Amores feroces que dejan lastimaduras
| 23 de Octubre de 2000 | 00:00

***** EXCELENTE
AMORES PERROS (México, 2.000); libro de Guillmweero Arriaga Jordán; con Emilio Echavarria, Gael García Bernal, Goya Toledo, Alvaro Guerrero y elenco; realización de Alejandro González Iñarriyu estyrenada en Cinema 8, Sala 2.
Feroz, áspera, brutal, "Amores perros" es una contundente y magnífica sorpresa del cine mexicano. Opera prima consagratoria del joven realizador Alejandro González Iñarritu. Arrolladora forma de entender al cine de hoy. Nada de historias cuidadosas y ordenadas. Nada de planos generales que dejen ver algo más que estos personajes desesperados. No hay tiempo para ninguna forma de contemplación. Todo es claroscuro, con una cámara que más que registrar parece robar planos, con actores al borde del paroxismo, con historias cruzadas que hablan de amores rabiosos, con tipos abandonados a su suerte que acaban en la soledad, la mutilación, las heridas o la muerte. Y la certeza final de que todos acabarán topándose con una sociedad que los traga, en un continente donde la vida de perros también se nota en su gente, tan estropeados como los canes por tanta lucha.
Es un filme distinto. Cuenta tres historias de amores imposibles rondadas por la muerte y unidas por un accidente de tránsito que les cambiará la vida a todos los personajes. En el primer capítulo, dos hermanos marginales pelean por el amor de una mujer. En el medio de ellos está Cofi, un mastín que gana todas las peleas. Uno de los hermanos vive de esas apuestas y el otro de raterías. Hay sordidez y abandono en esa casa llena de reproches y traiciones. La otra historia tiene como personajes a un alto ejecutivo de TV que deja su mujer y sus dos hijas para irse a vivir con una modelo. Es un episodio que remite a lo mejor de Buñuel, punto culminante de la estilización metafórica de todo filme. El desenlace es magistral: ese amor que desciende a los infiernos para buscar una perrita a la que le cuesta tanto sobrevivir como esa felicidad que el azar les ha negado a los amantes. La tercera historia habla de un ex guerrillero comunista, decepcionado porque su revolución le dejó un sabor amargo y le impidió estar más con su mujer y su hija. Se ha vuelto un asesino a sueldo que trajina las calles con sus perros. Y sólo vive consagrado al recuerdo de esa hija que un día abandonó y ahora necesita. Este episodio tiene un remate de gran potencia trágica, en ese cuerpo a cuerpo entre socios, una escena bestial que tiene la misma desperacion y ferocidad que las crueles peleas de perros.
Pero lo mejor del filme está menos en esas historias que en la capacidad arrolladora del director para trasmitirlas. Es una película que transpira energía, vivacidad, violencia y estilo. No hay escenas de relleno. Todo lo que está es significativo, sin planos generales descriptivos, sin descanso para tomar aire. Los personajes siempre pierden su naturaleza humana y se vuelven animales. Como todos quieren dejar de ser lo que son, en esa búsqueda encuentran dolor pero también redención. La escena inicial, con esos dos huyendo con el perro herido por las calles atestadas del Distrito Federal, resume el ritmo de montaña rusa de la película. Es notable la capacidad de Iñarritu para jugar con los tiempos, para cambiar de tono. También su facilidad para entrar rápido en tema (el contrato del asesino a sueldo) y definir un personaje en dos pantallazos. Sorprende la fuerza que trasmiten sus imágenes sucias, saturadas de color, toscas, crudas, con ese grano grueso que a veces es como una señal de pudor para no poder ver más allá de lo suficiente. Sus personajes son ricos y contradictorios. Ni una condescendencia ni una figura con la cual identificarse. Una hilera de criaturas estropeadas como esos perros que sólo saben pelear. Tipos a los que el amor parece haberlos tocado de lejos, bien reales en su manera de entender la vida, atados fatalmente a sus pasiones, pero que viven a puro instinto, como esos animales a los que están tan unidos, sin otra idea que la de tener que pelear y lastimarse para poder seguir adelante.
Con ritmo frenético, con algunas escenas sobrecogedoras, con una vibración constante y con actuaciones memorables, "Amores perros" también quiere ser una desesperada elegía sobre Latinoamérica, olvidada y confiada a su suerte, feroz en sus riñas, llena de abandonados, sin otra tarea que la de persistir, bien lastimados, tras sueños incumplidos.
AMORES PERROS (México, 2.000); libro de Guillmweero Arriaga Jordán; con Emilio Echavarria, Gael García Bernal, Goya Toledo, Alvaro Guerrero y elenco; realización de Alejandro González Iñarriyu estyrenada en Cinema 8, Sala 2.
Feroz, áspera, brutal, "Amores perros" es una contundente y magnífica sorpresa del cine mexicano. Opera prima consagratoria del joven realizador Alejandro González Iñarritu. Arrolladora forma de entender al cine de hoy. Nada de historias cuidadosas y ordenadas. Nada de planos generales que dejen ver algo más que estos personajes desesperados. No hay tiempo para ninguna forma de contemplación. Todo es claroscuro, con una cámara que más que registrar parece robar planos, con actores al borde del paroxismo, con historias cruzadas que hablan de amores rabiosos, con tipos abandonados a su suerte que acaban en la soledad, la mutilación, las heridas o la muerte. Y la certeza final de que todos acabarán topándose con una sociedad que los traga, en un continente donde la vida de perros también se nota en su gente, tan estropeados como los canes por tanta lucha.
Es un filme distinto. Cuenta tres historias de amores imposibles rondadas por la muerte y unidas por un accidente de tránsito que les cambiará la vida a todos los personajes. En el primer capítulo, dos hermanos marginales pelean por el amor de una mujer. En el medio de ellos está Cofi, un mastín que gana todas las peleas. Uno de los hermanos vive de esas apuestas y el otro de raterías. Hay sordidez y abandono en esa casa llena de reproches y traiciones. La otra historia tiene como personajes a un alto ejecutivo de TV que deja su mujer y sus dos hijas para irse a vivir con una modelo. Es un episodio que remite a lo mejor de Buñuel, punto culminante de la estilización metafórica de todo filme. El desenlace es magistral: ese amor que desciende a los infiernos para buscar una perrita a la que le cuesta tanto sobrevivir como esa felicidad que el azar les ha negado a los amantes. La tercera historia habla de un ex guerrillero comunista, decepcionado porque su revolución le dejó un sabor amargo y le impidió estar más con su mujer y su hija. Se ha vuelto un asesino a sueldo que trajina las calles con sus perros. Y sólo vive consagrado al recuerdo de esa hija que un día abandonó y ahora necesita. Este episodio tiene un remate de gran potencia trágica, en ese cuerpo a cuerpo entre socios, una escena bestial que tiene la misma desperacion y ferocidad que las crueles peleas de perros.
Pero lo mejor del filme está menos en esas historias que en la capacidad arrolladora del director para trasmitirlas. Es una película que transpira energía, vivacidad, violencia y estilo. No hay escenas de relleno. Todo lo que está es significativo, sin planos generales descriptivos, sin descanso para tomar aire. Los personajes siempre pierden su naturaleza humana y se vuelven animales. Como todos quieren dejar de ser lo que son, en esa búsqueda encuentran dolor pero también redención. La escena inicial, con esos dos huyendo con el perro herido por las calles atestadas del Distrito Federal, resume el ritmo de montaña rusa de la película. Es notable la capacidad de Iñarritu para jugar con los tiempos, para cambiar de tono. También su facilidad para entrar rápido en tema (el contrato del asesino a sueldo) y definir un personaje en dos pantallazos. Sorprende la fuerza que trasmiten sus imágenes sucias, saturadas de color, toscas, crudas, con ese grano grueso que a veces es como una señal de pudor para no poder ver más allá de lo suficiente. Sus personajes son ricos y contradictorios. Ni una condescendencia ni una figura con la cual identificarse. Una hilera de criaturas estropeadas como esos perros que sólo saben pelear. Tipos a los que el amor parece haberlos tocado de lejos, bien reales en su manera de entender la vida, atados fatalmente a sus pasiones, pero que viven a puro instinto, como esos animales a los que están tan unidos, sin otra idea que la de tener que pelear y lastimarse para poder seguir adelante.
Con ritmo frenético, con algunas escenas sobrecogedoras, con una vibración constante y con actuaciones memorables, "Amores perros" también quiere ser una desesperada elegía sobre Latinoamérica, olvidada y confiada a su suerte, feroz en sus riñas, llena de abandonados, sin otra tarea que la de persistir, bien lastimados, tras sueños incumplidos.
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