Lo golpearon frente a su mujer, lo ataron y le caminaron encima

MARCELO BASALDÚA QUISO RESISTIRSE, PERO CAMBIÓ DE IDEA AL VER LAS ARMAS DE FUEGO

“Ahora no sabemos cómo seguir”, coincidió un matrimonio de profesionales que trabaja desde hace varios años en una cárcel de Magdalena. Es que a raíz de un asalto violento que sufrieron en su casa de Villa Castells, el episodio les desencadenó lo que ellos mismos calificaron como “un dilema moral”.

Poco después de las 10 de la mañana de ayer, María Gabriela Miranda (45) dejó cerrada sin llave la puerta de su casa de 489 entre 12 y 13, después de haber ido a sacar la basura. Pasaron dos minutos hasta que la sobresaltó un estruendo: tres ladrones abrieron el portón de una patada.

Al escuchar los gritos de terror de su esposa, Marcelo Basaldúa (49) bajó las escaleras y se topó con uno de los ladrones. El hombre, de contextura robusta, tomó por el cuello a uno de los delincuentes y casi lo echa a trompadas.

Pero cuando vio que otro de los ladrones le apuntó a él primero y luego a su mujer, desistió de arriesgar cualquier maniobra de resistencia. Eso no evitó que le propinaran trompadas, patadas y hasta que le caminaran por arriba estando en el suelo.

“Te paraste de manos”, le reprochaban los delincuentes mientras lo ataban de pies y manos detrás de la espalda. También lo amordazaron y a cada pasada por su lado, aprovechaban para asestarle un nuevo golpe.

“no somos violadores”

En el medio del pánico, el mayor miedo de la pareja era que atacaran a su hija de 11 años que se estaba bañando. “Uno no sabe lo que puede hacer esta gente”, se sinceró el hombre, que es antropólogo y hace 25 años trabaja en cárceles.

“Nosotros también somos padres. Somos delincuentes, no violadores”, intentaron tranquilizarlos. Algo que rescata el matrimonio es que, en efecto, a la nena ni la tocaron.

Pero no se apiadaron de sus padres: les robaron dos computadoras, dos tablets, celulares, una cámara de fotos y alrededor de seis mil pesos del sueldo que el hombre había cobrado hacía poco.

Por su parte la mujer, que es psicóloga y hace 14 años acompaña a los presos para guiarlos en otro rumbo, pretendió “bajarle los decibeles al asalto”.

“Yo entiendo lo que te pasa”, le decía Gabriela a uno de los ladrones. “Este país no me da oportunidades. Además, estoy enfermo”, le contestó el asaltante.

El diálogo se diluyó al tiempo que la banda seguía revisando la casa y lanzándole amenazas al hombre: “Si encontramos más plata te matamos”.

Afuera aparentemente esperaba un cuarto delincuente, que nunca entró a la casa. Todos terminaron por escaparse al cabo de 15 minutos, no se sabe si a pie, en algún vehículo.

La misión del matrimonio, como la de otros colegas que se desempeñan en los penales, apunta a reinsertar a los reclusos y mostrarles un camino distinto al que los llevó a la prisión.

Hace una semana, a un profesor de literatura lo asaltaron también de forma muy violenta en su casa de barrio Hipódromo. Cuando el hombre les explicó que él trabajó muchos años en la recuperación de los internos, los ladrones se disculparon e interrumpieron el asalto.

Distinta fue la situación de ayer, y también la reacción inmediata de los profesionales que la sufrieron: “Sentía mucho odio por dentro”, confesó Marcelo. “Yo creo en la educación pero después de esto no sé cómo volver a la cárcel”, completó Gabriela.