Mauricio Pellegrino: lo vivió con la misma tranquilidad que irradia

SENSACIONES
Por SERGIO SOIRIFMAN

"Hubiésemos querido ganar, más jugando con un hombre de más, pero al final terminamos con uno menos que ellos y se complicó"

"Gimnasia es un equipo duro, pero Estudiantes llevó el peso de ser el protagonista del clásico. El equipo tuvo mucha actitud"

"Fuimos los que propusimos ganar el partido desde el comienzo, pero ellos se encontraron con un gol y se les simplificó las cosas, jugaron a lo que saben "

Ese flaco alto y elegante que se ve por la TV, ese flaco alto que habla pausado y sin gestos ampulosos en las conferencias de prensa o el que se puede observar en una práctica en el Country, ese fue Mauricio Pellegrino en su primer clásico platense, el que despierta una pasión intensa, inigualable para la ciudad. Ese flaco alto que protesta poco que nunca “juega para la tribuna” es para quererlo o para odiarlo. Porque el fútbol argentino está acostumbrado a otra cosa, aunque tampoco sirve pasarse de la raya como lo hacen algunos técnicos. Pellegrino ya demostró que es así y ni el clásico lo hizo cambiar.

De entrada nomás demostró, como debería ser, que un partido no es de vida o muerte. Ni bien ingresó al campo de juego se fue hacia su sector, se sentó y segundos después caminó hasta el banco rival y se estrechó en un abrazo con Pedro Troglio. Un gesto que lo pinta como es. Nada de dramatizar, es un partido de fútbol y hay que tomarlo como tal, aunque a muchos no les guste su forma de ser porque entienden que así no le transmite nada a sus jugadores.

Arranque del partido, el nerviosismo de los hinchas hace contagiar hasta la mole de cemento que es el Unico, pero el DT del Pincha se sentó en su lugar. Vio las primeras acciones-nada favorables para sus dirigidos- y se acercó al borde del campo. Brazos cruzados, sin gestos y pocas indicaciones. Alguna que otra charla con Verón en una de las tantas interrupciones del partido y nada más. Ni el gol del Lobo lo inquietó, aunque su primera preocupación llegó con la lesión de la Brujita. Miró, caminó de un lado hacia otro y rápidamente pidió por Damonte. Pocas palabras, pareció más un monólogo de aliento que de indicaciones hacia el “platinado”. Y mientras la Brujita salía del campo con gestos de dolor se acercó preguntó algo y terminó con una palmada hacia el 11. Para quererlo o para odiarlo. A Pellegrino no se le movió ni un pelo, salvo cuando su equipo logró el empate. Lo festejó con todos los que tenía cerca y otra vez a lo suyo hasta el final. Con pocas frases en la conferencia de prensa, intentando justificar un empate que para el juego de su equipo pudo haber sido derrota. Y casi con seguridad se fue a su domicilio como cuando llegó. Así se ofrece Mauricio Pellegrino, un técnico distinto en cuanto imagen se refiere para el fútbol argentino y porque no para los jugadores de nuestro medio. Es para quererlo o para odiarlo.