Los Piojos en Plaza Moreno

Tocaron en la plaza mayor de la ciudad ante 50 mil personas. En una noche espléndida, Los Piojos montaron un show cargado de ritos y emblemas festivos

A un costado del enorme escenario de Plaza Moreno, el matrimonio Fernández no pueden ni quieren ocultar su alegría. El nene, Pity (uno de los violeros de Los Piojos), firma autógrafos mientras Daniel Buira (baterista) hace exactamente lo mismo: saluda, firma remeras y muestra todos sus dientes en una expresión de felicidad permanente. Faltan pocos minutos para el show y ningún integrante del staff piojoso deja escapar un gesto de preocupación o nerviosismo. Es la primera vez que tocan como número central ante tanta gente, vienen de llenar la cancha de Atlanta frente a 25 mil acólitos, pero ésto es distinto. Aquí, a horas del cierre de un año brillante, podrán testear hasta dónde llega su poder de convocatoria. Del otro lado comienza otra ceremonia: chicos y chicas provenientes de los más variados rincones del Conurbano, empiezan a desplegar los trapos. Esas mismas banderas de Solano, Palermo, Merlo, Avellaneda, entre muchas otras, harán el aguante en uno de los shows más calientes que se hayan visto en la plaza mayor de nuestra ciudad.
A eso de las diez de la noche, los acordes de Babilonia, marcan el inicio de dos horas y media de comunión rockera. Es imposible despegar la mirada de ese océano humano, con cabezas de bengala y voz de multitud. La banda pasa a un segundo plano, como en muchos momentos de la noche, porque los dueños del ritual están armando el show debajo del escenario: Chicas subidas a los hombros de sus novios, mueven los brazos en un vaivén cadencioso y casi siempre sensual, todos cantan y roban pedacitos de letras que Ciro (voz y espíritu carismático) cede gentilmente. El vínculo sobrepasa los límites de la comunicación entre artistas y devotos. La banda lanza un mensaje, el público lo recibe y lo devuelve con una fuerza propia de los actos religiosos.
Integrantes -junto a Los Redondos y La Renga- de algo así como la Santísima Trinidad del Rock Argentino, Los Piojos atacan el nervio popular a través de un juego de combinaciones: son una banda de rocanrol, criada al amparo de los Stones y la afinación global de Mano Negra, que no reniega de su esencia barrial y expande esos ruidos abrazando el tango, la murga y el candombe. En esa cazuela de estilos, Ciro marca diferencias: canta como un chico reo letras inspiradas en los barrios bajos. Por eso, cuando suena Angelito, Todo pasa o El balneario de los doctores crotos, la identificación es automática. Muchos de los fans que llegaron a Plaza Moreno, después de un largo viaje en tren, integran esa enorme mayoría de chicos peleados con el futuro, que no ven esperanzas en las promesas políticas y sólo creen en los músicos de rock que cantan las mismas penurias que ellos viven. Clase media baja le dicen, pero a esta altura esa categoría ya descendió varios niveles. Los Piojos triunfan en esa gran franja del país desilusionado y estimulan ese intercambio a partir del rock. Mucha humildad arriba y abajo del escenario, nada de cosas frívolas y un código interno para cerrar filas en torno a un presente común.
En ese contexto, lleno de alegría y pasión, Los Piojos aportaron el ritmo y las palabras para que Plaza Moreno vibrara como una coctelera popular. Se movieron las arañas y los muebles de los coquetos edificios que rodean a la plaza, enorme paradoja de los tiempos en que vivimos. Con un comportamiento ejemplar durante el recital, superando todo vaticinio de aluvión violento, el show tuvo momentos brillantes en la versión de Maradó junto a las imágenes del Diego produciendo arte en las dos pantallas de video ubicadas al costado del escenario, o como cuando sonó Cruel, votada por todos los presentes: "Somos fantasmas peleándole al viento", dice la letra que funciona como un sello de fábrica en el ideario de la tribu piojosa.
Por encima de algunas desprolijidades, esos típicos gestos improvisados que aparecen cuando una banda de rock se siente portadora de un cheque en blanco entregado por su público, como la larga sesión de tambores o la interpretación de Por una cabeza con Ciro cantando por un megáfono, el recital de Los Piojos rozó el nivel de excelencia musical. Buen sonido, un grupo totalmente lanzado al fervor de su público y la íntima sensación de que los forasteros son chicos con gustos y costumbres similares a los jóvenes platenses.
El cierre, con cientos de banderas desplegadas para recibir el saludo del cantante, elevó la calidez de un ritual marcado por la necesidad de crear un espacio donde la felicidad sea algo palpable y contagioso. Fin de fiesta en paz, con la voz de Ringo interpretando Good Night. Aquella vieja canción de Los Beatles acarició los cuerpos sudados de los fanáticos, casi una invitación a desconcentrar con una canción de cuna en la cabeza.

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