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Quedaron mano a mano, pero el Lobo hizo más que el Pincha

El clásico terminó en polémica por los errores del árbitro Laverni

23 de Septiembre de 2013 | 00:00

COMENTARIO
Por ANIBAL GUIDI

La estadística marcará empate. Los memoriosos y, especialmente, los que ven el juego sin el apasionamiento -a veces exarcebado- que despierta el clásico platense, dirán que Gimnasia hizo algo más como para merecer una mejor recompensa. Pero, eso sí, la gran mayoría coincidirá en que los fallos -en su mayoría erróneos- del árbitro Saúl Laverni, justo en su debut en el “derby” platense (y no fue uno más, sino el Nº 150 del profesionalismo) lo condicionó terriblemente. Para uno y para otro lado, aunque en la “repartija” el más condicionado ayer fue el visitante que, por razones de seguridad, fue más visitante que nunca en el estadio Ciudad de La Plata, reservado integrante para los hinchas albirrojos.

Y vaya paradoja, además. Los goles los marcaron jugadores extranjeros. El de Gimnasia, en el primer tiempo, lo señaló el colombiano José Erik Correa, que carga con el envidiable promedio que un tanto cada media hora, mientras que el del empate de Estudiantes lo anotó el brasilero-uruguayo Matías Aguirregaray, en la etapa complementaria. Los dos, además, hicieron su debut en esta puja, evidentemente la que más pasión despierta en el fútbol argentino. Pasión que existe afuera y también adentro, en donde nadie escatima la pierna fuerte y el coraje, pero tanto ímpetu, al final, suele costar caro. Así, los dos terminaron con uno menos, ya que Laverni expulsó al mens sana Facundo Oreja, a los 13’ del complemento, y sobre el cierre corrió igual suerte el albirrojo Israel Damonte. Aquel por doble amarilla, éste por agresión.

Y con este agregado: Estudiantes terminó jugando con nueve jugadores ya que en el cierre se retiró lesionado Patricio Rodríguez y había agotado las variantes reglamentarias.

Y si nos atenemos a lo que táctica y estratégicamente brindó el clásico, no caben dudas en cuanto a que Troglio leyó mucho mejor el partido y que, en la práctica, sus jugadores, a despecho que no escatimaron, y peligrosamente, el juego fuerte, lo supieron llevar muy bien a la práctica. Es que sacaron a relucir su oficio y carácter, al tiempo que con una admirable predisposición le cortaron los circuitos de juego a su rival.

En ese aspecto, la tarea de Mussis, que primero fue sobre Verón hasta que se lesionó, y que luego lo siguió a su reemplazante Damonte, fue determinante. Y, se sabe, Estudiantes maneja todo a partir de lo que genera su capitán, quien absorbe absolutamente todo, y eso termina siendo negativo para el equipo.

Salvo Patricio Rodríguez, que con sus arrestos individuales le produjo algunas zozobras al conjunto visitante, lo cierto es que Estudiantes se vio primero sorprendido, luego maniatado y, finalmente, dominado por un rival que propuso más a partir de la actitud y la predisposición, que lo hirió a los 21’ con una jugada de córner (centro de Díaz desde la izquierda, Blengio la bajó de cabeza por el segundo palo y el moreno Correa la empujó desde cerca la pelota a la red), y que luego pasó a pisar más fuerte cuando Verón, lesionado, tuvo que abandonar la cancha.

Un plateísta pincharrata graficó bien lo que había sucedido en esos primeros 45’: “ellos jugaron el clásico como se debe; nosotros hicimos jueguito”, y no estuvo alejado de la realidad.

Pero lo cierto es que se había jugado con dientes apretados y con más aciertos el visitante que el local, todo ante la mirada persuasiva de un árbitro que había admitido en la previa que ahora, ya fuera de la posibilidad de ir al Mundial, se ha sacado las presiones de encima, pero que a la hora de tomar decisiones no actuó con la energía necesaria, y por eso luego pasó lo que pasó.

Y allí andaba el Lobo despierto, activo y enchufado, y un Pincha errático e impreciso, que estaba necesitado de algún hecho fortuito para enderezar un rumbo por entonces confundo, errático e impreciso.

De pronto a Gimnasia s le abrió la cancha, a lo largo y a lo ancho, mientras que las dudas comenzaron a revolotear sobre Estudiantes que no conseguía la forma ni la manera de poder llegar con claridad hasta Monetti. Allá lejos había quedado aquel derechazo de Correa, tras centro de Rodríguez, que fue a estrellarse con la cara de Monetti cuando fue a taparle el ángulo de disparo.

Parecía que el Lobo iba a ganar el duelo psicológico, tan importante en un clásico, en donde los deseos de no perder hasta empujan a cometer algún desaguisado.

Pero al regreso del descanso, las cosas sufrirían un vuelco dramático, que hasta le pudo haber dado un premio al que hizo poco, y haber dejado sin nada al que había dado más.

Se sabe, existen jugadas que tienen un efecto notable en un partido, en una historia, en 90 minutos que se juegan a todo o nada.

Son esas acciones que producen un vuelco rotundo en el momento menos pensado. El clásico platense se dio vuelta justamente por una mano mal cobrada por Laverni. De ahí, la expulsión de Oreja (venía con amarilla y sumó la segunda pese a que juró y perjuró que la pelota había impactado en su hombro, como se corroboró incluso por las imágenes televisivas), el tiro libre del refresco Luna, la atajada de Monetti, el centro de Carrillo que capturó el rebote, y el empate de Aguirregaray entrando por el medio para empujar el balón. Lo siguiente fue la calentura de Troglio, que protestó y se fue expulsado, y una puerta que quedó abierta para Estudiantes para, ahora sí, hacerse dueño del clásico. Había empatado y estaba con uno demás.

Pero este Estudiantes, el de las últimas fechas, el que acumula cuatro partidos sin ganar (tres empates y una derrota) no pudo, ni lo dejaron, hacer lo que se imponía para dar vuelta la historia.

No se entiende aquí la lectura que Pellegrino hizo del partido, en donde refirió que la propuesta había sido albirroja, aunque luego reconoció que “el empate es lo que hay, hubiéramos querido ganar pero nos costó”, en donde cambió aquella postura reñida con lo que fue el partido.

A Gimnasia le costó acomodarse a jugar con uno menos. Rearmó el fondo y el medio y apostó al pelotazo largo, con el que llegó a inquietar cuando el local, ya extraviado futbolísticamente, comenzó a equivocarse atrás, y primero Meza (tapó Rulli abajo contra el palo derecho) y después Barsottini (cabeceó un córner y, cuando la pelota entraba, la sacó sobre la línea con otro cabezazo Klusener, el último refresco) pudieron haber escrito otra historia, al tiempo que Estudiantes nunca pudo hacer revolcar a Monetti.

El cierre fue de alto voltaje. La expulsión de Damonte, por aplicarle un cabezazo a Licht sin pelota, luego de una actitud antirreglamentaria que le protestó todo Gimnasia tras un pique por lesión de Rodríguez, que con un golpe abdominal se tuvo que ir en camilla por lo que Estudiantes cerró el juego con nueve y sin pensar en otra cosa que abrazarse al punto y estirar a 10 partidos su invicto de local.

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