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Por MARTIN TETAZ (*)
Twitter @martintetaz
Son las nueve de la noche de un jueves hiper caluroso. Siete jóvenes desalineados, hambrientos y paradójicamente felices deambulan revisando tachos de basura en pleno microcentro.
No rompen ni desparraman las bolsas, sino que cuidadosamente buscan vegetales y descartan cualquier residuo alimenticio proveniente de animales.
Bananas con la punta negra de madurez, hojas de lechuga que fueron removidas para mejorar la estética de la verdulería del super, manzanas picadas, panes blandos para una muela pero duros para ser vendidos como si fueran del día y cualquier otro producto comestible que un perro no dudaría en devorar como rosquillas pero que no pasan los requisitos que nuestra cultura dictamina.
Son Freeganos, un término que juega con las palabras Free (libre en inglés) y Vegano (vegetarianos que no comen productos de origen animal). Pertenecen a una tribu urbana que reniega del sistema capitalista y que está convencida de que es posible vivir sin un peso.
OKUPAS O ALOJADOS
Algunos son okupas, otros disfrutan de la filantropía de algún familiar o amigo generoso que les brinda alojamiento. Se visten en “gratiferias”; unos espacios abiertos cuya filosofía es que cada uno lleva lo quiere (o nada) y se lleva lo que quiere (o nada), usan limón en reemplazo de los desodorantes industriales con el argumento de que su alta acidez mata las bacterias que producen los malos olores y cambian el resto de las cosas que su austera vida les exige por bonos que tiene por valor una hora de trabajo de quien los emite, ya sea el Freegano en cuestión, un profesor que da clases particulares, un carpintero o una piba que se las ingenia para arreglarte la PC.
Los conocí casi por accidente, cuando esta semana la gente de DIGO, un canal comunitario de la provincia de Buenos Aires, me convocó a un debate con uno de sus máximos referentes, Ariel Rodríguez Bosio, sobre la importancia que nuestra sociedad le asigna a la acumulación de recursos materiales.
Lo que más me llamó la atención fue que planteaban que la escasez era un fenómeno artificial, creado por el propio sistema económico, cuando el fin de la escasez es el sueño de todo economista.
El caballito de batalla del argumento es un documento producido por tres expertos del Instituto Sueco de Alimentos y Biotecnología, en colaboración con otros dos científicos de la FAO (Organización de Alimentos y Agricultura de Naciones Unidas), en el que demuestran que hasta un 30% de los alimentos potenciales no llegan a ser consumidos, en parte por desperdicios que se generan en la producción primaria de materias primas (cosechas que no se realizan por culpa de los bajos precios, por ejemplo), también por pérdidas en la cadena de industrialización y en mayor medida por descartes de los vendedores minoristas (por bajos estándares de calidad), sumados a la comida que no terminamos en los restaurantes o tiramos a la basura en nuestros hogares.
ELECCION IDEOLOGICA
Vivir de la basura resulta así una elección ideológica que nada tiene que ver con el cartoneo de quienes por no tener un empleo alternativo, terminan convirtiéndose en recicladores con el objeto de vender lo que recolectan y ser parte del circuito de consumo de mercado.
Los Freeganos comen de las sobras de la opulencia, justamente para demostrar la contradicción del sistema que estaría creando escasez artificial al tirar una buena parte de su producción. Se oponen a ser consumidores y usar dinero para satisfacer sus necesidades.
Pero claro, esa aparente abundancia de recursos es el resultado de un sistema de producción que genera incentivos para que, por ejemplo en nuestro país, se produzcan 50 millones de toneladas de soja.
Una cosa es un fenómeno aislado de un grupo de idealistas que viven a contra mano y otra muy distinta suponer que la sociedad toda dispondría de recursos inagotables de libre disponibilidad si ninguna persona decidiera trabajar.
UN VIAJE AL PASADO
Las economías domésticas pastoriles a las que hace referencia Josep Lajugie, o incluso más antiguamente la vida en las aldeas de nuestros antepasados cazadores y recolectores, pueden ser vistas en rigor, como formas adelantadas de Freeganismo, de manera que la propuesta no es otra cosa que un viaje a la historia.
Por ejemplo es muy fácil probar que las horas que pasan buscando alimentos entre los desechos rendirían mucho más si las empleasen en un trabajo pago, que les permitiría conseguir dinero suficiente para comprar sus vegetales en mercados de frutas y verduras.
También aparece la preocupación de la salubridad de esta forma de vida. A las alarmas respecto de la higiene de los productos consumidos, la nutricionista Mónica Katz le suma la advertencia de que por ejemplo una dieta basada exclusivamente en vegetales resulta insuficiente respecto de muchos requerimientos vitamínicos (la vitamina B12, por caso)
Sin perjuicio de ello, este curioso movimiento nos llama la atención sobre la insostenibilidad de nuestras pautas de consumo, si no existe un Estado que planifique el desarrollo y se ocupe de la salud de sus habitantes.
Puede que usted no se anime a comer de la basura ni quiera volver a un pasado de hombre primitivo, pero piense antes de comprar un plasma de 42”, un celular de alta gama o una prenda de vestir que le insume el 10% de su sueldo, si diez pulgadas de mas valen las horas de trabajo que le quita a sus hijos o nietos.
Muchas veces para comprar felicidad no necesitamos dinero.
(*) El autor es economista, profesor de la UNLP y la UNNoBA, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana (IIL) e investigador visitante del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (CEDLAS)
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