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Las PASO no marcan más que una tendencia. La pulseada de fondo se definirá en octubre. Pero todo indica que dentro de dos meses, el paisaje que se pintó este domingo no cambiará demasiado. En ese caso, el Gobierno podría tener que convivir, a partir de diciembre, con un Congreso adverso y con una oposición fuertemente revitalizada.
En una primera lectura, que la propia Presidenta insinuó en su discurso post electoral, podría creerse que este escenario es similar al que el kirchnerismo enfrentó en el 2009. Aquella vez el Gobierno venía de la desgastante puja con el campo por la famosa resolución 125 de las retenciones móviles. Y sufrió una derrota en las urnas con una lista que encabezaba el propio Néstor Kirchner y sostenida por aquella curiosa creación de las candidaturas testimoniales. Pero el contexto y las condiciones objetivas son muy distintas.
Vale la pena intentar un repaso de las diferencias: en el 2009 el kirchnerismo perdió frente a De Narváez por una diferencia bastante menor que la le sacó ahora Massa a Insaurralde. El ganador era, además, un empresario que hacía en aquella instancia su debut electoral, sin estructura partidaria, con escasa inserción en el peronismo y en alianza con dirigentes que sostenían una precaria convivencia que, de hecho, estalló apenas después de la elección.
El kirchnerismo, además, era una fuerza con alternativas. Kirchner se había guardado la carta de su propia reelección tras un periodo de alternancia con su esposa. Y Cristina tenía intacta la chance de un segundo mandato.
El Gobierno ha perdido ahora contra un líder joven del propio peronismo, que tiene base territorial como intendente de Tigre y que ha tejido una red de alianzas con otros jefes comunales que ahora se podría extender.
Pero hay un factor central que marca la diferencia: Cristina no tiene posibilidad de ser reelecta y el sueño de una reforma constitucional ha quedado definitivamente cancelado hacia adentro del kirchnerismo. La sucesión es para el oficialismo un dilema irresuelto. Aquellas chances que estaban abiertas en el 2009, hoy no existen.
El Gobierno podría tener que convivir, a partir de diciembre, con un Congreso adverso y con una oposición fuertemente revitalizada
Más allá de las condiciones políticas, la economía también parece esta ahora en un punto distinto al del 2009. Después de aquella elección que perdió Kirchner empezó a afirmarse una recuperación tras una fase recesiva. Las actuales perspectivas no son en ningún caso catastróficas, pero sí inciertas.
MENOS BANCAS
En este contexto, el kirchnerismo correrá en octubre el riesgo de perder el control de la Cámara de Diputados y de depender en el Senado de alianzas inestables. Los resultados de las primarias marcan esta concreta posibilidad, en caso de que se repitan los mismos guarismos en octubre.
El oficialismo no sólo podría perder bancas propias que pondrá en juego en octubre, sino que se podría achicar también el espacio de sus aliados incondicionales. El sabatellismo, por ejemplo, vería reducida su representación. Y en el Movimiento Popular Neuquino perdió la interna de este domingo el sector pro kirchnerista (liderado por el gobernador Jorge Sapag). Pero además podría ocurrir que el resultado electoral provoque reacomodamiento y realineamientos a partir de la nueva conformación de las Cámaras.
EL “PATO RENGO”
En la política norteamericana se habla del “pato rengo” para aludir al presidente que enfrenta el último tramo de su segundo mandato, sin posibilidad de reelección. Es una situación que los politólogos han estudiado durante décadas y que abre siempre procesos de transición con dosis de incertidumbre.
Esto es lo que Néstor Kirchner había soñado que se podía evitar con la fórmula de una “alternancia matrimonial”. Pero su fallecimiento, en todo caso, dejó trunca aquella posibilidad, aunque fuera meramente teórica.
Lo cierto es que después de un ciclo de diez años, que se inauguró con la asunción de Kirchner en 2003, la Presidenta se enfrenta a un escenario inédito: el de pensar la sucesión fuera de ella misma y de su núcleo familiar. Esto genera interrogantes sobre las estrategias políticas con las que encarará sus dos últimos años de mandato.
El riesgo de tener que hacerlo con un Congreso opositor aumenta esos interrogantes.
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