River campeón: ganó con más fuerza que juego y dio otra vuelta

Olimpo jugó mejor en varios tramos, pero el Millo acertó al arco

BAHIA BLANCA (Enviado especial).- La consagración llegó en uno de los partidos más limitados de River en el torneo. De los más esforzados, sin lugar a dudas. Entre los pozos de la cancha, el planteo excelente en lo táctico de Olimpo y errores propios, se armó un partido como para no salir triunfante, ésa es la verdad. Pero River lo sacó adelante en el final y salió campeón, como correspondía según lo que uno puede entender por justicia dentro de un torneo de fútbol. Porque River ha sido el mejor del campeonato, por juego y por números. Sin dudas, al margen del partido pobretón que jugó ayer. Es su festejo, se lo ganó con todo derecho. Y nadie, bajo ningún pretexto, puede pretender robarle el disfrute de su título argentino número 31. Nadie.

¿Cómo sacó adelante el partido ante Olimpo? Con una mezcla de mérito y fortuna. Las dos características se dieron en el gol de Zapata. Mérito, porque Zapata corrió una pelota bien puesta por Darío Husain, pero que no parecía tener sino destino al olvido. Iba Zapata solito, contra toda la defensa de Olimpo, sin que ningún compañero llegase al área para buscar el hipotético centro. Zapata la corrió igual, la peleó igual y se dio cuenta de que enviarla al área era inútil. Por eso, cerró los ojos y le dio fuerte, quizá con la idea de provocar algún rebote en Vivaldo o en un defensor para gestar un corner, quizá con la idea de al menos terminar la maniobra de una manera decorosa. Aquí, el mérito. ¿La fortuna? Que la pelota salió como endiablada, casi que se rompió contra el poste opuesto y se metió, con un Vivaldo azorado. Un golazo, más allá de que Zapata no haya pretendido exactamente tal resultado. Después, River lo aseguró con un muy buen gol, originado y terminado por Barrado, luego de que la pelota pasase por Darío Husain, Zapata y Cavenaghi.


UN RIVAL DURISIMO

River casi salió a jugar con el conocimiento de la derrota de Vélez. Sabía, entonces, que el triunfo le daba la vuelta olímpica. Pero Olimpo se empecinó en frustrarle la fiesta. Con dos líneas de cuatro, con una poderosa actitud para la marca y la presión en la mitad de la cancha, con la consigna sellada a fuego de no dejarle espacios a River para aplicar su juego, los bahienses le complicaron todo. Y además, el estado del campo le impidió a River hacer lo que más le gusta: jugar a ras del piso, al toque. La fricción y el pelotazo se transformaron en norma, y allí sacó ventajas este inteligente y duro equipo llamado Olimpo.

A River le costó horrores sortear la valla de Héctor González, Pietravallo, Rogelio Martínez y Fernández Di Alesio. Poquísimas veces pudieron juntarse D’Alessandro con Ludueña y Luis González. Y además, Héctor González y Fernández Di Alesio salían como cohetes por los costados cada vez que Olimpo recuperaba la pelota.

Llegaban al fondo y alimentaban a Carrario o a Castillo. Olimpo fue más profundo y el testigo es Costanzo, dueño de las grandes atajadas de la tarde-noche y factor clave en el resultado. Porque mantuvo el cero y le permitió a River, con las piernas frescas de Barrado, Zapata y Darío Husain, quebrar a Olimpo cuando ya todo parecía encaminado al empate. Fue victoria, vuelta olímpica. ¿Justa? No. Pero fue River campeón. ¿Justo? Sí.

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