Unos 3.000 chicos del norte estudian gracias al apoyo de vecinos de la Región

Todo empezó con un viaje de placer. En el 2000, la comerciante de Ensenada, Lorena Gómez, viajó con su familia al norte. Se encontró con bellísimos paisajes y, al mismo tiempo, con postales que fueron verdaderos disparos al corazón. Alguna vez dijo a este diario: “Es cierto que acá hay cosas que están mal. Pero también hay instituciones que se ocupan o deberían ocuparse. En el monte santiagueño viven familias, niños, que no tienen absolutamente nada. Y nadie que se ocupe”. Hoy, mediante la ONG “Presente, padrinos de escuelas rurales”, unos 300 vecinos de la región “mantienen” en las escuelas a unos 3.000 pequeños.

El trabajo de hormiga se fue extendiendo con el correr de los años. Se sumaron más y más padrinos y madrinas. Y eso derivó en que muchos pegaran el salto al secundario y, más cerca en el tiempo, a institutos terciarios. De hecho, Presente tiene actualmente a 15 chicas becadas que estudian magisterio o profesorados. Algo impensable 15 años atrás.

No obstante, sus precarias condiciones de vida y las enormes distancias que deben recorrer a pie, en bicicleta o en alguna carreta -no menos de 50 kilómetros y hasta 70, sólo de ida-, se han convertido en una barrera más para la prosecución de sus estudios, o en un muro que ni siquiera intentan escalar aquellos o aquellas que quieren y que aún no han empezado.

En ese punto nació el nuevo proyecto de la ONG con sede en la ciudad ribereña: la construcción de un albergue estudiantil en Villa Atamisqui, el lugar más cercano para seguir estudios terciarios para quienes viven en parajes en medio del monte santiagueño, con capacidad para 32 personas.

construir la oportunidad

Lorena Gómez sabe que les va a costar “mucho trabajo y tiempo levantar la residencia estudiantil, pero soñamos con que será posible, junto a mucha gente que se sumó, como en el proyecto de las becas, con el objetivo de darle una oportunidad a tantos adolescentes que no se atreven a soñar con estudiar por las enormes distancias y la falta de recursos de sus padres”.

“El hecho de contar con una residencia para 32 alumnos, un lugar donde puedan quedarse de lunes a viernes, almorzar, tener contención y apoyo, es brindarles oportunidades a muchos jóvenes del monte santiagueño de soñar con un futuro mejor”, añadió.

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Así, todo sería más sencillo para Carolina, una joven de 22 años que todos los días se levanta a las 4,30, sale a buscar leña, enciende el fuego y pone la pava sobre las brasas.

La estudiante del profesorado de Geografía y madre de Ulises, aún bebé, prepara mate cocido y tortillas asadas: desayuno, almuerzo y cena.

Viven en un ranchito de adobe, sin luz ni agua potable. Carolina se sube a una motito a las cuatro de la tarde -tras cargarle combustible con el dinero de la beca- y desanda los 50 kilómetros que separan a su pequeño pueblo, Simbol Pampa, de Villa Atamisqui. Está de vuelta a las once de la noche, después de atravesar el oscuro monte y angostos caminos de tierra. O barro, si llueve.

Yisela, casi maestra de 21 años, recorre mediante precarios medios los 60 kilómetros que separan a su pueblo, La Paloma, de Loreto, donde cursa el magisterio. Ciento veinte kilómetros por día. Una locura. Fue entonces cuando buscó y consiguió trabajo de empleada doméstica “cama adentro” en esa ciudad.

Su padre no puede ayudarla. Es un hombre que trabajó en todas las cosechas a las cuales lo llamaron. Y cuando el cuerpo no le dio más, se ocupó de sus animales, contó Lorena.

23 escuelas

La titular de la asociación (asociacionpresente@yahoo.com.ar), quien fue nominada al premio Argentinos Solidarios que entrega una reconocida empresa de nuestro país, puntualizó que hoy trabajan “en 23 escuelas de Santiago del Estero y en tres comunidades guaraníes de Misiones, donde el compromiso no es sólo brindar lo básico, como cubrir los comedores escolares, que ningún niño falte a clases por no tener zapatillas o una bici para llegar recorriendo las grandes distancias que los separan de sus hogares; se trabaja para que cada escuela tenga lo mínimo e indispensable para funcionar”.

También construyeron dos edificios escolares en las comunidades guaraníes, además de dos granjas de autoconsumo, convencidos de que “se educa a través del trabajo”.

La tarea para con las familias se fue ampliando.

“Viven en casas de adobe, infectadas de vinchucas, donde tener chagas es normal. Donde el acceso al agua potable es un sueño que parece imposible; el agua para consumo es agua de lluvia que se almacena en tachos por varios meses hasta pasar la época de sequías”, comentó.

Es por ello que hace poco lograron “cubrir a 110 familias, que ahora toman agua segura a través de filtros bacteriológicos. Eso nos llena de alegría y vemos como mejora día a día la calidad de vida de los más chicos”.