La iglesia de hoy

Preparando la Navidad

Los textos bíblicos que se proclaman en este segundo Domingo de Adviento nos recuerdan, entre otras cosas, el papel que tienen aquellas personas que, bajo el impulso de Dios, ya sea como profetas, heraldos, apóstoles o como sea, nos ayudan decisivamente a prepararnos para vivir mejor una nueva Navidad. Hoy la Iglesia nos propone, sobre todo, a san Juan Bautista, el Precursor de Jesús, y nos exhorta con él a una conversión de nuestras maneras de pensar y de actuar.

Como señala el Evangelio (Lc 3, 1-6), Juan Bautista fue realmente un personaje histórico, como de manera excelsa lo fue y lo es el mismo Señor Jesús. Pero esta preocupación del evangelista por destacar su singularidad no puede hacernos olvidar, junto con los otros textos, que en definitiva y de un modo semejante todos estamos llamados no sólo a dejarnos convertir, sino también a ser cada uno de nosotros un "precursor", a fin de que Jesús pueda nacer en nosotros y en tantos que lo esperan sin saberlo.

Pensemos, por ejemplo, en tantos padres y madres que preparan con gozo, aunque con esfuerzo, el terreno del corazón de sus hijos para que Jesús sea reconocido, amado y obedecido como el auténtico y único Salvador del mundo. Y tantos varones y mujeres que en los hospitales y en las cárceles procuran que la esperanza de Navidad no se diluya ni se estropee en medio de las tinieblas, de la soledad, de la ignominia, el desánimo, e incluso de la injusticia. Y no olvidemos a quienes - como aquella débil comunidad, de la que hoy ha hecho memoria el profeta Baruc (5, 1-9) - se animan a trabajar para que haya más justicia y solidaridad, y trabajan incansablemente por la santidad y la alegría en favor de todos sus hermanos sin acepciones.

Ciertamente es Dios mismo Quien llama y elige. Pero la Iglesia quiere que también valoremos hoy el papel indispensable del silencio interior y de la austeridad de vida, si queremos captar en medio de un mundo demasiado lleno de luces y sonidos - ¡demasiado consumista!- el sentido profundo de la Navidad. Si queremos darlo a conocer y a amar a Jesús - ésta también es nuestra vocación - es preciso que El nos ayude a discernir su camino en medio del bullicio de la vida cotidiana.

Pero, por otra parte, hay una segunda idea que se desprende de los textos bíblicos de hoy. Ante todo es necesario no desconfiar nunca de Dios, tanto cuando las cosas van bien como cuando van menos bien. Siempre será imprescindible que mantengamos aquella profunda pero sencilla confianza en el Amor de Dios, que nos ayudará para eludir la tentación de pensar que somos nosotros los que salvaremos al mundo. ¡El Señor Jesús es el único Salvador! Nosotros sólo somos simples precursores, instrumentos del Amor de Dios.

Los apóstoles, los santos, y hoy Juan Bautista, nos podrían decir con palabras definitivas: Yo bautizo con agua - o yo preparo el camino -, pero Jesús es el que viene y nos salva a todos. El es el único que nos puede dar su Espíritu.

Prepararnos para celebrar el Nacimiento de Jesús, también es dejar que el Amor de Dios siga haciendo "grandes cosas por nosotros", como se canta en el Salmo 126 [125], después de la primera Lectura de este Domingo.

Quiera Dios concedernos la gracia de abrirnos a su Palabra, para que respondamos sedientos de su Salvación.*