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Por LIZ SPETT
Cuando comíamos facturas, melbas o vainillas, combatíamos los efectos engordantes con gimnasia rítmica, localizada o simplemente corriendo. Era la época en que hacíamos footing, jogging; aún no habíamos llegado al running. Altri tempi. Ahora, que en cualquier local standard de cadena de alimentos, ofrecen muffins, croissants y cookies debemos elegir una actividad acorde a estas delicadezas, que también amenazan con aumentar nuestro perímetro. En eso, nada ha cambiado. Lo que sí ha variado es la actividad.
Tomemos por caso el HIIT, siglas que en inglés aluden a High Intensity Interval Training. Se trata de un entrenamiento en intervalos de alta intensidad, combinados con brevísimos segundos de recuperación. Dicen, yo no los noto.
El profesor, que en esta actividad se le dice “couch”, saca una Tablet, la ubica en medio del salón y las mujeres miramos la cuenta regresiva de 10 a 1 que aparece en la pantalla. La miramos como si estuviera próxima a despegar una nave espacial de la NASA o el planeta Tierra corriera serio peligro de sucumbir ante una orden equivocada. Estamos en presencia de algo que puede resultar grave para la especie humana allí presente. La actividad se reanuda, cada vez que suena una campana, seguida de una música re - pum para arriba, durante unos minutos y vuelta al relax, que no ubico.
Más de una vez, en el instante de recuperación me pregunto ¿qué hago acá, saltando y transpirando como una loca? ¿Qué parte no entendí de la vida? Bueh, eso me lo pregunto siempre. No necesariamente en las clases de HiiIT. Sin embargo continúo, no renuncio. ¿Y saben por qué? Porque no seré yo la primera en abandonar. Ni la segunda, ni la tercera. No es el amor a la vida sana, ni la armonía entre cuerpo y espíritu ni ninguna adscripción a un aggiornamiento de ciertos lemas de los griegos, que de gimnasia ya sabían todo. No; es la competencia que incentiva el orgullo y segrega la endorfina: No - te - rendirás. Que los más jóvenes llaman “power”. “Ah sí el HIIT, me da fuerza, power, dicen. Otros lo llaman “empoderamiento” Yo, en cambio, me repito todo el tiempo: voy a poder, tengo que poder. El “power”, es en realidad un subproducto, un beneficio secundario de tamaño esfuerzo. Antes te cansás mal. Particularmente, más que fuerza, noto un paradojal debilitamiento y que nos hemos convertido en perras pavlovianas. Esto, dicho con todo respeto hacia los canes.
Como se recordará, en el famoso experimento del ruso Pavlov, aquel que habla del reflejo condicionado, existía una campana, cuyo sonido hacía segregar saliva a los perros, aun cuando no se les diera comida. Inicialmente se les suministraba alimento, luego tan seguros estaban de que habrían de comer, que preparaban la saliva para deglutir, aunque de comer ni que ladrar. El tema en común entre este experimento y el del HIIT es la campana, el timbre que anuncia un nuevo ejercicio. Hay momentos en que todas parecemos perras rabiosas rusas pavlovianas. Nuevamente me excuso con los animales. Por más que seamos empoderadas chicas casadas, solteras o viudas, todas deseamos pasar a otro estado, cualquiera pero otro. Con el experimento del HIIT se logra un cambio. Pasás de ser lo que eras y te convertís en otra clase de perra rabiosa. Que poco tiene que ver con la perra Laika, también rusa, pero más tranquila. Ningún ring se le clavó en el sistema auditivo.
¿Vos creés que la rabia se te va, ni bien te bañas, luego del ejercicio? ¿Que la ducha oficia de don milagroso y eso que acumulaste en sesenta minutos se resbala y evapora con la ducha? Probá, hacé el entrenamiento y si notás una furia desacostumbrada, podés contestar. No soy yo, es el HIIT, que todavía me dura en el cuerpo.
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