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Por ALEJANDRO CASTAÑEDA
La corrupción está siempre en la vidriera. En los despachos oficiales, el dinero se ha vuelto monótono y fatal, como dice el tango. Los negocios sucios invaden todo, es cierto, pero al menos le agregan un poco de lujo, desenfado y sorpresas a la rutina gris y violenta de estos días.
El sastre paraguayo Roberto Espínola, por ejemplo, ha diseñado un traje sin bolsillos para combatir la corrupción. A la prenda la ha bautizado como Traje Ibáñez, en alusión al diputado José María Ibáñez, del gobernante Partido Colorado, procesado por cobrar salarios del Estado bajo el nombre de tres empleados domésticos suyos
“El que esté dispuesto a ser honesto que use el traje sin bolsillos”, desafía este empresario de 62 años, dueño de las nueve tiendas de Grandes Sastrerías Robert. En una charla telefónica con el diario español El PAIS, Espínola expresó que decidió escrachar al diputado porque ya estaba harto de que “Ibáñez y otros como él” roben y encima se rían de los ciudadanos. Sus trajes son bien lisitos. Porque cree que los diputados con los bolsillos vacíos son un riesgo: al final siempre buscaran una cosita para llenarlos con algo. Por eso los prohibió.
Hace un mes, Espínola lanzó la “nueva colección Ibáñez, sin bolsillos”. De su hartazgo y sus tijeras salieron los nuevos modelos. La oferta funcionó bien. Desde entonces ha recibido 22 encargos de traje y 18 más procedentes de la Cámara Junior Internacional, asociación que premia a los jóvenes sobresalientes del año en un acto oficial.
¿Cómo se le ocurrió?, le preguntan. El empresario, presidente del movimiento anticorrupción Basta Ya, aprendió, en su taller y en la vida, que la verdadera identidad de un político está en el bolsillo antes que en la cabeza. Que si los damos vuelta, hay mas certezas en su papelerío ocasional que en sus ideas. Y con mucho sentido de la oportunidad lanzó un traje llamativo, sin recodos ni dobleces, que sirve lo mismo para honrados con mandato cumplido que para ladrones elegantes. No ignora que la corrupción está en todos lados, pero siente, como muchos, que la cosa debería ser más repartida y que lo ideal sería que todos puedan robar un poco, pero no que siempre roben los mismos.
El traje paraguayo que no oculta nada, es un aporte a la tan pregonada transparencia, un ambo a medida del buen gobernante, sin escondites ni doble fondo. El sastre justiciero considera que los escaparates deben proponer modelos que dejen todo el aire, incluso la sospecha. La corrupción esta tan naturalizada –dice- que hasta los maniquíes tenían cara de trampa. Espínola, que vistió a más de un poderoso, entonces apostó al cambio: es que cree que los bolsillos de los políticos, aún los más inocentes, siempre le hacen un lugarcito a la tentación y a la suspicacia. Su traje, por eso, los obliga a tener manos libres y limpias.
La corrupción gana terrenos en todas partes y sin duda será parte de una actualidad nacional que promete más debates en tribunales que en el Congreso. El traje paraguayo ha sido una advertencia. Muchos funcionarios se han hecho cargo de la indirecta y han vaciado sus bolsillos para dejar sin manchas la entretela de sus equipos de trabajo: repasan solapas, desmontan dobladillos y se aligeran de forros
Es que el buen bolsillo siempre supo esconder secretos y expectativas. Ahí van los documentos y la llave, los dividendos y el comprimido, la billetera y los deslices. El hombre siempre ha guardado allí algo más que sus pesitos. Los bolsillos, con tapas o sin tapas, a la vista o escondidos, surgieron en la antigüedad. Y fueron cada vez más anchos y discretos. Los modistos de todas las épocas tomaron nota de que los hombres necesitan poseer un recoveco oculto, en el alma o el traje, para poder esconder allí lo que se disfruta y no se muestra.
Hoy, algunos ministros tiemblan: mientras Paraguay impone el traje “anti sobres”, en el espacio, la sonda Rosetta empezó a cazar cometas.
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