A 20 años de una reforma que marcó a la Argentina

ESTA FOTO CUMPLE MAÑANA 20 AÑOS. REGISTRA LA FIRMA, EL 24 DE AGOSTO DE 1994, DE LA NUEVA CONSTITUCIÓN EN EL PALACIO DE URQUIZA, EN ENTRE RÍOS. MENEM Y ALFONSÍN FUERON PROTAGONISTAS

Hace veinte años, la Argentina marcaba un punto de inflexión en su vida institucional. El 22 de agosto de 1994 concluyeron las deliberaciones de los convencionales constituyentes que habían sesionado durante tres meses en Santa Fe y en Paraná.

Probablemente, lo que recuerda el ciudadano común de aquella reforma del 94 es que habilitó la reelección de Carlos Menem, quien por esa vía logró estirar a una década entera su permanencia en el poder. Se había llegado a esa instancia después del Pacto de Olivos, un acuerdo entre Menem y su antecesor, Raúl Alfonsín, que generó arduas controversias y sentó las bases de aquel proceso reformista.

Lo cierto es que la Constitución del 94 fue -a pesar de los reparos y debates que aún puede generar- un cambio de envergadura en la arquitectura institucional de la Nación. Fue esta reforma la que creó figuras de contralor como la Auditoría General de la Nación y el Consejo de la Magistratura. También consagró el tercer senador por la minoría y la figura del Jefe de Gabinete. Y modernizó su texto y su espíritu con la defensa del medio ambiente, el reconocimiento de los derechos indígenas.

Una originalidad de la ley declarativa de la reforma fue lo que se denominó “núcleo de coincidencias básicas”. Era un conjunto de normas que debían ser aprobadas por la Convención Constituyente tal como estaban propuestas bajo pena de nulidad. De esa manera, los firmantes del Pacto de Olivos se aseguraban que sus objetivos centrales no fueran desnaturalizados. Otras normas quedaron abiertas para la discusión y aprobación en el marco de la Convención. Pero aquella obligación de aprobar o rechazar cerradamente el “núcleo de coincidencias básicas” provocó un fuerte debate político y jurídico.

En medio de fuertes discusiones, se logró avanzar. Y los constituyentes alumbraron una nueva Carta Magna que fue firmada el 24 de agosto de 1994.

Veinte años después, muchos dirigentes políticos y constitucionalistas discuten en qué medida fueron cumplidos los objetivos de aquella reforma. Hay consenso en que se logró actualizar el texto e incorporar figuras valiosas, pero también en que muchas quedaron desdibujadas.

El argumento central del radicalismo era que la reforma iba a acotar el excesivo presidencialismo. ¿Fue así? La experiencia parecería demostrar lo contrario. La figura del Jefe de Gabinete, por ejemplo, fue concebida como una especie de “súper ministro” como el que tienen algunas democracias europeas. En la práctica, eso no se ha cumplido. El rol del jefe de gabinete ha resultado variable según el poder que le delegara coyunturalmente cada presidente. Pero no ha pasado de ser un integrante más del gabinete ministerial con una denominación más pretenciosa.

La Constitución del 94 fue -a pesar de los reparos y debates que aún puede generar- un cambio de envergadura en la arquitectura institucional de la Nación

Algunos constitucionalistas sostienen que, en la práctica, el poder del Presidente se ha fortalecido con la facultad de dictar decretos de necesidad y urgencia, la posibilidad de vetar parcialmente las leyes promulgando el resto de su contenido y la delegación legislativa en el Poder Ejecutivo (los llamados “superpoderes”).

Pero hay algo que nadie discute: la Convención del 94 fue un hito en la consolidación democrática de la Argentina. Reunió al más completo y heterogéneo arco político que se recuerde. Y todos plantearon sus posiciones. Hubo profundos desacuerdos, como también negociaciones y consenso. Se desarrolló con tensiones normales, pero en un marco de respeto por las posiciones ajenas.

Para un país que venía de los oscuros años setenta y de una reinstauración democrática amenazada por factores desestabilizantes, aquel logro alcanzaba una singular relevancia.

GRANDES FIGURAS

La Convención -que era integrada, en total, por 305 convencionales- potenció a varias figuras políticas y enriqueció, sin dudas, la pluralidad y el debate.

Pino Solanas, Elisa Carrió, la propia presidenta Cristina Kirchner, Chacho Alvarez, Carlos Corach, Eduardo Menem... fueron algunos de los protagonistas salientes de aquella histórica Constituyente. Desde uno u otro lado, ocuparon luego roles destacados en la política argentina.

Quedan, en definitiva, deudas, polémicas e intenciones frustradas cuando se retrotrae la mirada veinte años. Pero también quedan, con mayor o menor desarrollo y gravitación, figuras que se han incorporado a la institucionalidad argentina. Si hoy hablamos del derecho a un medio ambiente sano; del defensor del pueblo como institución; de un Consejo encargado de seleccionar a los jueces; de la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires y de la Auditoría General de la Nación, entre otras innovaciones, todo eso es consecuencia de aquella reforma que en estas horas cumple sus veinte años.

No son pocos los que creen que este simbólico aniversario debería servir para promover algunos interrogantes: ¿Se avanzó todo lo que se quería? ¿Se cumplieron las metas y objetivos que proponía la Reforma? Seguramente hay más preguntas. Y justifican un debate tan plural como aquel que se cerró el 22 de agosto de 1994.