La Linterna: tiempo de grandes celebraciones

En la esquina de diagonal 79 y 60 este comercio destila historia. Quienes están al frente del local hicieron un pormenorizado repaso y contaron anécdotas que se empezaron a escribir en 1915

El abuelo recorrió el salón sin apuro, miró cada rincón moviendo la cabeza con lentitud de arriba hacia abajo como reconociendo cada recoveco y esbozó una tenue sonrisa cargada de nostalgia antes de sentarse a cenar. Más tarde contó a los mozos que había estudiado muchos años atrás en la Facultad de Medicina de la Universidad de La Plata. Y que había solventado su carrera trabajando de mozo en ese mismo restaurante, atendiendo esas mismas mesas adonde ahora se sentaba a comer. Y a recordar.

La historia la cuenta Alfredo, al frente junto a Graciela del restaurante “La Linterna”, de diagonal 79 esquina 60, donde apariciones como la de aquel abuelo resultan tan frecuentes como emotivas.

“Hay que tener en cuenta que este es un restaurante que funciona desde hace muchos años, el segundo más antiguo de La Plata. Y que muchos que pasaron por aquí en sus épocas de estudiante vuelven incluso desde distintos puntos de la Provincia y el país, a veces para mostrar a sus hijos o nietos el lugar donde estudiaron y su entorno”, dice Alfredo y recuerda casos de antiguos habitués que retornaron con sus hijos y nietos desde Brandsen, Mar del Plata, Pilar o San Isidro.

Fundado en 1915 en la esquina de 1 y 60 bajo el nombre de El Progreso, el restaurante se mudó posteriormente a su actual dirección y cambió de nombre en 1927 adoptando el definitivo de “La Linterna”, por iniciativa de sus propietarios descendientes de genoveses.

Por entonces se trataba de un bodegón cuya especialidad eran las ranas, cuenta Alfredo y agrega: “hay una leyenda que cuenta que el dueño criaba las ranas en un estanque que estaba en el patio. Y que a la madrugada había estudiantes que se subían al techo con cañas para robárselas”.

Verdadero o no, el relato -que fue transmitido a Alfredo por un concurrente de 87 años que dijo haber frecuentado el restaurante mucho tiempo atrás- sobrevivió al paso de los años, mientras el local se convertía en referencia para muchos y en el escenario de numerosos festejos.

“Hay otra anécdota sabrosa que se cuenta sobre el restaurante y que habla de una ciudad distinta, la de principios del siglo XX, donde podían ocurrir cosas hoy impensables. Cuenta que en una ocasión una vaca se escapó de un camión de hacienda que transitaba por la avenida 60 y entró en el local, armando un considerable alboroto. Son historias que relatan los clientes más antiguos y que a veces nos sorprenden a nosotros mismos”, dice Alfredo.

Un capítulo aparte lo representan las celebraciones. “Los festejos más comunes en La Linterna siempre fueron los que tuvieron que ver con el fútbol y con los exámenes: alumnos de las facultades cercanas que celebraron acá los finales importantes, en mesas largas, de esas que permanecen animadas hasta bien tarde. O hinchas de Estudiantes y Gimnasia que se reunían acá después de los partidos, ya que las canchas de los dos quedan cerca”, dice Alfredo.

Los recuerdos son una parte fundamental en La Linterna y una muestra de eso es la colección de objetos antiguos que se puede ver en el lugar y que le dan ese carácter de restaurante-museo al que se refieren sus dueños al describirlo. Viejos tocadiscos, máquinas de escribir, máquinas de coser, grabadores, antiguas cortadoras de boletos de colectivo, cochecitos de bebé de principios del siglo XX y varios discos de vinilo son algunos de los objetos que le dan clima a los almuerzos y cenas en el lugar.

“El efecto de la decoración es tan fuerte que hay gente que hasta se anima a pedir viejas bebidas que ya no existen, como la Sidral. Por supuesto que no tenemos”, se ríe Alfredo.

El ambiente es tranquilo y durante las comidas suena música baja, generalmente de raíz folclórica, dice una cartilla elaborada por los dueños, donde La Linterna se presenta como Restaurante Museo. Hoy se ofrece un menú amplio, con varios cortes de carne roja y blanca, así como los pescados a la parrilla, entre los que sobresalen la trucha, la trucha salmonada y el pacú.

Los platos más pedidos en la actualidad, dicen los propietarios, son el lomo a la pimienta (con salsa marrón con pimienta, vino y papas noissete) y la paella, elaborada con productos frescos. Para el postre, los clásicos de siempre: flan casero con crema y/o dulce de leche, panqueques o budín de pan.

Todo sobrevolado por una cuota importante de nostalgia y con la mística propia de los viejos restaurantes donde sobreviven, entre los elementos más actuales, las huellas del pasado de una ciudad que ya no existe.

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