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Por EDUARDO DUHALDE (*)
En estos días los argentinos nos aprestamos a celebrar treinta años ininterrumpidos de vivir en un Estado de Derecho. Las instituciones de la democracia, reinstauradas a fines de 1983, han mantenido su vigencia durante un período que para otras repúblicas será nada, pero que para nosotros resulta inédito. No siempre fue fácil, y en algunos momentos las tensiones hicieron suponer que caíamos en una nueva ruptura del orden constitucional; pasamos por situaciones -una de las cuales me tocó actuar- en las que caminamos por el borde del precipicio. Sin embargo, la vocación democrática de la mayoría de los argentinos se impuso, y logramos encontrar soluciones que terminaron preservando esta excepcional continuidad.
En esta hora no podemos olvidar la figura señera de don Raúl Alfonsín, el primer Presidente de la República electo luego de la última interrupción del régimen republicano. Su importancia se agiganta con el tiempo, que permite aquilatar la magnitud de los problemas que debió enfrentar, y su vocación inclaudicable por lograr que la democracia se hiciera carne entre nosotros, buscando inducir un salto cualitativo en la conciencia que todos los argentinos debemos tener del valor de la convivencia política y social. Don Raúl no sólo quiso preservar las instituciones sino que intentó emprender la construcción de lo que llamaba “la casa común”. De esa dura tarea, Alfonsín extrajo ricas reflexiones, entre las que destaco sus estas lacerantes palabras: “tenemos democracia, pero nos hacen falta demócratas”.
Para mal de nuestros pecados, en esa frase se condensa una dura verdad: los argentinos padecíamos y aún padecemos de una suerte de subdesarrollo democrático, del que hablamos poco pero que es al menos tan pernicioso como el subdesarrollo económico. De allí, la imagen de que la copa del actual festejo de la democracia argentina por sus tres décadas se encuentra a medio llenar; unos dirán que está medio vacía, mientras que yo, con mi conocido optimismo, prefiero verla medio llena. Nuestros males son superables y la receta es, sencillamente, más democracia, dicho esto en el sentido de que debemos ampliarla y profundizarla, de modo que llegue a todos los argentinos y eche raíces en los hábitos culturales que rigen nuestras relaciones políticas y sociales.
Esto requiere considerar seriamente los problemas que el ejercicio democrático ha puesto en evidencia durante estos treinta años, entre ellos un naturalizado hiperpresidencialismo que debemos revertir.
En ese sentido, sigue costando mucho considerar a los eventuales rivales políticos como adversarios; tentados por una retórica fácil, con réditos de corto plazo, se los califica de enemigos, con lo que se termina por considerarlos y tratarlos como tales. Hay una incapacidad para ver en el otro una imagen tan humana -y digna de consideración y respeto- como la propia. Con semejantes premisas, no resulta extraño que en nuestra democracia no se generen los necesarios consensos, y que quienes gobiernan no se sientan en absoluto obligados a promoverlos. Y eso redunda en nuestra carencia de políticas de Estado, de acuerdos fundamentales que marquen un rumbo nacional que se sostenga pese al cambio de color de los gobernantes de turno.
Así es que brindo en estas fechas con la copa medio llena. No obstante, lo hago con la convicción de que nuestro destino es otro, y que no será preciso que pasen otros treinta años de vigencia de las instituciones democráticas para que podamos festejar en plenitud. Confío absolutamente en que la democracia tiene sus propios mecanismos de corrección, y es eso precisamente lo que la convierte en el mejor de los sistemas políticos conocidos. Puede suceder, aunque es difícil, que un gobierno advierta sus propios yerros y rectifique el rumbo; en nuestras latitudes al menos, es un suceso excepcional.
Pero lo verdaderamente curativo es el remedio del sufragio; usándolo, los argentinos, cansados de confrontación y pequeñeces de espíritu, pueden imponer políticamente los cambios que ya están maduros en el cuerpo social. Entonces sí brindaremos a copa llena por el milagro de la democracia argentina.
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