Los fantasmas de la disco más famosa reaparecen con el estreno de "Studio 54"
| 21 de Noviembre de 1999 | 00:00

El director Mark Christopher retrata en su ópera prima el mundo fashion de los '70, centrando la historia en el mítico reducto nocturno por donde desfilaron célebres personajes
En tiempos en que nadie sabía pronunciar la palabra Sida y el desenfreno sexual era casi un ritual, en que la música era un camino para imponer modas no sólo musicales, sino de ropa y peinados, existía un lugar en donde todo era brillo, la disco Studio 54, que fue el epicentro del mundo fashion de los '70, que aparece retratado en un filme de similar nombre, recientemente estrenado en la Argentina.
De la mano de Mark Christopher, director debutante que estuvo en el país durante el Festival Internacional de Cine Independiente que se realizó en Buenos Aures, Studio 54, son actores jóvenes, que seguramente vieron por TV, el brillo de la era de la música disco, quienes personifican a los personales principales de un film en el que se mezclan historia sobre sueños destrozados, promesas incumplidas y estrellas efímeras.
El nuevo sex simbol de las adolescentes estadounidenses, Ryan Philippe, a quien se pudo ver en "Juegos Sexuales" y "Se lo que hicieron el último verano", la cándida Neve Campbell, de "Criaturas Salvajes", "Scream 1 y 2" y de la serie televisiva "Party of Five", junto a la sabrosa mexicana Salma Hayek, tienen a cargo los roles principales.
Aunque quizás el mejor papel esté a cargo del comediante Mike Meyers, muy alejado de su Austin Powers, quien aquí tiene a cargo el rol de Steve Rubell, uno de los dueños de la disco, y toda una leyenda de esa era debido a que era él quien decidía quien ingresaba y quien no, y siempre por cuestiones estéticas, creando así el estilo de Studio 54.
Junto a ellos se lucen la esplendida veteranía de Sela Ward, de la serie "Once and Again", y Laureen Hutton, ambas concurrentes de Studio 54 en su época de oro, y Heather Matarazzo, la niña conflictuada de "Mi vida es mi vida".
Philippe es Shane, un joven de 19 años que logra ingresar a Studio 54 y se convierte en toda una atracción para las mujeres y los gays del lugar, pero logra trabar una relación con Julie, el personaje de Neve Campbell, una actriz de telenovelas que aspira a convertirse en una megaestrella.
Mientras que Salma Hayek es Anita, una barman del local que aspira a convertirse en cantante de música disco, y está casada con un amigo de Shane, a quien ayuda seducir a Julie.
Paralela a estas historias se teje la Rubell, el mentor de Studio 54, un personaje al que Meyers trabajo durante varias semanas para componerlo, debido al escaso parecido físico y la contradictoria personalidad del creador de la discoteque.
Hay una fecha clave en la década de los setenta: 1977. Aquel año culminaron una serie de actitudes que se intuían desde tiempo atrás: falta de ideales, no confianza, ausencia de amor. Aquel año ocurrió algo más: la discoteca Studio 54 abrió sus puertas, contribuyendo a hacer de los setenta el paraíso de la superficialidad, el exceso, el sexo y la cocaína.
La promiscuidad estaba de moda y la comunidad gay ascendía socialmente, junto a los latinos y los negros más afro. Y, por supuesto, también fueron años de alcohol y música disco.
Desgraciadamente, los setenta fueron suplantados por el buen gusto, (depende para quién) aunque ahora se den varios brotes de nostalgia y reivindicación con la avalancha de películas sobre la época, tal es el caso de "Studio 54", recientemente estrenada en la Argentina, "The last days of disco" y "Velvet Goldmine", ya vista aquí. Pero, por encima de todo, estos años hicieron suyo el lema: "Todo vale", mientras la bola de espejos giraba sobre los frenéticos bailes que provocaba la música de Chic, Donna Summer o Grace Jones.
Aunque el culto a la discoteca y su sonido se extendieron rápidamente por todo el mundo, fue el centro de Nueva York donde la cultura de la noche se convirtió en un modo de vida. Nunca hasta entonces Manhattan había hecho gala de tanta liberación. Quizá tuviera que ver la elección, en 1976, del candidato a la presidencia Jimmy Carter cuya estrambótica madre, Miss Lillian, se hizo asidua a Studio 54.
Fue este habitáculo (un antiguo estudio de la CBS, situado en 254, West 54 Street) el causante de la explosión y desfase que ejemplificó los últimos años de los setenta.
La fiesta comenzó en abril de 1977, momento en el que dos avispadillos de la nocturnidad, Steve Rubell e Ian Schraeger, abrieron la discoteca. Desde sus inicios, Studio 54 se caracterizó por el control atroz que se ejercía para seleccionar a la clientela. Por eso, quien traspasara el cordón de seguridad (de terciopelo, por supuesto) lograba el reconocimiento de su vida.
Los que no tenían problemas de acceso eran los petardos de la élite cultural y social, unidos por la obsesión por salir, preferir la animación a la diversión y cuya valoración de una fiesta se basaba en el número de famosos que asistieran a la misma. Todos formaban parte de lo que Andy Warhol -el más asiduo-, denominó "peste bubónica de nuestra época".
Una vez adentro, allí ocurría de todo. Las anécdotas que envuelven y delatan a los famosos van desde las más tópicas (un etílico Capote detrás) de los pantaloncitos de seda-tipo-baloncesto de los esculturales camareros; Blondie haciendo realidad su fama de devora-hombres; Anjelica Houston esnifando sin parar mientras su marido, Nicholson, perseguía a Jerry Hall) a las más calenturientas (Grace Jones desnuda mientras cantaba I need a man;Liz Taylor, colocadísima confesando sus experiencias más picante), pasando por las más estrambóticas (cuando Warhol cumplió 50 años recibió un cubo de basura lleno de billetes arrugados de un dólar). También se podía ver bailar a Liza Minelli y a Jackie Kennedy y Paloma Picasso rivalizando en glamour.
Y entre drogas, alcohol y demás, otra de las protagonistas de la noche: la música, en cierto modo culpable de todo aquéllo por lo explícito de sus letras. Nunca un subgénero musical despertó tantos odios y pasiones, aunque finalmente muchos que presumían de su autenticidad rockera acabaron por incorporar toques disco a sus temas. Los representantes de la música disco music van desde Village People hasta Gloria Gaynor, pasando por Labelle, los Bee Gees y los oportunismos de Amanda Lear o la pornostar Andrea True.
Pero todo lo que empieza, acaba. En julio de 1979, durante la Disco Demo lition Night se quemaron miles de vinilos de corte disco en un estadio de Chicago. En noviembre, Studio 54 cerró tras descubrirse que sus propietarios habían estafado al fisco más de trescientos cincuenta mil dólares de la época. Una vez esclarecidas las acusaciones, la discoteca volvió a abrir. Pero ya no fue lo mismo. Los ochenta comenzaban a ritmo de tecnopop acompañado por los nuevos románticos.
En tiempos en que nadie sabía pronunciar la palabra Sida y el desenfreno sexual era casi un ritual, en que la música era un camino para imponer modas no sólo musicales, sino de ropa y peinados, existía un lugar en donde todo era brillo, la disco Studio 54, que fue el epicentro del mundo fashion de los '70, que aparece retratado en un filme de similar nombre, recientemente estrenado en la Argentina.
De la mano de Mark Christopher, director debutante que estuvo en el país durante el Festival Internacional de Cine Independiente que se realizó en Buenos Aures, Studio 54, son actores jóvenes, que seguramente vieron por TV, el brillo de la era de la música disco, quienes personifican a los personales principales de un film en el que se mezclan historia sobre sueños destrozados, promesas incumplidas y estrellas efímeras.
El nuevo sex simbol de las adolescentes estadounidenses, Ryan Philippe, a quien se pudo ver en "Juegos Sexuales" y "Se lo que hicieron el último verano", la cándida Neve Campbell, de "Criaturas Salvajes", "Scream 1 y 2" y de la serie televisiva "Party of Five", junto a la sabrosa mexicana Salma Hayek, tienen a cargo los roles principales.
Aunque quizás el mejor papel esté a cargo del comediante Mike Meyers, muy alejado de su Austin Powers, quien aquí tiene a cargo el rol de Steve Rubell, uno de los dueños de la disco, y toda una leyenda de esa era debido a que era él quien decidía quien ingresaba y quien no, y siempre por cuestiones estéticas, creando así el estilo de Studio 54.
Junto a ellos se lucen la esplendida veteranía de Sela Ward, de la serie "Once and Again", y Laureen Hutton, ambas concurrentes de Studio 54 en su época de oro, y Heather Matarazzo, la niña conflictuada de "Mi vida es mi vida".
Philippe es Shane, un joven de 19 años que logra ingresar a Studio 54 y se convierte en toda una atracción para las mujeres y los gays del lugar, pero logra trabar una relación con Julie, el personaje de Neve Campbell, una actriz de telenovelas que aspira a convertirse en una megaestrella.
Mientras que Salma Hayek es Anita, una barman del local que aspira a convertirse en cantante de música disco, y está casada con un amigo de Shane, a quien ayuda seducir a Julie.
Paralela a estas historias se teje la Rubell, el mentor de Studio 54, un personaje al que Meyers trabajo durante varias semanas para componerlo, debido al escaso parecido físico y la contradictoria personalidad del creador de la discoteque.
Hay una fecha clave en la década de los setenta: 1977. Aquel año culminaron una serie de actitudes que se intuían desde tiempo atrás: falta de ideales, no confianza, ausencia de amor. Aquel año ocurrió algo más: la discoteca Studio 54 abrió sus puertas, contribuyendo a hacer de los setenta el paraíso de la superficialidad, el exceso, el sexo y la cocaína.
La promiscuidad estaba de moda y la comunidad gay ascendía socialmente, junto a los latinos y los negros más afro. Y, por supuesto, también fueron años de alcohol y música disco.
Desgraciadamente, los setenta fueron suplantados por el buen gusto, (depende para quién) aunque ahora se den varios brotes de nostalgia y reivindicación con la avalancha de películas sobre la época, tal es el caso de "Studio 54", recientemente estrenada en la Argentina, "The last days of disco" y "Velvet Goldmine", ya vista aquí. Pero, por encima de todo, estos años hicieron suyo el lema: "Todo vale", mientras la bola de espejos giraba sobre los frenéticos bailes que provocaba la música de Chic, Donna Summer o Grace Jones.
Aunque el culto a la discoteca y su sonido se extendieron rápidamente por todo el mundo, fue el centro de Nueva York donde la cultura de la noche se convirtió en un modo de vida. Nunca hasta entonces Manhattan había hecho gala de tanta liberación. Quizá tuviera que ver la elección, en 1976, del candidato a la presidencia Jimmy Carter cuya estrambótica madre, Miss Lillian, se hizo asidua a Studio 54.
Fue este habitáculo (un antiguo estudio de la CBS, situado en 254, West 54 Street) el causante de la explosión y desfase que ejemplificó los últimos años de los setenta.
La fiesta comenzó en abril de 1977, momento en el que dos avispadillos de la nocturnidad, Steve Rubell e Ian Schraeger, abrieron la discoteca. Desde sus inicios, Studio 54 se caracterizó por el control atroz que se ejercía para seleccionar a la clientela. Por eso, quien traspasara el cordón de seguridad (de terciopelo, por supuesto) lograba el reconocimiento de su vida.
Los que no tenían problemas de acceso eran los petardos de la élite cultural y social, unidos por la obsesión por salir, preferir la animación a la diversión y cuya valoración de una fiesta se basaba en el número de famosos que asistieran a la misma. Todos formaban parte de lo que Andy Warhol -el más asiduo-, denominó "peste bubónica de nuestra época".
Una vez adentro, allí ocurría de todo. Las anécdotas que envuelven y delatan a los famosos van desde las más tópicas (un etílico Capote detrás) de los pantaloncitos de seda-tipo-baloncesto de los esculturales camareros; Blondie haciendo realidad su fama de devora-hombres; Anjelica Houston esnifando sin parar mientras su marido, Nicholson, perseguía a Jerry Hall) a las más calenturientas (Grace Jones desnuda mientras cantaba I need a man;Liz Taylor, colocadísima confesando sus experiencias más picante), pasando por las más estrambóticas (cuando Warhol cumplió 50 años recibió un cubo de basura lleno de billetes arrugados de un dólar). También se podía ver bailar a Liza Minelli y a Jackie Kennedy y Paloma Picasso rivalizando en glamour.
Y entre drogas, alcohol y demás, otra de las protagonistas de la noche: la música, en cierto modo culpable de todo aquéllo por lo explícito de sus letras. Nunca un subgénero musical despertó tantos odios y pasiones, aunque finalmente muchos que presumían de su autenticidad rockera acabaron por incorporar toques disco a sus temas. Los representantes de la música disco music van desde Village People hasta Gloria Gaynor, pasando por Labelle, los Bee Gees y los oportunismos de Amanda Lear o la pornostar Andrea True.
Pero todo lo que empieza, acaba. En julio de 1979, durante la Disco Demo lition Night se quemaron miles de vinilos de corte disco en un estadio de Chicago. En noviembre, Studio 54 cerró tras descubrirse que sus propietarios habían estafado al fisco más de trescientos cincuenta mil dólares de la época. Una vez esclarecidas las acusaciones, la discoteca volvió a abrir. Pero ya no fue lo mismo. Los ochenta comenzaban a ritmo de tecnopop acompañado por los nuevos románticos.
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