Formidable posibilidad para Cristina Kirchner
Por PEPE ELIASCHEV
| 31 de Octubre de 2010 | 00:00

Con Kirchner renació la política en serio, la de los militantes. Con Kirchner finalmente hubo una política de derechos humanos. Al fin y al cabo, en la Argentina hubo debates de ideas. Era hora: por primera vez fueron escuchadas las organizaciones de derechos humanos y tenidas en cuenta. Se terminó la impunidad. Hubo gobernabilidad y se redistribuyeron la riqueza. Nunca como en estos años se prestó atención a las necesidades de los más humildes. Kirchner fue el mejor presidente que tuvo la democracia. Más todavía, fue el mejor desde la caída de Perón en 1955.
Era, como enunció Maradona, casi un Che Guevara. Para el escritor Leopoldo Brizuela, Kirchner tuvo consideración por las víctimas de la dictadura militar, "después de tres décadas de ninguneo y humillación casi cotidianas". Kirchner, subrayó el intelectual en Clarín, "tuvo la lucidez y la grandeza de corazón de incorporarlas no sólo como objeto de homenajes, indemnizaciones, etc. sino como lo que nunca le habían permitido ser (sic): sujetos políticos, integrándolos con todo lo que podían aportar a la reconstrucción de los lazos sociales, rotos o viciados por el genocidio". Kirchner fue, según una columna publicada el viernes por el matutino inglés "The Guardian" un "héroe de la independencia".
También se ha dicho (Agustín Rossi en La Nación) que, con Kirchner, los trabajadores recuperaron la voz y el protagonismo. Los movimientos sociales, el respeto y la integración a un sistema que quiso marginarlos para siempre. Los pueblos originarios, las minorías sexuales, las comunidades de los países vecinos, los desprotegidos, los niños por el sólo hecho de nacer y los mayores por sólo haber vivido obtuvieron un lugar, un reconocimiento y derechos que quedarán para siempre en la práctica y la cultura de los argentinos.
PALABRAS
Estas cosas imponentes se han dicho, y muchas más, desde que Néstor Kirchner murió en la mañana del martes 26 de octubre, a los 60 años.
La tantas veces ambicionada y necesaria prudencia en las evaluaciones terminantes estaba llamada a sufrir. Como siempre, la muerte de las personalidades notorias suscita fuertes arrebatos de emotividad. La Argentina es tierra propicia para estas manifestaciones de empatía primaria pero profunda, así que con Kirchner hubo un crescendo de 72 horas de conmoción enorme, por lo que nada de lo dicho debería asombrar demasiado.
Pero las horas van marcando un distanciamiento, no sólo natural sino también necesario. La Argentina tiene derecho a procesar ahora de manera limpia el balance de la vida pública de un hombre que de 1991 a 2010 (un tercio de su vida) estuvo en el candelero de la agenda política nacional.
Las enormidades de los elogios sostenidos por la comprensible pero evanescente pasión del momento, no pueden intercambiarse por las descalificaciones vitriólicas y reduccionistas. Nunca son irrelevantes de manera absoluta los líderes de una nación. No lo fue Kirchner. Antes bien, deja una huella singular, por la naturaleza de los objetivos que se trazó y por la manera de la que se valió para llegar a ellos.
Al recomenzar la marcha normal del Estado, porque la vida cotidiana no se alteró esencialmente, más allá de que al velorio y acompañamiento del traslado de los restos acudieron millares de personas, se deberá ir imponiendo (muy lentamente desde ya), una mirada menos complaciente y más justa, no para "deshacer" a Kirchner, sino para configurar su balance del modo más cercano a la verdad que sea posible.
CONSTATACIONES
Pero antes será menester tomar en cuenta algunos elementos de juicio que se patentizaron en los días del duelo. Muchísima gente fue a la Casa de Gobierno. Muchos de ellos eran muy jóvenes. Muchos de ellos eran argentinos individuales, de condición humilde y sencilla, sin quitar los agrupamientos militantes. Fue una trinidad soñada por los arquitectos electorales: muchos, muy jóvenes y del pueblo. Ninguna tontería, claro, sino, por el contrario, un poderoso capital político.
Esa fuerza innegable que se ha visto en estos días tuvo, empero, un rasgo preocupante e intimidatorio. A diferencia de lo que sucedió en los imponentes velorios de Juan Perón (julio de 1974) y Raúl Alfonsín (marzo de 2009), el de Kirchner estuvo connotado por evidentes demostraciones de una energía militante hosca y hasta intemperante. Se comprende algo: Kirchner murió joven, a los 60 años, mientras que Perón y Alfonsín se fueron a una edad más avanzada: 78 y 82, respectivamente. En la despedida al santacruceño puede haber existido mucha frustración porque su existencia podría haber sido mucho más longeva.
Pero no sólo sucedió eso: además, en el extenso velorio y en diversos momentos especialmente emotivos, de pronto el clima se convertía en una ceremonia "contra" más que en un homenaje "a". Se percibió claramente esa belicosidad en plenas honras fúnebres con los insultos estentóreos contra Julio Cobos. Ni él ni el ex presidente Eduardo Duhalde fueron autorizados a participar del velorio, una franca demostración de barbarie política.
El presidente uruguayo José Mujica no acudió a solas a darle su pésame a Cristina Fernández de Kirchner. Siempre intencionado y elocuente en sus gestos, el septuagenario líder tupamaro se presentó acompañado por su mujer y por los representantes de todos los partidos con representación parlamentaria: Jorge Larrañaga (Partido Nacional), Tabaré Viera (Partido Colorado), Pablo Mieres (Partido Independiente) y Jorge Brovetto (Frente Amplio). Un dato que resume el admirable y envidiable espíritu de la cultura democrática uruguaya: el mencionado Partido Independiente obtuvo en las últimas elecciones de ese país el 1% de los votos.
Política y debate hubo y mucho en la Argentina en la simplificadamente denostada década de los años '90. Al volcarse el peronismo sólidamente tras las posiciones pro mercado de Menem, una aguerrida disidencia (Grupo de los 8 primero, Frente Grande y Frepaso después) discutió, combatió y debatió con lo que definía como una desviación "neoliberal". Pero no hubo silencio, ni mucho menos. Quien no discutió ideas fue porque no quiso. En las presidenciales de 1995, el Frepaso tuvo el 30 por ciento de los votos y la UCR el 20%. El peronismo, compactamente agrupado tras Menem, amasó el 50%.
IMPOSTURAS
¿Nunca hubo política de estado sobre derechos humanos hasta los años de Kirchner? Sólo un desprecio muy grosero por los hechos permite aseverar esto sin ruborizarse. Alfonsín no sólo creó la indispensable Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (Conadep), sino que ordenó el enjuiciamiento de las juntas militares, que culminó en diciembre de 1985.
Los indultos del gobierno peronista en 1989 y 1990 beneficiaron a 290 sentenciados que habían sido juzgados en la época de Alfonsín. En condiciones incomparablemente más difíciles que las actuales del siglo XXI, en aquella Argentina sí hubo una política de estado de derechos humanos. Aunque Alfonsín se equivocó en más de una oportunidad, negar ese hecho es una brutal injusticia.
De modo que todo esfuerzo de balance sólo se sustenta desde la majestad de la verdad. No fue el perverso "neoliberalismo" lo que canceló el debate y el activismo político en los años '90, así como tampoco es cierto que la política de derechos humanos haya nacido en 2003.
Deja Kirchner, es cierto, un legado de enérgico empujón en materia de recuperación de la gobernabilidad presidencial y la decisión del retorno de un fuerte papel del Estado en la economía y en la sociedad.
Tal vez su desaparición cree ahora las condiciones de posibilidad de un nuevo ciclo, mucho menos mercurial y más encaminado a articular una Argentina asociativa, menos tensa y mucho más escéptica de las conducciones excesivamente verticales.
El duelo de la Presidenta será doloroso y extenso. Es inevitable que así sea. La vida (¿el destino?) le proporcionan la posibilidad cierta de encabezar una nueva época, congruente con ésta, pero a la vez diversa, una en la cual las lágrimas sean absorbidas por la felicidad de una armonía indispensable. Eso sólo podrá ocurrir, sin embargo, si ella y quienes la acompañen dejan de pensar que los equilibrios y la paz interior son enemigos de sus metas ideológicas y terrenales.
www.pepeeliaschev.com
En twitter: @peliaschev
Era, como enunció Maradona, casi un Che Guevara. Para el escritor Leopoldo Brizuela, Kirchner tuvo consideración por las víctimas de la dictadura militar, "después de tres décadas de ninguneo y humillación casi cotidianas". Kirchner, subrayó el intelectual en Clarín, "tuvo la lucidez y la grandeza de corazón de incorporarlas no sólo como objeto de homenajes, indemnizaciones, etc. sino como lo que nunca le habían permitido ser (sic): sujetos políticos, integrándolos con todo lo que podían aportar a la reconstrucción de los lazos sociales, rotos o viciados por el genocidio". Kirchner fue, según una columna publicada el viernes por el matutino inglés "The Guardian" un "héroe de la independencia".
También se ha dicho (Agustín Rossi en La Nación) que, con Kirchner, los trabajadores recuperaron la voz y el protagonismo. Los movimientos sociales, el respeto y la integración a un sistema que quiso marginarlos para siempre. Los pueblos originarios, las minorías sexuales, las comunidades de los países vecinos, los desprotegidos, los niños por el sólo hecho de nacer y los mayores por sólo haber vivido obtuvieron un lugar, un reconocimiento y derechos que quedarán para siempre en la práctica y la cultura de los argentinos.
PALABRAS
Estas cosas imponentes se han dicho, y muchas más, desde que Néstor Kirchner murió en la mañana del martes 26 de octubre, a los 60 años.
La tantas veces ambicionada y necesaria prudencia en las evaluaciones terminantes estaba llamada a sufrir. Como siempre, la muerte de las personalidades notorias suscita fuertes arrebatos de emotividad. La Argentina es tierra propicia para estas manifestaciones de empatía primaria pero profunda, así que con Kirchner hubo un crescendo de 72 horas de conmoción enorme, por lo que nada de lo dicho debería asombrar demasiado.
Pero las horas van marcando un distanciamiento, no sólo natural sino también necesario. La Argentina tiene derecho a procesar ahora de manera limpia el balance de la vida pública de un hombre que de 1991 a 2010 (un tercio de su vida) estuvo en el candelero de la agenda política nacional.
Las enormidades de los elogios sostenidos por la comprensible pero evanescente pasión del momento, no pueden intercambiarse por las descalificaciones vitriólicas y reduccionistas. Nunca son irrelevantes de manera absoluta los líderes de una nación. No lo fue Kirchner. Antes bien, deja una huella singular, por la naturaleza de los objetivos que se trazó y por la manera de la que se valió para llegar a ellos.
Al recomenzar la marcha normal del Estado, porque la vida cotidiana no se alteró esencialmente, más allá de que al velorio y acompañamiento del traslado de los restos acudieron millares de personas, se deberá ir imponiendo (muy lentamente desde ya), una mirada menos complaciente y más justa, no para "deshacer" a Kirchner, sino para configurar su balance del modo más cercano a la verdad que sea posible.
CONSTATACIONES
Pero antes será menester tomar en cuenta algunos elementos de juicio que se patentizaron en los días del duelo. Muchísima gente fue a la Casa de Gobierno. Muchos de ellos eran muy jóvenes. Muchos de ellos eran argentinos individuales, de condición humilde y sencilla, sin quitar los agrupamientos militantes. Fue una trinidad soñada por los arquitectos electorales: muchos, muy jóvenes y del pueblo. Ninguna tontería, claro, sino, por el contrario, un poderoso capital político.
Esa fuerza innegable que se ha visto en estos días tuvo, empero, un rasgo preocupante e intimidatorio. A diferencia de lo que sucedió en los imponentes velorios de Juan Perón (julio de 1974) y Raúl Alfonsín (marzo de 2009), el de Kirchner estuvo connotado por evidentes demostraciones de una energía militante hosca y hasta intemperante. Se comprende algo: Kirchner murió joven, a los 60 años, mientras que Perón y Alfonsín se fueron a una edad más avanzada: 78 y 82, respectivamente. En la despedida al santacruceño puede haber existido mucha frustración porque su existencia podría haber sido mucho más longeva.
Pero no sólo sucedió eso: además, en el extenso velorio y en diversos momentos especialmente emotivos, de pronto el clima se convertía en una ceremonia "contra" más que en un homenaje "a". Se percibió claramente esa belicosidad en plenas honras fúnebres con los insultos estentóreos contra Julio Cobos. Ni él ni el ex presidente Eduardo Duhalde fueron autorizados a participar del velorio, una franca demostración de barbarie política.
El presidente uruguayo José Mujica no acudió a solas a darle su pésame a Cristina Fernández de Kirchner. Siempre intencionado y elocuente en sus gestos, el septuagenario líder tupamaro se presentó acompañado por su mujer y por los representantes de todos los partidos con representación parlamentaria: Jorge Larrañaga (Partido Nacional), Tabaré Viera (Partido Colorado), Pablo Mieres (Partido Independiente) y Jorge Brovetto (Frente Amplio). Un dato que resume el admirable y envidiable espíritu de la cultura democrática uruguaya: el mencionado Partido Independiente obtuvo en las últimas elecciones de ese país el 1% de los votos.
Política y debate hubo y mucho en la Argentina en la simplificadamente denostada década de los años '90. Al volcarse el peronismo sólidamente tras las posiciones pro mercado de Menem, una aguerrida disidencia (Grupo de los 8 primero, Frente Grande y Frepaso después) discutió, combatió y debatió con lo que definía como una desviación "neoliberal". Pero no hubo silencio, ni mucho menos. Quien no discutió ideas fue porque no quiso. En las presidenciales de 1995, el Frepaso tuvo el 30 por ciento de los votos y la UCR el 20%. El peronismo, compactamente agrupado tras Menem, amasó el 50%.
IMPOSTURAS
¿Nunca hubo política de estado sobre derechos humanos hasta los años de Kirchner? Sólo un desprecio muy grosero por los hechos permite aseverar esto sin ruborizarse. Alfonsín no sólo creó la indispensable Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (Conadep), sino que ordenó el enjuiciamiento de las juntas militares, que culminó en diciembre de 1985.
Los indultos del gobierno peronista en 1989 y 1990 beneficiaron a 290 sentenciados que habían sido juzgados en la época de Alfonsín. En condiciones incomparablemente más difíciles que las actuales del siglo XXI, en aquella Argentina sí hubo una política de estado de derechos humanos. Aunque Alfonsín se equivocó en más de una oportunidad, negar ese hecho es una brutal injusticia.
De modo que todo esfuerzo de balance sólo se sustenta desde la majestad de la verdad. No fue el perverso "neoliberalismo" lo que canceló el debate y el activismo político en los años '90, así como tampoco es cierto que la política de derechos humanos haya nacido en 2003.
Deja Kirchner, es cierto, un legado de enérgico empujón en materia de recuperación de la gobernabilidad presidencial y la decisión del retorno de un fuerte papel del Estado en la economía y en la sociedad.
Tal vez su desaparición cree ahora las condiciones de posibilidad de un nuevo ciclo, mucho menos mercurial y más encaminado a articular una Argentina asociativa, menos tensa y mucho más escéptica de las conducciones excesivamente verticales.
El duelo de la Presidenta será doloroso y extenso. Es inevitable que así sea. La vida (¿el destino?) le proporcionan la posibilidad cierta de encabezar una nueva época, congruente con ésta, pero a la vez diversa, una en la cual las lágrimas sean absorbidas por la felicidad de una armonía indispensable. Eso sólo podrá ocurrir, sin embargo, si ella y quienes la acompañen dejan de pensar que los equilibrios y la paz interior son enemigos de sus metas ideológicas y terrenales.
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