugos, las zanjas en las que enterramos nuestros sueños”. Todo lo que sigue será una puesta en escena de esa idea brutal: cómo esos lazos que deberían salvar, a veces matan.

Théo vive entre dos padres que han dejado de serlo. El padre, sumido en la depresión, vegeta en un departamento cada vez más sucio, encerrado en sí mismo. La madre, tomada por un odio furioso hacia su ex, usa al hijo como campo de batalla. Théo, incapaz de encontrar un refugio emocional, se fuga hacia el alcohol, en compañía de Mathis, su mejor amigo, también atrapado en una familia al borde del colapso. La madre de Mathis descubrirá en la computadora del marido algo monstruoso que terminará de erosionar su mundo. Y Hélène, la docente de los chicos, buscará intervenir, empujada tanto por la intuición pedagógica como por los fantasmas de su propia infancia: un pasado marcado por la violencia y la omisión.

El mundo de ‘Las lealtades’ está envuelto en una materia corrupta que parece imposible de limpiar. Los adultos no entienden, no alcanzan, no llegan. Están tan atrapados en sus propios abismos que ni siquiera perciben lo que les pasa a sus hijos. Lo siniestro no viene de lo extraordinario, sino de lo habitual: el silencio, la omisión, la negligencia. Todo lo que se naturaliza hasta que un cuerpo —el de un niño, por ejemplo— cae.

La obra no se lee, se atraviesa. No busca moralejas ni finales redentores. Nos enfrenta con lo que preferimos no ver: las fracturas invisibles de la infancia, las pequeñas miserias cotidianas que se convierten en tragedia, la forma en que los adultos —por acción u omisión— pueden ser cómplices del derrumbe de un niño. Nos obliga a mirar de frente, sin consuelo.

Las lealtades
DELPHINE DE VIGAN
Editorial: Anagrama
Páginas: 208
Precio: $29.700
Delphine de Vigan
Las lealtades

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