Quilmes 1978: la espuma llegó al Cielo
Hace treinta años fue campeón en el Metro e hizo historia grande
| 29 de Octubre de 2008 | 01:00

Por ALBERTO CALLEGARI
El fútbol argentino reconoce quince campeones de Primera División. Quince campeones del fútbol grande, que hacen a la historia misma. En este selecto grupo que hace poco pasó a integrar Lanús, desde el domingo 29 de octubre de 1978 el Quilmes Atlético Club ocupa un espacio difícil de olvidar treinta años después. Sobre todo, porque la gloria le llegó en un contexto de antaño en el que ver coronarse como el mejor a un "equipo chico" era poco menos que una quimera. Nadie le regaló nada, todo se lo ganó por esfuerzo propio sorteando escollos y saltando esas adversidades que son comunes en aquellos que "no venden", que no atraen periodísticamente y que encima, le arruinan la fiesta a un gigante, como ocurrió con el Boca de Alberto Jota Armando, del Toto Juan Carlos Lorenzo, de Roberto Mouzo, de Hugo Gatti, del Heber Mastrángelo, del Chino Benítez... Quilmes campeón Metropolitano 1978, un torneo de los de antes, de cuarenta y dos fechas -uno quedó libre cada fecha y cada club jugó un total de 40- de esos que alguna vez deberán volver para que se pare de una vez con el bastardeo actual que adquieren las "ruedas" convertidas en campeonatos, que otorgan títulos por llegar primero en diecinueve fechas, cuando los motores todavía no calentaron...
Treinta años después, el recuerdo de aquél Quilmes trae a la memoria un sinfín de detalles. Que ganó 22 partidos siendo de este modo el más ganador del torneo, que le ganó por 54 puntos contra 53 a ese Boca que semanas antes había ganado la Intercontinental bailando en Alemania a Borussia Moenchengladbach y que semanas después ganaría la Libertadores al Deportivo Cali dirigido por Bilardo. También, que su germen estuvo a años luz de tener el final exitoso que tuvo: el equipo que José Yudica había salvado del descenso en el Metro '77 y que tenía un goleador atípico para un club modesto como Sergio Fortunato fue rearmado por los dirigentes de la comisión de fútbol liderada por un joven José Luis Meiszner y que tenía a un sabio en la materia, José Algañaraz, el Flaco que con los años se convirtió en El Gordo. Las primeras fechas a cargo de Oscar López y Oscar Cavallero no rindieron y el pronto regreso de Yudica generó una mística ganadora dentro de un ambiente de humildad extrema: a duras penas, Quilmes llegaba a armar el banco de suplentes con profesionales, hoy se diría que tenía "un plantel corto". Sin estrellas, sin figuras merecedoras de tapas de diarios y revistas. Con obreros del fútbol, con jugadores de temperamento y experiencia en Tato Medina, Fanesi, Bianchini, Milozzi, mechada con algunos pibes, como Jorge Gáspari, recién llegado de Mar del Plata, y habilidosos silenciosos como el Indio Omar Hugo Gómez, Héctor Milano, Fito Salinas. Y ese velocista con gol que fue Luis Andreuchi arriba.
La gran cita se dio en Rosario, en la última fecha. Quilmes llegó un punto arriba de Boca y dependía de sí mismo para dar el último gran paso hacia la gloria. Un Central de mitad de tabla pero "motivadísimo" lo esperó, tanto como Boca a Newell's en la Bombonera. El recuerdo atrapa por la multitud que el Cervecero movilizó a Arroyito: 30.000 almas adentro, ocupando tres cuartas partes del estadio que cuatro meses antes había catapultado a Argentina a la final del mundial, y otras tantas afuera, familias enteras paseando por la ciudad y por la costanera rosarina, radio en la oreja, escuchando el relato del Gordo José María Muñoz. El sueño, el último esfuerzo, casi se le niega: por un minuto, cuando pasó a perder 2-1 en el arranque del segundo tiempo, Boca era campeón por ganarle a Newell's. Pero ese 29 de octubre era el día y jugando con solidez y personalidad, Quilmes sacó pecho y el zurdazo largo de Gáspari a palo izquierdo en el arco de la avenida Génova selló un 3-2 inolvidable. Una de las dos estrellas de la camiseta quilmeña de hoy -la otra es por el título de 1912, en el amateurismo- nació allí.
El fútbol argentino reconoce quince campeones de Primera División. Quince campeones del fútbol grande, que hacen a la historia misma. En este selecto grupo que hace poco pasó a integrar Lanús, desde el domingo 29 de octubre de 1978 el Quilmes Atlético Club ocupa un espacio difícil de olvidar treinta años después. Sobre todo, porque la gloria le llegó en un contexto de antaño en el que ver coronarse como el mejor a un "equipo chico" era poco menos que una quimera. Nadie le regaló nada, todo se lo ganó por esfuerzo propio sorteando escollos y saltando esas adversidades que son comunes en aquellos que "no venden", que no atraen periodísticamente y que encima, le arruinan la fiesta a un gigante, como ocurrió con el Boca de Alberto Jota Armando, del Toto Juan Carlos Lorenzo, de Roberto Mouzo, de Hugo Gatti, del Heber Mastrángelo, del Chino Benítez... Quilmes campeón Metropolitano 1978, un torneo de los de antes, de cuarenta y dos fechas -uno quedó libre cada fecha y cada club jugó un total de 40- de esos que alguna vez deberán volver para que se pare de una vez con el bastardeo actual que adquieren las "ruedas" convertidas en campeonatos, que otorgan títulos por llegar primero en diecinueve fechas, cuando los motores todavía no calentaron...
Treinta años después, el recuerdo de aquél Quilmes trae a la memoria un sinfín de detalles. Que ganó 22 partidos siendo de este modo el más ganador del torneo, que le ganó por 54 puntos contra 53 a ese Boca que semanas antes había ganado la Intercontinental bailando en Alemania a Borussia Moenchengladbach y que semanas después ganaría la Libertadores al Deportivo Cali dirigido por Bilardo. También, que su germen estuvo a años luz de tener el final exitoso que tuvo: el equipo que José Yudica había salvado del descenso en el Metro '77 y que tenía un goleador atípico para un club modesto como Sergio Fortunato fue rearmado por los dirigentes de la comisión de fútbol liderada por un joven José Luis Meiszner y que tenía a un sabio en la materia, José Algañaraz, el Flaco que con los años se convirtió en El Gordo. Las primeras fechas a cargo de Oscar López y Oscar Cavallero no rindieron y el pronto regreso de Yudica generó una mística ganadora dentro de un ambiente de humildad extrema: a duras penas, Quilmes llegaba a armar el banco de suplentes con profesionales, hoy se diría que tenía "un plantel corto". Sin estrellas, sin figuras merecedoras de tapas de diarios y revistas. Con obreros del fútbol, con jugadores de temperamento y experiencia en Tato Medina, Fanesi, Bianchini, Milozzi, mechada con algunos pibes, como Jorge Gáspari, recién llegado de Mar del Plata, y habilidosos silenciosos como el Indio Omar Hugo Gómez, Héctor Milano, Fito Salinas. Y ese velocista con gol que fue Luis Andreuchi arriba.
La gran cita se dio en Rosario, en la última fecha. Quilmes llegó un punto arriba de Boca y dependía de sí mismo para dar el último gran paso hacia la gloria. Un Central de mitad de tabla pero "motivadísimo" lo esperó, tanto como Boca a Newell's en la Bombonera. El recuerdo atrapa por la multitud que el Cervecero movilizó a Arroyito: 30.000 almas adentro, ocupando tres cuartas partes del estadio que cuatro meses antes había catapultado a Argentina a la final del mundial, y otras tantas afuera, familias enteras paseando por la ciudad y por la costanera rosarina, radio en la oreja, escuchando el relato del Gordo José María Muñoz. El sueño, el último esfuerzo, casi se le niega: por un minuto, cuando pasó a perder 2-1 en el arranque del segundo tiempo, Boca era campeón por ganarle a Newell's. Pero ese 29 de octubre era el día y jugando con solidez y personalidad, Quilmes sacó pecho y el zurdazo largo de Gáspari a palo izquierdo en el arco de la avenida Génova selló un 3-2 inolvidable. Una de las dos estrellas de la camiseta quilmeña de hoy -la otra es por el título de 1912, en el amateurismo- nació allí.
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