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Con el recuerdo fresco de las dos frustraciones en las copas de 2015 y 2016, hoy en Núñez habrá mucho más que tres puntos en juego
Por nicolas nardini
escenario
La mirada perdida de Lionel Messi a la hora de subir al estrado que se montó en New Jersey para la ceremonia de premiación de la Copa América del Centenario -es muy descriptiva la imagen que ilustra esta nota- en vuelve muchas cosas. Ese paso con el mejor jugador del mundo queriendo esquivar con su campo visual la figura del hermoso trofeo continental, resume el sentimiento de un grupo que, al día de hoy, permanece golpeado por la seguidilla de partidos decisivos perdidos en fila.
Por supuesto que nada se compara al dolor que representó para esta generación brillante el duelo perdido ante los alemanes en Río de Janeiro. Aquella es una herida que sólo podría cicatrizar llegando a lo más alto en Rusia, no hay otro logro deportivo que emparde semejante frustración. Sobre todo si se mensura que aquel equipo había hecho todo para merecer la Copa del Mundo. Todo menos el gol. No fue el de Higuaín. Tampoco entró la de Palacio. Ni siquiera la de Messi, que se cansó de hacer goles parecidos en todos los ámbitos posibles.
El destino se empeñó en asestarle más golpes al magullado orgullo de la que es, quizás, la generación más talentosa -aunque no exitosa- de la historia de nuestro fútbol. En 2015 y 2016 el destino les puso delante de sí otras dos finales. Ninguna con la entidad para equilibrar, en el hipotético caso de ganarlas, la frustración de la perdida en Brasil. Hubiera sido una caricia para este grupo comandado por el mejor jugador del mundo (y uno de los mejores de la historia) alzarse con una Copa América para tomar nuevamente envión e ir por la caza del sueño mundialista unos años después. Pero los duelos decisivos no son el fuerte de esta generación. De Santiago a New Jersey, el grupo soportó otros dos cachetazos. Se vio una mezcla de desazón con impotencia. Hubo tristeza por dejar pasar dos nuevos trenes cuyos destino final era la gloria y bronca porque, en ambas ocasiones, el equipo nacional dio la talla, estuvo a la altura e incluso fue más que su rival en los trámites. Pero faltó el gol o, quizás, para los que creen en lo sobrenatural, ese fuego sagrado que todo grupo debe poseer para sacar a relucir en los momentos determinantes.
Después de todos esos golpes, Messi y quienes lo secundan, casi todos excelentes o hasta sobresalientes actores de reparto al comando de un fuera de serie, saben que no hay tiempo ni siquiera para pensar en excusas. Los goles errados ante Alemania, los malogrados frente a Chile en las dos finales (escenarios parecidos en 2015 y 2016) ya son parte del pasado.
Ahora, los trasandinos volverán a estar enfrente y para el equipo albiceleste la única opción es ganar. Que la de esta noche no es una final y, entonces, no se puede equiparar con las derrotas que precedieron a este nuevo duelo, es absolutamente cierto. Objetivo. Pero el valor de lo que se pondrá en juego en el Monumental está casi a la altura de aquellos compromisos, porque Argentina hoy está en zona de repechaje de cara a Rusia y una derrota podría dejarla afuera de todo. ¿Se imaginan la catástrofe que sería para la patria futbolera no acudir a una cita mundialista? En consecuencia, para evitar un sprint final de Eliminatoria con la soga al cuello, los de Bauza deben sumar de a tres, tomar oxígeno y, en pocos días, saber dosificarlo para volver a imponerse en la altura de La Paz.
Nada le devolverá, a esta generación talentosa pero alejada del éxito a nivel selección -no así a nivel clubes- lo perdido en estos años. No obstante, esta noche se encuentran ante una oportunidad histórica. Tendrán enfrente al equipo que los despojó de dos añorados títulos, con la posibilidad de desplazarlos de la cuarta plaza mundialista de clasificación directa. No será una revancha, pero tampoco es poca cosa.
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