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Niños cautivos

2 de Febrero de 2014 | 00:00
Niños cautivos

Por Leopoldo Mancinelli*

En un cuento de Ray Bradbury, una familia enfrenta serio conflicto cuando los niños se empecinan en un juego interactivo que a sus padres les parece riesgoso. Después de intensas discusiones y ante la sugerencia de un terapeuta los chicos continúan cada vez más enfrascados en su programa. Cuando los padres deciden finalmente rescatarlos, se produce un final escalofriante. El juego había dejado de ser juego.

Medio siglo después de la escritura de ese cuento, la situación social nos lleva a un panorama parecido. Aunque los padres saben anticiparse a las situaciones de peligro y tienen los conocimientos y los recursos para evitarlo, tienen que enfrentarse con los deseos de sus hijos, cautivos a su vez de las pautas culturales dominantes. Los padres sugieren un curso de acción, pensando en la protección de sus hijos, pero éstos insisten en hacer las cosas a su propio modo, tal y como dictan las costumbres de su entorno social.

La pareja parental no puede hacer valer su experiencia en asuntos de riesgo, porque sus hijos están enredados en las expectativas de los demás, en lo que opina la voz del grupo. Los chicos no pueden beneficiarse de la sabiduría de sus padres porque incluso éstos están atados a las convenciones sociales, y temen quedar descolocados.

No resulta sencillo prohibir una práctica que en esencia tiene todos los condimentos de una experiencia de fantasía, como la de surfear las dunas: lugar de ensueño, dunas blancas y blandas, vehículo potente y de dócil manejo y cientos o miles de semejantes enfrascados en la misma dulce actividad.

¿Cuál puede ser la reacción del menor cuando sus padres le niegan un éxtasis semejante? Además de la respuesta de profunda frustración, vienen las reflexiones acerca de los cientos de ejemplos de su entorno, de chicos de su edad y condición que han tenido esa experiencia. Esa constatación lo lleva a pensar que sus padres han cometido con él una grave injusticia.

La dificultad paterna para cuidar la integridad de sus hijos, está sostenida por el temor a que sus prohibiciones o condicionamiento produzcan en éstos una herida imborrable, o que lo margine de su grupo de pares. Ante la posibilidad de ser juzgados por sus hijos o por el entorno de éstos, prefieren ser complacientes y confiar en la Providencia.

Como en el cuento de Bradbury, a los padres les resulta difícil interrumpir el juego.

* Psicólogo

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