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La Ciudad |Abogado y ex funcionario del retorno a la democracia, evoca una época dorada de la ciudad

Gustavo Karakachoff: “Muchos no tienen idea de la fiesta que fue nuestra juventud”

Agudo observador y protagonista de más de medio siglo de vida profesional, académica, deportiva y política, comparte vivencias e impresiones con humor, precisión y memoria. Del tablón al pupitre, del conventillo a los claustros, los paraísos e infiernos de vivir en La Plata

Gustavo Karakachoff: “Muchos no tienen idea de la fiesta que fue nuestra juventud”

Radicado en la capital federal, karakachoff vuelve a la plata todas las semanas / Sebastián Casali

Francisco Lagomarsino
Francisco Lagomarsino

13 de Noviembre de 2022 | 03:34
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“Lo que veo es que La Plata debería buscar dónde quiere ir; una vez fue la ciudad universitaria... Se lo digo a quienes no lo vivieron: no tienen conciencia de la fiesta que fue nuestra adolescencia y juventud. No eran así otras ciudades. La Plata era única. Vivir en esta ciudad y convivir con tipos de todo el continente… Toda esa gente nos dio la felicidad”.

A la hora de hablar de su ciudad, Gustavo Karakachoff pone primera y no para. Su anecdotario parece infinito, y la forma en que lo encadena es atrapante. Abogado, ex funcionario, ex comerciante, pincha fervoroso, mezcla calle y academia con nostalgia y humor siempre filoso. El fútbol, la política, la vida nocturna, el Puerto, las aulas de la UNLP, el tiempo aciago en que le arrebataron a su hermano Sergio, el barrio. Todo fluye en una frondosa evocación.

“Toda la vida se hacía alrededor de la Universidad” sigue Gustavo: “hay gente que se terminó recibiendo de tanto ir a buscar chicas. Y las chicas venían cuando arrancaba el año, se conocía gente nueva, y dábamos vueltas por las casas y las fiestas. Estudiábamos con compañeros que tenían casas para eso, siempre del Interior, y a muchos los buscábamos especialmente, no sin alguna malicia, porque sabíamos que cada mes les llegaba ‘el paquete’, las provisiones de sus padres estancieros. Pero los ámbitos educativos eran un factor integrador. Convivíamos con diferentes realidades. Tuve compañeros de los que sabía que tenían un presente económico inferior al mío, pero eso a lo sumo se traducía en menor confort, no que no comieran, no se vistieran, no fueran al cine. Por ahí tenían una pieza más chica, pero terminábamos en la misma universidad”.

Jorge Gustavo nació en La Plata, y se crió en el barrio de 8 y 65. Hijo de Carmen Lucía Giménez, profesora de música y piano, y el ingeniero Sergio Karakachoff, es clase ‘45. Lo precedieron sus hermanos Sergio, del ‘39; Diego, del ‘40; y Carlos, del ‘42.

“La plaza España era el patio de juegos de casi todos los chicos del barrio, Rodolfo ‘Fito’ Copello, el ‘Negro’ Juan Carlos Allo, Lito Crispino, el ‘Mono’ Balboa, Lito Varela...” hace memoria Gustavo: “cada plaza, a su vez, se dividía en cuadrantes tácitos según el lado del que cruzaran los pibes, y se jugaba fútbol, escondidas, bolitas… se vivía en la plaza, donde nos conocíamos, y era un lugar seguro y maravilloso. Cada barrio tenía su plaza, y de vez en cuando un compañero del colegio de otro barrio nos invitaba a la suya; la de 13 y 60 fue todo un descubrimiento, porque para mi sorpresa atrás de los arcos de los picados había chicas, incluso mirando el partido, y en la nuestra nunca había pasado. Era una gran particularidad”.

“Una de las cosas lindas de la infancia era la ‘rata’ al Puerto, lleno de gente de todo el mundo”

“Inicié la primaria en la Escuela 65, y en segundo grado ya me pasaron a la Anexa, donde fueron mis hermanos; al principio no, porque era muy chiquito y muy travieso, así que arranqué en la de 8 y 67 cuya directora era “Chiquita” Rocha, nieta del fundador de la Ciudad. Todavía en esos tiempos la nieta del fundador y directora del colegio no votaba, y el portero, sí. En fin, como era el menor, me toleraban un poco más todo; si tuviste tres pibes y zafaron, al cuarto ya no le estás tan encima. Y yo me metía en cualquier lado, la verdad. Estoy hablando de tener diez años y con compañeros de la escuela o la plaza arrancar caminando sin rumbo fijo, el parque Saavedra, la Gruta y el Lago del Bosque, o colarnos en el tranvía y aparecer donde fuera... Un 17 de octubre nos enteramos de que salían trenes gratis a Buenos Aires, un mundo de gente, y nos metimos. Allá escuchamos un canto que era música para nuestros oídos: ‘¡18, San Perón, que labure el patrón!’ que significaba ‘mañana no hay clases’, lo único que nos interesaba”.

“De los hermanos, andábamos juntos los dos colorados de las puntas, y por el otro los dos morochos del medio, Carlos y Diego”, especifica Gustavo: “con Sergio, sobre todo, que era muy, muy pincha, iba a la cancha. Y a canchas bravas. Cuando fue la campaña del ‘54, para volver a Primera, porque nos mandaron a la B, tenía nueve años y fuimos a la cancha de Dock Sud, sobre la famosa avenida Debenedetti, que era de tierra. Y uno dice ¿y cómo iban? En tren y sin pedir permiso. Si hubiéramos preguntado, nos habrían dicho que no, y hubiésemos ido lo mismo; por ahí le daban el ok a Sergio, que tendría 15 o 16 y esa edad, por carácter y carisma, ya podía dirigir como mínimo un equipo de fútbol infantil”.

“De hecho lo hizo, y hasta inventó el sponsor, algo que en ese momento no existía. Teníamos un equipito con los nenes del barrio, pero nos faltaban las camisetas. Fue hasta la heladería Nahuel Huapi de ‘mangazo’, y le dijo al dueño que si nos daba para la ropa le estampábamos el nombre del negocio y además bautizábamos el equipo, que lo iban a ver en todos lados. El tipo nos dio un billete de cien pesos, Sergio salió corriendo a casa Bastons, y para evitar discusiones, trajo todas de arquero. Todas amarillas. Así que fuimos el equipo de la heladería; en nuestro barrio, se jugaban torneos en Unión Vecinal, Dante Alighieri, Gutenberg, Aconcagua, entre otros”.

“Toda la vida se hacía alrededor de la Universidad, que le dio su identidad a La Plata”

“Otra de las cosas piolas de la primaria era la ‘rata’ al Puerto, porque había marineros de todo el mundo, nos traían cosas, les mangueábamos cigarrillos, lapiceras, chucherías, cajas de fósforos exóticas… Tomábamos el tren a la hermosa estación Dock Central, y veíamos pasar los barcos y la gente con turbantes, túnicas, ropas extrañas de colores… También nos gustaba meternos en los conventillos del barrio, nosotros teníamos uno muy cerca. Y cuando uno decía, ‘mamá, voy al conventillo de 9’, tu mamá no te decía ‘no vayas’, sino ‘decile a Doña Pancha si puede venir a planchar el jueves’, y vos ibas a jugar con el hijo de Doña Pancha… Al lado de casa había riña de gallos. En esos lugares vivían los oficios: el pintor, el plomero, cada uno tenía su pieza y sus pibes, y esos chicos fueron a la misma escuela, y a la misma universidad que los demás, y se recibieron. Aún se podía llegar del más precario nivel habitacional urbano a profesional o ministro, ahora ya no”.

EL Paraíso, acá nomás

“La otra parte de la vida era cuando llegaba el verano y muchas familias se iban a Punta Lara, el lugar más maravilloso que uno pueda recordar en su vida. El 30 de noviembre terminaban las clases, y el 1 de diciembre mi madre contrataba un flete para llevar la heladera eléctrica -porque nadie podía darse el lujo de tener una heladera ‘parada’ en Punta Lara esperándolo- a la casa que hubiéramos conseguido. Siempre alquilábamos a amigos como Lino Ponce, Mazzei Vignart, Salas, gente que tenía casa ahí. Nos mudábamos por los cuatro meses que para nosotros duraba el verano, ya que las clases arrancaban el 1 de abril; por qué será que el ciclo escolar era más corto, pero se aprendía más”.

“En Punta Lara, que era el lugar de elección de muchas familias de todas las extracciones, nos juntábamos con los Giménez Verrina, de Ensenada, los Borga, los Angió, que eran los más importantes concesionarios de Ford de la capital federal, los Darhampé, los Giovambattista, y también “El Lucho” y los pibes que eran de allá y laburaban en los studs... Ambos aprendíamos de los otros. Nuestra vida social era ir al balneario del Jockey, y también a la playa, casi todos los días. Era una vida maravillosa y agreste, no usábamos zapatos, y entre las primeras cosas que hacíamos en la temporada estaba agenciarnos un caballo, que normalmente ‘sustraíamos’ de la comisaría con cierto visto bueno de los uniformados, que tenían un corral donde juntaban a los caballos abandonados o perdidos; nosotros nos los llevábamos y nadie nos decía nada, lo importante era que no estuvieran sueltos en la vía pública” señala Gustavo.

“ Hay quien dice que La Plata es la ciudad más decadente del país, y no es cierto. Pero sí tiene que salir a buscar su destino”

“El mayor problema era que volvieras a casa del río con alguna manchita de petróleo en la piel, y todas las madres tenían a mano un trapo y una botellita de bencina que compraban en la farmacia para solucionar ese tema. Los domingos venían camiones del Conurbano a los fogones, y todo se llenaba de música. No sé cómo se fue perdiendo ese paraíso; ahora uno mira la entrada desde Villa Elisa y ve autos quemados y mugre. Creo que debió crearse una zona de turismo especial, con asistencia del gobierno de la Provincia, ademas del aporte del municipio”.

EL AULA AL REVÉS

“De chico era bastante jodón” admite Gustavo: “una vez, a una profesora severa, intocable, la señora de Corcione, una prócer, le dimos vuelta el salón. En el recreo entre una hora y la otra, con la connivencia del Titi Ríos, le cambiamos de lado todos los pupitres, el pizarrón, todo. Entró y no sabía dónde estaba parada”. En cualquier caso, la vara, para el joven Karakachoff, estaba alta. “Fui a primer año del secundario al Nacional, y pasé a segundo con dos previas. Las levantaba, pero mi madre educadora dijo: ‘este chico va a repetir igual porque es una bestia’, y me mandó al Estrada de 58 entre 13 y 14. Ahí, llegando del Nacional, era el rey del colegio. Terminé quinto año como celador de los chicos de primero, junto al Titi; es un grupo con el que aún nos juntamos cuando vengo a La Plata. De esa etapa recuerdo a compañeros como Cristian Fernández Camillo y Patricio Ennis, lamentablemente hay muchos que ya no están”.

“Punta Lara, en los largos veranos que pasábamos allá, era el lugar más maravilloso que uno se pudiera imaginar”

Eran también tiempos de dos por cuatro para el inquieto estudiante. “Me gustaba mucho el tango, y lo mamé mucho porque Victoria Godoy, la madre del famoso locutor Lionel Godoy, era vecina y prácticamente me crió. A los 14, ya me metía en el ‘dancing’ La Barrera, de diagonal 80 entre 1 y 115, entrando por atrás. Puedo decir que le cuidé y sostuve el piloto a Edmundo Rivero en toda una noche de lluvia. Generalmente, el dancing ése era un boliche con cabareteras, pero de vez en cuando venían espectáculos de Buenos Aires”.

EL OTRO FUNDADOR

“Esta ciudad fue fundada por Joaquín V. González; la de Rocha estaba casi vacía y nadie quería venir, cuando el tipo -Don Joaquín- dice ‘hagamos la mejor universidad de Sudamérica’, y la hace. Eso le dio identidad. Mi madre vino de Las Flores a estudiar Farmacia, mi padre de Río IV a cursar Ingeniería. Y la mayoría, recibidos o no, se quedó. Cuando eso se termina, pasa a ser una ciudad de empleo público, desconectada en lo comercial de la Provincia, sin industria. Se cerraron plantas como el frigorífico Swift-Armour, con 14 mil obreros, y nadie se mosqueó; cerraron OFA, SIAP, Luengo y Locurto, los Talleres Minoli, no nos importó. Se perdió el Puerto. La Plata tiene que buscar su destino. Ni los gobernadores suelen vivir acá”.

Hace poco escuché a alguien decir que La Plata es la ciudad más decadente de la Argentina. Y no creo que sea la más decadente, pero antes ganaba en casi todas las comparaciones con ciudades similares, y ahora pierde. Igual, cuando sea más viejo me voy a venir a vivir a la casa que tenemos en Hernández y que actualmente visitamos los fines de semana con la familia. De eso no tengo dudas; igual, pienso y me la banco, que un día me van a amasijar, porque me han afanado muchas veces, porque son cosas que pasan. Y la gente tiene mucho miedo. Pero a pesar de todo, volvería cuando no laburara más, sin problemas”. Cuatro veces casado, Gustavo tiene tres hijos: Iván, María Agustina y Florencia, dos platenses y una porteña; y dos nietos, Simón y Catalina, “muy buenos estudiantes y de quienes estoy muy feliz y orgulloso”, sentencia.

UN GRAN HERMANO

La figura de Sergio, hermano mayor y compinche de tribunas de Gustavo, emerge de tanto en tanto en la conversación. “Más que a un grupo propio de amigos, en el secundario empecé a seguir y colaborar y meterme un poco en el mundo que me mostraba el entorno de amigos de mi hermano Sergio, que era bastante heterogéneo, no sólo de radicales, aunque predominaban. Por casa fueron pasando, o juntándose, a lo largo del tiempo, Jorge Lombardi, Osvaldo “Bebín” Papaleo, Máximo “Polilla” García, Juan Carlos Cabirón, Raúl Kraiselburd, Eduardo de Lázzari, Hugo Pacheco, el “Perro” Oscar Oppen… También Juan Francisco Lagomarsino, “Lago”, que era un poco mas grande y lo tomaban como referente en varios temas, y Federico Humbert Lan, gran amigo. Todos, en ese momento, unidos por el reformismo universitario”.

“Cuando fue el debate de ‘laica o libre’ en el ‘58, recuerdo a muchos de esa banda en casa haciendo un enorme muñeco con una careta de Frondizi, que era el Presidente, y a mi hermano Diego armando un rosario con corchos para colgárselo. Yo tuve que proveer una sotana yendo a lo del padre Ferreyra a esperar un descuido, sotana que nunca fue recuperada porque la quemaron junto con el muñeco en la marcha contra el Gobierno”.

“Sergio no fundó Franja Morada; lo que inventa con los suyos es el enfoque reformista para aglutinar fuerzas. La universidad era católica o de izquierda, y éstos se lanzan con todo por la Reforma, más allá de lo partidario. Sergio salió radical por un vecino muy macanudo que era don Joaquín Alonso, y después, porque ir a la escuela peronista transformaba en antiperonista a cualquier tipo normal, para ser sinceros” acota Gustavo, y sigue: “los volantes y las boletas y los papeles se identificaban por una franja morada en la punta; y las agrupaciones de diferentes facultades con ideas afines empiezan a usarla. Lo que se crea en Derecho se llama Unión Universitaria, y gana el centro de estudiantes”.

Siempre audaz y dispuesto a emprender, el mayor de los Karakachoff incursionó por esos años en un proyecto artístico-comercial que dejó un recuerdo indeleble entre quienes lo disfrutaron, y alcanzó casi el status de mito platense. “A Sergio, Raúl Kraiselburd y Lombardi se les ocurrió retomar una movida de Vitín Vaccaro, y traer a José Francisco y su Scola do Samba a los carnavales del Comedor Universitario. Eran unos paulistas que tocaban bárbaro, pero durante el carnaval de Río se quedaban sin laburo y los podías enganchar. Los alojaban en el hotel Yotuel, de 44 entre 1 y 2. Fueron sensación y la rompieron. Pero la plata que ganaron los muchachos la invirtieron en traer a Piazzolla al Astros, y fueron doce personas” se lamenta Gustavo: “Astor era un fenómeno, pero todavía muy resistido”.

“Cuando entré a la Universidad, Sergio ya no estaba y no fue una época de militancia. Solía juntarme con chicos del interior, estudié con Nolo Salviolo, Alvaro Estivariz... Muchos de afuera tenían casa propia, que servía para un montón de usos... Ah, y el paquete, la encomienda de los padres era una atracción irresistible. Salíamos a bailar poco a boliches, la vida transitaba por las casas de estudiantes; todos los fines de semana había fiesta en alguna. Y también podíamos caer en el centro Caboverdeano de Berisso. Cuando tenías novia, ahí sí, ibas a Borbollón, en 8 entre 49 y 50, o Barravento, o a tomar algo a Federico V. Nuestra vida de esa época fue una fiesta, sin darnos cuenta, y eso terminó de desmoronarse en el ‘76. En La Plata la persecución de la dictadura fue tremenda. Tuve un negocio con cinco empleados que eran estudiantes, a uno lo mataron, y desaparecieron dos”.

En los ‘70 me dediqué al negocio de la joyería, con el Bocha Rojas, un gran amigo cuyos padres tuvieron un local similar en 6 y 49. Pero con el golpe del ‘76 era imposible seguir, porque no sólo iban detrás de los jóvenes sino de la guita; manejar oro era muy peligroso. Y cuando mataron a Sergio y su socio Mingo Teruggi se me vino encima todo el estudio jurídico, así que me hice cargo con la ayuda de algunos colegas como el “Gordo” Mennucci, que me invitó a su estudio de calle 48. Después trabajé para industrias en Chascomús hasta el ‘83; cuando me nombraron gerente general de Relaciones Industriales de YPF, me fui a vivir a Buenos Aires.

Dos PINCHAs

“De todas las canchas a las que seguí a Estudiantes, cuando Juan Manuel Cancio me enrostra que estuvo en Old Trafford, yo le digo que estuve en el Gasómetro cuando por primera vez en la historia sucedió lo que nunca pensamos que fuera a suceder: que un equipo chico saliera campeón. Jamás me voy a olvidar de ese día”. Corría agosto de 1967, y Estudiantes derrotaba a Racing 3 a 0 en la final del Metropolitano. “Fuimos miles y miles desde la Plata” dice Gustavo: “esa vez no fui con Sergio, pero no nos perdíamos ningún partido, ni de local ni de visitante. Hasta viajamos a Rosario en un 2CV, lo que fue eso... Más que futbolero, él era extremadamente pincha. Y más DT que jugador, porque jugaba muy mal, era un patadura total. Yo me he destacado por mi entusiasmo como arquero, hasta ahí”.

“Es difícil definir cuál fue el mejor equipo que vi; el que salió subcampeón invicto me encantaba” repasa Gustavo: “y entre los jugadores, fui muy hincha de Infante y del Negro Jorge Antonio. Y fanático de Sabella, que iba al frente. Tan habilidoso y tan corajudo, tan convencido. No le importaba nada. Y le daban con todo”.

 

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